La cantante vasca se estrenará en 2014 en el Festival de Música y Danza de Granada El año lo ha despedido dentro del reparto de 'Manon Lescaut', la ópera de Puccini, en el Maestranza
CHARO RAMOS
El compositor italiano Giaccomo Puccini se ha convertido en un talismán para Ainhoa Arteta, que desde hoy canta el rol principal de Manon Lescaut en la producción del Teatro Regio de Turín que estrena el Maestranza. La guipuzcoana (Tolosa, 1964) vive un momento de madurez personal y artística impresionantes, como prueba su galardón a la mejor cantante de zarzuela de la pasada temporada en los premios líricos Teatro Campoamor, el equivalente a los Goya del cine.
-Debutó en 1990 en los Estados Unidos como Corinda en la Cenerentola de Rossini pero ahora el autor más presente en su repertorio operístico es Puccini, cuya Mimi de La Bohème cantó en su anterior visita a este teatro. ¿Se imaginaba esta evolución?
-Empecé en los escenarios como cantante lírica más ligera y no tenía muchos planes con Puccini pero, según la voz ha ido creciendo, me he visto abocada a interpretar heroínas suyas. La Musetta de La Bohème ha sido también muy importante en mi carrera y ahora me atrevo con papeles que demandan mucho más, como Tosca o el Tríptico, que estrenaré con la temporada de ópera de Bilbao (ABAO). Creo que es un autor que se ajusta bien a mi vocalidad, sorpresivamente para mí que nunca pensé ser una cantante pucciniana.
-Hasta 2009 no incorporó a su repertorio a esta Manon Lescaut pero su aria Sola, perduta, abbandonata es ya una pieza habitual en sus recitales líricos. ¿Qué le interesa del personaje?
-Manon Lescaut es un rol difícil, complicado, pero se adapta a mi vocalidad; si no, sería imposible salvarlo porque es muy intenso y lo cierto es que consigo terminarlo sin estar cansada. A la Manon de Massenet, que también hago mucho, no la quiero para nada: al morir sólo piensa en sus joyas. En cambio, ésta tiene ese punto de heroicidad que Puccini concede a sus roles femeninos y del que el personaje carecía históricamente pues si leemos la obra del abate Prévost es una mujer mucho más superficial. Pero en el tercero y, sobre todo, el cuarto acto Puccini le abre una especie de ventana por la que se va transformando hasta darse cuenta del sentido de la vida y del amor verdadero; un cambio que musicalmente es delicioso, con una partitura romántica, llena de fuerza y evocaciones a la flor de la muerte, muerte contra la que Manon se rebela, a través del cuarteto de cuerda Crisantemi que es una verdadera joya.
-Su interés por la interpretación la llevó a dar clases en el Actor's Studio y a menudo ha declarado que se considera no sólo cantante sino también actriz. ¿Con cuál de los papeles que ha encarnado se identifica más en esta etapa?
-Quizá la Roxane de Cyrano de Bergerac, de Alfano, es la más se ha adecuado, con ese ímpetu de la juventud, cuando quieres saberlo todo y acceder a demasiada información pero no te quieres enterar lo que es realmente esencial, y esa idea de darnos cuenta demasiado tarde de las cosas importantes que te pasan por delante y que no has sido capaz de verlas.
-Acaba de ser destacada en los premios Campoamor por su Ana Mari en El caserío de Guridi y, sin embargo, su dedicación a la zarzuela es muy reciente. ¿Cómo ha vivido este reconocimiento?
-Me sorprendió porque ésta es la segunda zarzuela que he cantado pero a la vez me hizo muchísima ilusión pues como vasca que soy El caserío es una obra muy ligada a mis genes, un símbolo de nuestra cultura que sólo he podido afrontar en este momento de madurez de mi carrera. Mi bisabuelo también emigró, en su caso a Idaho, en Estados Unidos, pero mientras que sus hermanos nunca regresaron él sí lo hizo y plantó a las puertas del caserío una palmera. He crecido mirando ese árbol pero sólo ahora, al interpretar a Ana Mari, he entendido que era el símbolo que identificaba las casas de los indianos.
-Cantar zarzuela en este país también tiene mucho de reivindicación de una música a menudo denostada y que parece disfrutar de un cierto renacimiento.
