Todo hace indicar que el topónimo de Cástaras proviene del latín Castrum, que era como los romanos llamaban al asentamiento situado en lugares muy altos. La población se sitúa en las cercanías de la confluencia de los barrancos de La Alberquilla y Fuente Medina, colgada de los riscos sobresale como la proa de un barco hecho de cal y launa que mira hacia el sur, hacia el Mediterráneo.
En pleno corazón de la Alpujarra se esconde este hermoso pueblo de casas apiñadas en un perfecto caos de launa y cal, con agua que fluye como sabia nueva en acequias y fuentes buscando aplacar le sed de su exuberante entorno verde. Cástaras, la mires de donde la mires, siempre tiene un paisaje evocador de aquellos pintores románticos de siglo pasado. Su estampa fotográfica es de una belleza sin igual. Los impresionantes desfiladeros que la rodean sobrevuelan la imaginación de este viajero que saboreó de un territorio mítico y legendario donde las historias y leyendas se cruzan conformando las viejas tradiciones.
De calles estrechas y laberínticas, fui descubriendo los principales lugares con encanto. Como por ejemplo la iglesia del siglo XVII dedicada a advocación de San Miguel, buena muestra de la arquitectura religiosa mudéjar. Camino a Nieles se encuentra la Ermita de la Virgen de Fátima, excavada en roca caliza de singular belleza. En el centro del pueblo se encuentra la fuente de los cuatro caños, lugar de encuentro de la villa.
Cástaras posee un paraje natural de especial belleza como son las Minas del Conjuro, evocador nombre para las que fueron antaño uno de los motores económicos de la comarca a la sombra del mineral ferruginoso y que cerró hace ya tiempo por no sé qué 'conjuro' de intereses. Años después, la Universidad de Granada las rescató en un colosal proyecto de residencia y centro de visitantes que debido a la crisis se quedó en eso, en proyecto. Tierras de heridas abiertas al cielo con suspiros de mineros gritando sordos lamentos a su maldito infortunio.
Este pueblo está dividido en tres barrios: el Alto, por donde pasa la ruta medieval; el del medio y el bajo, donde se agrupa la mayor parte de los vecinos. Cástaras posee muchos lugares mágicos, pero hay uno que tiene una enigmática leyenda, una gruta ubicada en los cimientos del mismo pueblo.
Cuenta la leyenda que pocos eran los conocían la entrada a Cueva Fresca, y menos aún los que en su sano juicio se aventurarían a entrar hasta las entrañas de aquella gruta. Decían los más viejos del lugar que allí moraban 37 almas de moriscos quemados a manos de las tropas del Comendador de Castilla durante la rebelión de las Alpujarras.
Pero empecemos por el principio. Habían pasado casi cuatro años desde que acabó la contienda y tras ella la orden de expulsión de los moriscos, dejando a pueblos abandonados y cultivos arrasados por la guerra. Fue el rey Felipe II el que decidió repoblarlos con familias de Castilla, Galicia, Jaén o, en el caso que nos ocupa, con un súbdito italiano, Ángelo Napolitano como se le conocía en el pueblo. Veterano soldado de los viejos tercios, se alistó en el ejército de su majestad para buscar fortuna en esta contienda y una vez concluida, se quedó por estas tierras solicitando casa y tierra de cultivo para comenzar una nueva vida, otorgándole una de las suertes que se sorteaban entre los repobladores.
Al principio, su trabajo consistió en restaurar la casa que le tocó cerca de la Fuente de los Cuatro Caños, muy deteriorada por el tiempo y la guerra. Otros repobladores también se afanaban en sus casas y tierras pues tenían que recuperar muchas de las acequias que habían sido abandonadas y que serían indispensables para el cultivo. Todos en el pueblo ayudaban en la reconstrucción, menos Ángelo que tenía otras prioridades.
