En 1992, Sevilla entró en el siglo XXI con el AVE. Veinticinco años después, Granada ha vuelto al XIX
La última ganadora del Premio Nacional de Poesía, Mora, que escribe como las Ángeles, se subió al tren del pasado y nos regaló el miércoles una columna cargada de nostalgia en la que se podía oír el resuello de la locomotora, sentir el traqueteo del "vagón de tercera", contemplar los olivos fuera y ver en el asiento de enfrente a la monjita de Machado. Ese mismo día, "fuentes de la UGR" negaban a Granada Hoy su disposición a ceder los terrenos de Fuentenueva en los que se asientan los comedores universitarios y el campo de rugby para que se construya allí una torre de viviendas con la que financiar el proyecto de AVE soterrado elaborado por los técnicos municipales de Urbanismo. Desde la Universidad también mostraban su sorpresa por el hecho de que el Ayuntamiento elabore sin consultarlos un plan en el que dispone de sus bienes.
La conjunción de los dos textos, el hermoso poema en prosa de Ángeles y el desatinado proyecto local, evidencian el extraño sino de Granada y la Andalucía de dos velocidades. En 1992, con la llegada del primer AVE a la estación de Santa Justa, Sevilla entró en el siglo XXI. Veinticinco años después, Granada ha vuelto al XIX. La ciudad dispone de una estación propia de una película de Sergio Leone de la que no parte ningún convoy, si exceptuamos el que lleva a Almería, la patria del espagueti-western. Y se desconoce cuándo llegará el AVESTRUZ, ese tren que corre en la imaginación, pero jamás alza el vuelo en la realidad, y que el día que alcance su destino partirá la ciudad en dos con la larguísima cicatriz que supondrá su trazado en superficie. El mensaje lanzado por Fomento de que "lo mejor es enemigo de lo bueno" no ha calado en los habitantes bien informados ni ha sido aceptado por los partidos de izquierdas, incluido el PSOE municipal con el alcalde a la cabeza. De ahí esta iniciativa, elaborada con escasos medios y, quizá, con personal inadecuado, que desdibujaría el Campus de Fuentenueva, que destruiría algunos de los paisajes más amables de la juventud al tiempo que facilitaría al menor descuido la especulación urbanística. La solución podría constituir un problema al macizar aún más una ciudad de plazas, placetas y miradores, pero totalmente desprovista de jardines y espaciosas zonas verdes si descartamos el bosque de la Alhambra y los parques dedicados a Federico García Lorca y Tico Medina. Un error perdonable, debido a la desesperación frente al desprecio del Gobierno, pero en el que no conviene insistir.
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