-Sí, con el rol de Ana Mari reivindico a esas cantantes españolas que ahora sí se dedican en cuerpo y alma a este género tan maravilloso no siempre tratado justamente. Por eso he vivido el premio Campoamor como un reconocimiento a mis compañeros y a directores como Emilio Sagi que tanto han hecho por este género, él sí que se merece todos los premios. Que además El caserío fuera una producción del Teatro Arriaga de Bilbao que dirige Sagi, donde mi abuela soñaba con verme un día cantar zarzuela precisamente, es importante para mí.
-Su carrera internacional continúa imparable. El mes pasado cantó por primera vez el Réquiemde Verdi en Tokio y en octubre debutó en la Ópera de San Francisco como Alice Ford enFalstaff. ¿Cómo armoniza esa condición de embajadora cultural de España en el extranjero con los constantes recortes que sufren aquí la música y las artes en general?
-La cultura en España está ahora mismo en la UVI y sería un auténtico crimen dejarla morir porque un país sin cultura está condenado a desaparecer. A partir de la Transición se construyeron en España auditorios y teatros, se crearon orquestas y para formarlas se trajeron a los mejores directores. Gracias a ese impulso nos convertimos en un referente cultural en toda Europa, fue una labor impresionante. Pero en sólo dos años se lo están cargando todo, es un horror. El IVA cultural del 21% es un verdadero crimen y lo impusieron con la excusa de esa ley de mecenazgo que no llega nunca. No me canso de denunciarlo. Y no sólo me refiero a la cultura musical: España tienen un patrimonio arquitectónico y artístico excepcional, si Alemania tuviera algo así no lo dejaría pasar y Salzburgo, con mucho menos, provoca envidia por lo bien que ha sabido organizarse. Extrapolemos el éxito de la exposición de Dalí en el Reina Sofía al resto: los políticos españoles deberían darse ya cuenta de que la cultura genera economía, atrae turismo de alto nivel. Pero lo único que hacen es desangrar algo que deberían proteger.
-Plácido Domingo ha sido una figura esencial en su trayectoria desde que ganara el Concours International de Voix d'Opera Plácido Domingo de París. ¿Cuánto le debe la cultura española al trabajo de este cantante y director?
-Domingo es un ser tan único como lo fueron María Callas y Luciano Pavarotti. Su compromiso con la música es absoluto, en cuerpo y alma. La música española no ha tenido nunca un embajador mayor.
-Debutó en 1990 en los Estados Unidos como Corinda en la Cenerentola de Rossini pero ahora el autor más presente en su repertorio operístico es Puccini, cuya Mimi de La Bohème cantó en su anterior visita a este teatro. ¿Se imaginaba esta evolución?
-Empecé en los escenarios como cantante lírica más ligera y no tenía muchos planes con Puccini pero, según la voz ha ido creciendo, me he visto abocada a interpretar heroínas suyas. La Musetta de La Bohème ha sido también muy importante en mi carrera y ahora me atrevo con papeles que demandan mucho más, como Tosca o el Tríptico, que estrenaré con la temporada de ópera de Bilbao (ABAO). Creo que es un autor que se ajusta bien a mi vocalidad, sorpresivamente para mí que nunca pensé ser una cantante pucciniana.
-Hasta 2009 no incorporó a su repertorio a esta Manon Lescaut pero su aria Sola, perduta, abbandonata es ya una pieza habitual en sus recitales líricos. ¿Qué le interesa del personaje?
-Manon Lescaut es un rol difícil, complicado, pero se adapta a mi vocalidad; si no, sería imposible salvarlo porque es muy intenso y lo cierto es que consigo terminarlo sin estar cansada. A la Manon de Massenet, que también hago mucho, no la quiero para nada: al morir sólo piensa en sus joyas. En cambio, ésta tiene ese punto de heroicidad que Puccini concede a sus roles femeninos y del que el personaje carecía históricamente pues si leemos la obra del abate Prévost es una mujer mucho más superficial. Pero en el tercero y, sobre todo, el cuarto acto Puccini le abre una especie de ventana por la que se va transformando hasta darse cuenta del sentido de la vida y del amor verdadero; un cambio que musicalmente es delicioso, con una partitura romántica, llena de fuerza y evocaciones a la flor de la muerte, muerte contra la que Manon se rebela, a través del cuarteto de cuerda Crisantemi que es una verdadera joya.