Una mañana, bien temprano, cogió unos cuantos hachones, su vieja espada y unos sacos de arpillera vasta y salió camino al lavadero bajo introduciéndose en una abertura de la roca que no tendría más de un metro de diámetro. Una vez dentro, encendió uno de los hachones y ante él apareció un pasadizo rocoso que se adentraba en las entrañas de la tierra de Oeste a Este, justo debajo del pueblo, aquel lugar era Cueva Fresca. Su sombra avanzaba en una danzaba diabólica reflejada por los vaivenes de la antorcha. Con paso firme anduvo casi una hora por el interior, cuando de repente se paró y miró el pergamino que tenía en su mano. Éste dibujaba unas líneas quebradas con círculos en determinados puntos. En uno de ellos aparecía escrito la palabra lago. Ángelo levantó la antorcha y vio a unos veinte metros un pequeño lago rodeado de estalagmitas en el centro de la gruta.
-¡Por fin te encontré! -dijo, soltando todo lo que llevaba en el suelo. Saciare mi sed y después me ofrecerás lo que he estado esperando estos cuatro años.
Se inclinó para beber cuando, de pronto, por el rabillo del ojo vio reflejada en el agua una figura etérea detrás de él. Los pelos se le erizaron como escarpias y sin pensarlo lanzó un golpe rápido con la antorcha al intruso, pero solo encontró el aire húmedo de la cueva. "¡No podía ser, lo había visto!".
Volvió a levantar la antorcha para asegurarse que no había nadie con él. -"Seguro que son figuraciones mías", se dijo para tranquilizarse. Volvió a mirar de nuevo en el lago y encontró un rostro desfigurado bajo un turbante blanco, los ojos sin pupilas parecían dos oscuras cavernas sin rastro de vida.
-¿Por qué has vuelto?, resonó una voz profunda en la cueva. Ángelo, mirando para todos lados y lejos de amilanarse respondió alzando la voz.
-¡He vuelto a recoger lo que me pertenece!
-Pues ahí lo tienes, en el fondo del agua. Ángelo se apresuró a mirar descubriendo un inmenso tesoro que brillaba a la luz de la antorcha.
-Pero nunca será tuyo. Nos traicionaste maldito italiano. Llegamos a un acuerdo y nos vendiste al Comendador de Castilla. Después de dejar todas nuestras alhajas y joyas como pago por escondernos en la cueva, viniste con tus compañeros y nos distes fuego abrasándonos vivos.
-¡Yo no fui quien os delató! ¡Cumplí con lo convenido!
-¿Y qué me va hacer un espíritu que sólo se refleja en el agua?, -dijo mofándose el italiano. En ese momento, una ráfaga de viento apagó la antorcha a pesar de que las manos de Ángelo también fueron rápidas en sacar dos piedras de sílex del zurrón. Las golpeó con saña y las chispas prendieron de nuevo el hachón.
Los ojos del italiano no podían creer lo que estaba sucediendo. De las paredes de la cueva iban saliendo cuerpos corruptos que se dirigían hacia él cogiéndolo de la cabeza, de los brazos, de las piernas, todos tiraban de él. Contó una docena antes de que la antorcha volviera apagarse. Y un grito aterrador resonó en las entrañas de aquella negra gruta.
Nadie supo lo que le pasó al italiano. Algunos dijeron que se fue del pueblo porque no era hombre de doblar el espinazo trabajando. Otros, que se volvió a su tierra al sentir añoranza. Lo cierto es que corrió el rumor de que en Cueva Fresca había un tesoro custodiado por almas en pena y allí sigue, esperando a que algún valiente lo encuentre. Eso sí, sólo los que no estén en su sano juicio entraría a buscarlo.
Dos son las principales fiestas de Cástaras. El segundo sábado de agosto se celebran las Fiestas en Honor a San Miguel. La imagen del patrón se saca a la calle acompañada por la de San Antonio. La procesión se repite dos días seguidos con la particularidad de que se altera el orden de las imágenes en la segunda jornada.
Además, el 13 de mayo se celebra una romería en honor a la Virgen de Fátima.
La cocina de Cástaras se acompaña de unos excelentes vinos con buenos quesos. Entre los platos más sabrosos destaca el choto al ajo cabañil, elaborado con el choto, ajos, pimientos secos y aceite de oliva. El potaje de castañas es un postre típico que se prepara con azúcar, castañas, canela y agua.
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