El martes por la mañana, en la cafetería de Miguel, nos reunimos tres amigos que fuimos niños en los años cincuenta. Uno de los placeres que nos queda a los que la vida le ha acumulado éxitos o desengaños, es escucharse en la voz del pasado. Sin nostalgias ni tristes melancolías, sino con la verdad del que conoce demasiado un tiempo que se fue. En la misma mesa en la que desayunábamos había un periódico que decía en titulares que la Junta había empezado a repartir gratis bolsas de comida a niños que pasan hambre y cuyos padres las están pasando canutas. Enseguida se nos vino a la cabeza la leche en polvo y el queso de los americanos que se repartían en los colegios nacionales (así los llamaban) en esos años. En eso consistió la ayuda del Plan Marshall entre 1955 y 1963. Los niños de entonces podíamos tomar aquella leche en polvo en un jarrillo de lata que llevábamos a la escuela. Cada uno lo recordaba de manera diferente. Julio, por ejemplo, recordaba que él no llevaba jarrillo porque había uno en la escuela que utilizaban todos y que estaba atado con una guita a un recipiente de agua. Él se echaba un puñado de leche en polvo a la boca y luego bebía el agua. La leche a veces le hacía una amalgama que se pegaba al cielo de la boca y que tenía que deshacer con el dedo índice haciendo de improvisado rascador. Luis comentaba que su madre le daba en una papelina un poco de azúcar y canela para echársela a la leche y conseguir así que tuviera mejor sabor. Yo me recuerdo en una cola esperando a que el maestro nos llenara el jarrillo con agua caliente y luego a su esposa, una mujer gorda, echar una o dos cucharadas de leche en polvo. Había que remover bien para que se disolviera completamente. Se podía repetir, pero casi nadie lo hacía porque, entre otras cosas, no era muy agradable al paladar. Luego estaba el queso, que venía en enormes latas cilíndricas y que el maestro repartía en porciones. Había niños que llevaban el pan que su madre le daba para acompañar el alimento en cuestión, pero otros, ni eso. Eran años de carencias y de dificultades. Julio se acordaba de cuando un grupo de niños iban casi diariamente al Paseo del Salón a quitar algunas piezas de esa remolacha que se transportaba en el tranvía y Luis de cuando en el cuartel de Las Palmas uno de los juegos consistía en sisar las algarrobas con las que se alimentaban a los caballos.
La noticia del periódico que decía que la Junta había empezado a repartir desayuno y meriendas gratis a unos once mil escolares, iba acompañada de una fotografía en la que se veía una cola de niños esperando recibir esa ayuda que forma parte del programa de lucha contra la exclusión social que ha puesto en marcha el gobierno andaluz. Niños que dentro de cincuenta años se juntarán una mañana a desayunar y se acordarán de la nocilla y mermelada que les daba Griñán. Los tiempos cambian, sí, pero menos de lo que creemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario