Vivir de la escritura es un lujo del que no muchos pueden presumir. La mayoría de los escritores viven de trabajos que poco tienen que ver con el arte de escribir
LUCÍA BAZAGA | GRANADA
Entrega del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca. :: EFE
Poetas, novelistas, ensayistas... la inmensa mayoría de los escritores tienen que compaginar la escritura con otras actividades paralelas y, si tienen suerte y están consolidados, quizás ganen algo de dinero en recitales o conferencias. Un mundo de difícil acceso que más que beneficios económicos aporta enriquecimiento personal.
La idea del escritor bohemio que pasa horas en su máquina de escribir y llena sus bolsillos con su trabajo dista mucho de la realidad o, al menos, de la realidad de la mayoría de ellos. Una imagen estigmatizada que, si nunca ha sido real, ahora lo es mucho menos con la crisis que atraviesa el sector literario. Si no se es 'un Pérez Reverte' es difícil que una editorial apueste por ellos y, si lo hace, no se lucrarán con ello. Si la bendita providencia hace que una editorial quiera publicar su libro, le pagarán como máximo un 10% de derechos de autor a partir de las ventas. Un problema añadido si se quiere vivir de esto es que la gente se descarga cada vez más los libros, porque ha subido el IVA al 21% de los ya por sí caros precios, con lo cual no hay ventas y los escritores apenas cobran royalties de los cuales, además, tienen que facturar con un 21% de IRPF, 21% de IVA, más el 15% de comisión que se lleva la agencia literaria. Es decir, un 57% de lo que cobran nunca lo llegan ni a oler.
El resultado es que, efectivamente, el escritor difícilmente vive de la escritura, por lo que tiene que compaginar su faceta literaria con otras actividades. Si tienen suerte, pueden hacerlo dentro del ámbito cultural con conferencias, recitales o impartiendo clases en la Universidad. Y, si no es así, tienen que ganarse el sueldo, por ejemplo, yendo a eternas ruedas de prensa. Es el caso de Daniel Rodríguez Moya, poeta granadino que ha publicado ya más de una decena de libros y ha ganado, entre otros premios, el 'Federico García Lorca de Poesía' en 2001. Además codirige, junto a Fernando Valverde, el prestigioso Festival Internacional de Poesía Ciudad de Granada. Pero su faceta como escritor y su reconocimiento en este mundo no le permite vivir de esto, así que se dedica a trabajar como periodista y, cuando encuentra tiempo, escribe libros. Reconoce que él mismo no conoce a ningún poeta, por muy reconocido que sea, que viva de esto.
Y es que ni el mismísimo Rafael Alberti, leyenda de la poesía, último miembro de la Generación del 27, podía ganarse la vida con su obra. Necesitaba un aporte económico a partir de conferencias, lecturas, recitales... y con suerte no tenía que despegarse de este mundo, una triste realidad que subyace a la inmensa mayoría de los genios de la pluma.
Pedro Enríquez también es poeta granadino y su nombre se mueve con soltura dentro de este mundillo. Sin embargo, afirma que no puede subsistir con sus libros, por lo que se dedica a la arquitectura técnica dentro de la Administración. «Doy conferencias, charlas en institutos... eso me proporciona algo de dinero, pero en los libros no gano absolutamente nada. El único talón que he recibido por mis libros lo tengo enmarcado para no olvidarlo», admite con tono divertido.
La rueda de la fortuna
Un sueño frustrado que se aleja aún más de lo alcanzable si hablamos de poesía, ese género 'extraño' que pocos lectores se atreven a abordar. Para Enríquez, los únicos que pueden vivir de la escritura son los novelistas: «Algunos novelistas entran dentro de lo que yo conozco como 'la rueda de la fortuna'. Cuando un novelista está ahí es el único escritor que durante un tiempo puede vivir, y bien, de la literatura», afirma. Una rueda que, sin embargo, no gira eternamente.
