-Acaba de publicar El lento aprendizaje de Podemos. Quizá la crítica más a pie de calle que se le hace a la formación es que ha tardado poco tiempo en adquirir malicias que antes criticaban.
-Yo creo que es positivo que se haya establecido una práctica de decir la verdad. No seguir o creer a pies juntillas lo que dicen los otros, sino discutir con objetividad, más allá de cualquier rodillo. Aunque creo que habría que aprender a no implicar relaciones personales en el devenir político. Pienso que el tiempo demostrará que siguen siendo capaces de enterrar las diferencias y de aprender a ser pacientes, así como de encontrar y hacer posibles formas de integrar las demás perspectivas. Como formación, Podemos manifiesta una apuesta muy clara y abierta por el diálogo interno. No se clausuran las diferencias, sino que se las reconoce, se las integra y hace funcionar. Hay que aceptar que Podemos ha venido ha venido para quedarse.
-Como persona cercana, debió ser duro ver todo el proceso de Vistalegre II, donde daba la sensación de que el proyecto se reducía a una lucha de poder.
-Bueno, yo no me he dedicado a la política activa prácticamente nunca, ni es algo que quiera o desee, tampoco ahora, aunque siempre puedo ayudar. Una vez que surge Podemos, sí que había una gran expectación al respecto, sobre todo, en el ámbito de la Facultad de Filosofía en la Complutense: más que noticias del frente, siempre estábamos muy atentos a las noticias de la vuelta del frente, qué había pasado realmente, cómo se estaba gestionando todo. Luego es cierto que te vas "afinando", las afinidades selectivas que se dice, ¿no? Uno es siempre más afín a unos que a otros, pero eso es inevitable.
-No habrá tomando parte activa en la política pero la política siempre ha sido una razón de ser. Y, de repente, en un panorama social bastante artrítico, empiezan a surgir las movilizaciones, las mareas.
-Desde al menos la segunda legislatura de Aznar, se hablaba mucho de que se necesitaba un cambio de rumbo a nivel político y social, una renovación, que las cosas no podían seguir así. Pero, de alguna forma, todos parecíamos convencidos de nuestra propia impotencia. Y, de repente, Podemos surge como una herramienta política que permite decir justamente lo contrario: que las reivindicaciones no son un ejercicio de impotencia. Todo eso, la verdad, supuso una emoción muy especial.
-Ese impulso, no impuesto desde ninguna estructura, lo convierte en algo realmente inusual.
-Tardaremos en tener la perspectiva adecuada de lo que ha significado en nuestra historia el surgimiento de Podemos. Se ha roto el esquema político habitual: por primera vez, se ha plasmado un movimiento salido desde abajo. Se hizo realidad aquello que decía Kant, de que el acontecimiento revolucionario genera entusiasmo. Desde luego, la responsabilidad es grande, porque hay cinco millones de personas detrás.
-Una de las cuestiones más curiosas, a nivel política, está en la ruptura entre los jóvenes y el PSOE. ¿Cree que son recuperables?
-Quién sabe, los movimientos sociales son muy impredecibles. La sociedad funciona como masas imantadas, por mímesis. Pero, después de tantos años entre ellos, desde una posición digamos privilegiada, sí que sé que sólo los jóvenes tienen la capacidad de movilizar a los jóvenes. Un señor de sesenta años no va a movilizarlos. La gente joven se amontona donde están los suyos. Entre todos mis alumnos, por ejemplo, no he encontrado ni uno solo que diga que pertenece o siente afinidad por el Partido Socialista. Quien quiera ganar a los jóvenes habrá de hacerlo hablando su idioma, y hablando a las víceras. Con una ideología propia de la juventud y no de carné. Además, ellos son los únicos que pueden aprender los entresijos de las instituciones y cuestionar por qué se hacen así las cosas. Si no se confía en la juventud, se comete un acto de irresponsabilidad.
-Otro tema con el que lidiar, a nivel más genérico, sería el de las inercias o la genética del poder. Rusia pudo haber exterminado a los zares, pero siempre ha tenido un zar. Y aquí... aquí tenemos el cortijo.
-Nuestra gran desgracia es que en este país siempre se ha visto el servicio público como un botín a repartir. Es, también, algo muy propio de un país pobre, que no ha generado mucho más recurso que el poder por el poder. Si uno abandona su puesto en política, muchas veces no tiene nada más que la calle para correr y claro, es una tragedia: se aferra al sillón. A la larga, esa actitud se pinta con tintes que se mueven entre el paternalismo y lo apocalíptico: si vienen otros que no somos nosotros, los de siempre, a gestionar esto, será el caos. Pero realmente, lo que esta actitud traduce es una concepción patrimonial de lo público, que no es ajena a los casos de corrupción, y que nos ha llevado a una crisis institucional creciente.
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