-Su interés por la interpretación la llevó a dar clases en el Actor's Studio y a menudo ha declarado que se considera no sólo cantante sino también actriz. ¿Con cuál de los papeles que ha encarnado se identifica más en esta etapa?
-Quizá la Roxane de Cyrano de Bergerac, de Alfano, es la más se ha adecuado, con ese ímpetu de la juventud, cuando quieres saberlo todo y acceder a demasiada información pero no te quieres enterar lo que es realmente esencial, y esa idea de darnos cuenta demasiado tarde de las cosas importantes que te pasan por delante y que no has sido capaz de verlas.
-Acaba de ser destacada en los premios Campoamor por su Ana Mari en El caserío de Guridi y, sin embargo, su dedicación a la zarzuela es muy reciente. ¿Cómo ha vivido este reconocimiento?
-Me sorprendió porque ésta es la segunda zarzuela que he cantado pero a la vez me hizo muchísima ilusión pues como vasca que soy El caserío es una obra muy ligada a mis genes, un símbolo de nuestra cultura que sólo he podido afrontar en este momento de madurez de mi carrera. Mi bisabuelo también emigró, en su caso a Idaho, en Estados Unidos, pero mientras que sus hermanos nunca regresaron él sí lo hizo y plantó a las puertas del caserío una palmera. He crecido mirando ese árbol pero sólo ahora, al interpretar a Ana Mari, he entendido que era el símbolo que identificaba las casas de los indianos.
-Cantar zarzuela en este país también tiene mucho de reivindicación de una música a menudo denostada y que parece disfrutar de un cierto renacimiento.
-Sí, con el rol de Ana Mari reivindico a esas cantantes españolas que ahora sí se dedican en cuerpo y alma a este género tan maravilloso no siempre tratado justamente. Por eso he vivido el premio Campoamor como un reconocimiento a mis compañeros y a directores como Emilio Sagi que tanto han hecho por este género, él sí que se merece todos los premios. Que además El caserío fuera una producción del Teatro Arriaga de Bilbao que dirige Sagi, donde mi abuela soñaba con verme un día cantar zarzuela precisamente, es importante para mí.
-Su carrera internacional continúa imparable. El mes pasado cantó por primera vez el Réquiemde Verdi en Tokio y en octubre debutó en la Ópera de San Francisco como Alice Ford enFalstaff. ¿Cómo armoniza esa condición de embajadora cultural de España en el extranjero con los constantes recortes que sufren aquí la música y las artes en general?
-La cultura en España está ahora mismo en la UVI y sería un auténtico crimen dejarla morir porque un país sin cultura está condenado a desaparecer. A partir de la Transición se construyeron en España auditorios y teatros, se crearon orquestas y para formarlas se trajeron a los mejores directores. Gracias a ese impulso nos convertimos en un referente cultural en toda Europa, fue una labor impresionante. Pero en sólo dos años se lo están cargando todo, es un horror. El IVA cultural del 21% es un verdadero crimen y lo impusieron con la excusa de esa ley de mecenazgo que no llega nunca. No me canso de denunciarlo. Y no sólo me refiero a la cultura musical: España tienen un patrimonio arquitectónico y artístico excepcional, si Alemania tuviera algo así no lo dejaría pasar y Salzburgo, con mucho menos, provoca envidia por lo bien que ha sabido organizarse. Extrapolemos el éxito de la exposición de Dalí en el Reina Sofía al resto: los políticos españoles deberían darse ya cuenta de que la cultura genera economía, atrae turismo de alto nivel. Pero lo único que hacen es desangrar algo que deberían proteger.
-Plácido Domingo ha sido una figura esencial en su trayectoria desde que ganara el Concours International de Voix d'Opera Plácido Domingo de París. ¿Cuánto le debe la cultura española al trabajo de este cantante y director?
-Domingo es un ser tan único como lo fueron María Callas y Luciano Pavarotti. Su compromiso con la música es absoluto, en cuerpo y alma. La música española no ha tenido nunca un embajador mayor.
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