Eva Velázquez es una escritora polifacética. Ha hecho ensayo, poesía, novela, relato corto... en realidad, ha tocado todos los palos. Vende bastantes libros, pero reconoce que no puede vivir de ellos. Forma parte de la tertulia literaria 'Con sabor a los 50', junto a reconocidos autores granadinos como Rosa Nadal o Rafael Guillén; dirige el Área de Cultura de la Facultad de Derecho de Granada, y ahora anda preparando la 'Noche en blanco' de Granada. Una mujer del mundo de la cultura que, sin embargo, no puede sacar beneficios de ella. Su 'verdadero' trabajo es, en realidad, la dirección del personal de servicio de la Facultad de Derecho. «Envié mi trabajo, 'Querida loca', a una editorial grande y me dijeron que no me lo podían publicar porque no se adaptaba a las necesidades del momento. Al año siguiente el libro se puso como lectura obligatoria en colegios. Ni siquiera se los leen si no vienen de manos de alguien conocido». Es la queja de todos estos autores que ven como su talento y el de otros muchos se queda en nada por culpa de las editoriales, un mercado que se encuentra en un momento económicamente bajo y al que le gusta apostar sobre seguro con autores ya consolidados.
Época dorada
Si se entiende la escritura como un negocio, las estadísticas demuestran que hablamos de una época oscura. Pero, para quien ama la cultura, todos coinciden en la gran oportunidad que supone una época de crisis para el surgimiento de grandes autores y obras. Una lectura romántica de unos tiempos en los que parece que todo se reduce al dinero. Para Enríquez, es en estos momentos difíciles cuando el escritor se enfrenta con más necesidad a la escritura: «Por ejemplo, en la escritura latinoamericana las diferencias sociales hacen surgir una literatura de una fuerza creativa impresionante, mientras que en los países donde la sociedad se acomoda parece que hasta la crítica se pierde y el escritor se amansa. Las épocas de crisis son el momento idóneo para que surjan cosas buenas».
Eva Velázquez parece compartir el mismo sentir. Para esta escritora, estamos ante una época dorada para la cultura en general, pues es ahora cuando se deja ver quién se dedica a esto por 'amor al arte' y quien busca solo el beneficio económico. «Me gusta mucho esta época porque te das cuenta de quien vale realmente y ama la literatura», afirma, y va más allá: «Lo más importante no son los beneficios económicos, sino seguir promoviendo la cultura, porque un pueblo inculto es lo más peligroso del mundo».
Premios literarios
Los premios literarios constituyen una moneda de doble cara. No es poca la polémica que encierran estos galardones, criticados por muchos y por otros alabados. «Los premios literarios los criticamos todos hasta que nos los dan a nosotros», sostiene Daniel Rodríguez, ganador el año pasado del Premio de Poesía 'Ciudad de Burgos', acto que le valió verse envuelto en una controversia por su 'dudoso' merecimiento, sostienen sus críticos.
Pedro Enríquez es tajante con este tema. «Hay exceso de premios literarios, pero eso no sería un problema si en ellos se premiara la calidad. Hay mucha subjetividad en ellos y muchos son otorgados de antemano. Es un juego muy sucio dejar pensar a quien participa que puede tener opción de ganar cuando realmente el premio ya está dado».
Sin embargo, merece la pena hacer una distinción entre premios pequeños y grandes. «Yo nunca me he planteado presentarme a un premio grande, porque creo que están muy politizados y no están al alcance de un escritor que valga la pena. Para estos premios tienes que pertenecer a un estatus social superior para que te valoren y estar en la línea política que defienda el galardón. Aunque los premios pequeños si merecen la pena, porque no hay dinero ni poder de por medio». Es la opinión de Eva Velázquez que, en 2002, ganó el certamen de poesía de la Huerta de San Vicente por su poema 'La risa del loco'.
Pero, polémica aparte, si el escritor recibe un premio literario tampoco le servirá para dedicarse a la escritura. El autor acaba recibiendo una miseria, pues la mitad se acaba quedando por el camino entre impuestos y la retribución de su agente. Lo que realmente recibe el escritor con estos premios es prestigio y, en algunos casos, la publicación de su libro, sin duda un aliciente para continuar con su pasión. Es el caso de Marga Blanco, profesora de Educación Secundaria de Lengua y Literatura y poetisa en sus ratos libres. Fue finalista en el Premio Federico García Lorca de Poesía y ha publicado varios libros. Para ella, estos actos son una oportunidad para darse a conocer y no importa que no tengan retribución económica, pues el premio es publicar un libro. Quizá esta sea una autora que lleva en sus venas la esencia de la literatura. «Para mí esto de escribir tiene un valor fundamentalmente social. Tiene mucha relación cultivar la literatura y fomentar que mis alumnos lean», narra cuando le preguntamos si puede vivir de esto y, extrañada, resalta que eso no es lo más importante para ella.
Parece ser que vivir de la literatura es, a pesar de todo, una bella utopía.
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