TRIBUNA
El problema no es tanto la saturación de turistas como la forma de gestionar el turismo. Y esto afecta también al importante tema de la relación de éste con el patrimonio cultural
Turismo: ¿oportunidad o problema? |
Un reciente informe de Etnocórdoba (grupo de investigación dirigido por el antropólogo Jose María Manjavacas) ha analizado la situación y efectos del turismo en la ciudad de la Mezquita: sus fortalezas, debilidades y potencialidades. Señalan los colegas, por ejemplo, el peligro de "morir de éxito turístico" que corre una fiesta tan cordobesa como la de los Patios, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y convertida en mera exhibición visual para curiosidad de miles de turistas que, tras hacer largas colas, solo perciben su estética pero no la red de relaciones sociales y la rica cultura comunitaria que subyace al "espectáculo".
En Barcelona, el pasado 10 de junio, una gran manifestación recorrió las calles del centro para protestar de los problemas que la masificación turística está produciendo: fuerte bajada del número de pisos de alquiler por su conversión en alojamientos turísticos, con la correspondiente fuerte subida de los precios, colmatación de algunos espacios públicos, banalización de calles tradicionales y molestias para los vecinos, que optan, cuando pueden, por trasladarse a otras zonas de la ciudad. En Baleares es cada día más evidente el hartazgo por el comportamiento de un número creciente de turistas low cost que toman las islas como simples escenarios para borracheras y actos vandálicos que no se atreverían a realizar en sus lugares de origen.
Creo no exagerar si apunto que puede estar surgiendo una especie de turismofobia que irá en aumento si no nos tomamos en serio el necesario debate sobre el turismo. Que va mucho más allá de si es adecuado o no (que, rotundamente, sí lo es) crear allí donde no exista una tasa turística: pero no para que todo lo recaudado vaya a la captación de más turistas, sino para subvencionar los servicios públicos y otros gastos que genera la masiva presencia de estos.
Desde luego, no se trata de demonizar el turismo y aun menos a los turistas. Poder hacer turismo es una conquista democrática y todos somos, algunas veces, turistas, como también somos peatones aunque podamos tener coche, pero sí de contemplar la vulnerabilidad de esta "industria" y de estudiar sus diversas y a veces contradictorias vertientes y efectos. Y esto es especialmente urgente en Andalucía, donde recibimos a casi 30 millones de turistas anuales que producen aproximadamente el 13% del PIB. Desde los tiempos del franquismo hasta hoy, las autoridades políticas se han esforzado en que aumente cada año el número de turistas. Y han celebrado siempre este aumento, incluso por encima de la atención a cuáles sean los resultados económicos o qué problemas pueda ello generar. Es hora ya de considerar otras variables que no sean casi exclusivamente la del número. Es hora de someter a análisis las "externalidades" no computadas del turismo. De considerar no sólo sus beneficios (que habría que señalar a quienes llegan, porque los empleos generados por el sector son, en general, precarios o de muy baja calidad) sino también los problemas que crea, sobre todo cuando el turismo se convierte -caso de muchas ciudades andaluzas y de nuestras costas- en monocultivo económico.
Habrá que elegir entre dos opciones que orientarán de forma muy distinta la gobernanza: o nuestras ciudades (Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, muchos municipios del litoral…) lo ponen todo al servicio del turismo como actividad central y casi única -lo que equivaldría a su turistización y a una separación radical entre la ciudad de los turistas y la ciudad donde vive la gente- o se encara la gestión del turismo dentro de un modelo de ciudad diversificada en sus actividades y al servicio, en primer lugar, del bienestar de sus habitantes. Porque, como señala el informe de Etnocórdoba, el problema no es tanto la saturación de turistas como la forma de gestionar el turismo. Y esto afecta también, en grado máximo, al importante y delicado tema de la relación entre turismo y patrimonio cultural.
Urge un debate riguroso y democrático entre los diversos actores: políticos, empresariales, ciudadanos, sindicales, profesionales… Lo que no es de recibo es que sea solo el lobby hotelero el que marque lo que hay que hacer y lo que no. El precedente del cambio de fechas de la Feria de Sevilla es inquietante, y no porque no sea razonable, sino porque se debe fundamentalmente -diga lo que diga el alcalde Espadas- a la presión de los hoteleros para tener dos fines de semana los hoteles llenos a precios muy altos. Precisamente por la importancia del turismo, las decisiones sobre este deben ser parte de una gestión democrática de nuestras ciudades. Si no se hace así, aquí también surgirá la turismofobia. Y no creo que esto sea bueno para nadie.
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