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Reconozcámoslo, la ciencia está de moda y lo estará cada vez más con el paso del tiempo. Así lo indican las últimas encuestas de percepción social de la ciencia realizadas por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) donde se puede apreciar que el porcentaje de españoles que sigue la ciencia y tecnología con interés ha pasado del 6,9% en 2004 al 16% en 2016. También lo demuestra la gran expectación y polémica generada en algunos casos recientes como el enfrentamiento entre Mercedes Milá y José Miguel Mulet acerca de la alimentación saludable, el artículo de Rosa Montero sobre la homeopatía en El País Semanal o el desafortunado comentario de Javier Cárdenas afirmando que las vacunas causan autismo.
El interés por la ciencia también lo he percibido de manera directa en mi familia, de carácter acientífico por naturaleza, donde últimamente se frecuentan debates sobre, por ejemplo, el cambio climático, la homeopatía o los transgénicos. Sin ir más lejos, el otro día mi madre se pasó toda una mañana buscando en Internet cuáles son los peligros cancerígenos del teflón e intentando comprender cómo actúa el ácido perfluorooctanoico (PFOA) en el organismo a la hora de decidir qué tipo de sartén comprar.
Sin lugar a dudas, estamos cada vez más concienciados de que vivimos en una sociedad totalmente dependiente de la ciencia y la tecnología, por lo que queremos y debemos informarnos de todos sus beneficios y peligros de la mejor manera posible. Sin embargo, ¿cómo se debería canalizar todo este interés que demuestra la gente por la ciencia para transformarla en una información comprensible, fiable y de calidad?
En un primer tiempo, la responsabilidad cae en manos de la comunidad científica que debe ser capaz no únicamente de ser riguroso con lo que se cuenta sino tratar de hacerlo de una manera atractiva, mostrando la cara más bella y espectacular que posee la ciencia. En particular, los periodistas científicos tienen la difícil tarea de hacer de intermediarios comunicando las noticias de forma precisa, accesible e interesante pero sin caer en el sensacionalismo, sabiendo de la enorme responsabilidad que se tiene al ser leídos o escuchados por miles de personas. Cada vez que se propaga un bulo en los medios de comunicación es un paso atrás en la divulgación, como sucedió con el caso de Javier Cárdenas. También los científicos deberíamos ser capaces de empatizar y encontrar una comunicación que conecte emocionalmente con el público, sin caer en la arrogancia ni faltar al respeto a aquellos que queremos convencer o, al menos, informar desde un punto de vista científico. Un buen ejemplo de divulgación de calidad sería el magnífico programa El cazador de cerebros de Pere Estupinyà que ya prepara su segunda temporada.
Stephen Hawking entendía que la cultura debe abarcar tanto el mundo de las letras como el de las ciencias, así, una persona culta debería saber de qué trata 'La Odisea' o la teoría de la relatividad.
En un segundo tiempo, el público general debería conocer poco a poco cuáles son las fuentes fiables y dónde informarse sobre ciencia en los medios de comunicación (algo sobre lo que ya escribí anteriormente), contrastar todo lo que se lee y no dejarse llevar por noticias alarmistas ni por titulares que parecen acertijos en las redes sociales con el objetivo de pescar nuevos clicks.
Tampoco hay que caer en el estereotipo de que los científicos son soberbios y creen tener la verdad absoluta, ni de que viven en su esfera de cristal. Creo que la sociedad estará cada vez más informada acerca de los avances tecnológicos y aprenderá nuevos términos científicos, así como también hemos aprendido en qué consisten términos económicos como la prima de riesgo a base de escucharlos en televisión.
Debemos mantener despierta esa bendita curiosidad, como bien indica Iñaki Gabilondo en su espléndido programa Cuando ya no esté, por querer conocer y entender el mundo y el universo que nos rodea. Mi abuelo, de profesión historiador, siempre fue un gran ejemplo de persona que siente curiosidad por todas las ramas de las ciencias, siempre leía todas las noticias sobre los últimos descubrimientos tecnológicos y me pedía libros de divulgación como A hombros de gigantes o Breve historia del tiempo de Stephen Hawking. Entendía que la cultura debe abarcar tanto el mundo de las letras como el de las ciencias, así como una persona que se considere culta debería saber de qué trata La Odisea o en qué consiste la teoría de la relatividad.
Como bien augura Iñaki Gabilondo en su programa, se aventuran tiempos donde la ciencia y tecnología tendrán un papel cada vez más protagonista. Cada día surgen nuevos descubrimientos que tendrán repercusión en nuestras vidas cotidianas y habrá que tomar decisiones sobre cuestiones importantes de manera democrática, por lo que parece imprescindible tener una buena base de cultura científica. Para ello, debemos esforzarnos, tanto los científicos y el público general, para que la comunicación entre las dos partes sea lo más eficaz posible a la hora de informar e informarse, respectivamente. Como explica Antonio Martínez Ron en un excelente artículo: «No es una guerra de seres racionales contra irracionales, sino contra lo que somos y cómo lo explicamos.»
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