El Centro Municipal de Encuentro y Acogida atiende a unos 300 usuarios al año con problemas de adicción a las drogas y la bebida Proyecto Hombre se hace cargo de la gestión del local desde el pasado mes de octubre
VICENTE GOMARIZ BELDA GRANADA
Son las ocho de la mañana y el frío de diciembre cala en los huesos. Al pasar por la calle Arandas, en pleno centro de la capital, una decena de personas se arremolina desde hace unos minutos a las puertas del Centro Municipal de Encuentro y Acogida (CEA). Son parte de los usuarios habituales que hastiados de dormir en plena calle soportando bajas temperaturas buscan el calor y el afecto que no tienen en su entorno. Alrededor de un centenar de personas pasan a diario por estas dependencias que desde el mes de octubre cuenta con la gestión de la asociación Proyecto Hombre.
Estar parado un solo minuto en la recepción del CEA es presenciar un trasiego permanente de drogodependientes que esperan colmar sus necesidades básicas de higiene, alimentación, vestimenta... gracias a la labor desarrollada por un equipo multidisciplinar que dirige Manuel Mingorance, responsable provincial de Proyecto Hombre, y que engloba hasta un total de ocho terapeutas (cuatro psicólogos, tres trabajadores sociales y un integrador social). A esto hay que sumarle un funcionario médico que aporta el Ayuntamiento de Granada, un administrativo, además del personal de seguridad y limpieza que están contratados a través de empresas externas.
Nada más entrar al CEA, en una mesa recibe a los usuarios Noelia. Ella es educadora y su función es tomar registro de las entradas y salidas. Este no es siempre su cometido. "Cada semana hacemos funciones diferentes", advierte.
Cuando entra una persona por primera vez el objetivo es conocer "por qué viene, qué espera y se le explica cómo funciona el centro"; seguidamente, se "determina si tienen perfil para ser usuario". En caso contrario, "intentamos derivarlo a un dispositivo donde lo puedan atender correctamente", dice esta joven. Por regla general, el día a día "suele ser tranquilo aunque hay personas con problemas psiquiátricos que dan pie a escenas difíciles".
No todos tienen un perfil de este tipo. De hecho, la conducta de muchos de ellos es sosegada y tranquila. Salta a la vista en las distintas salas del local. La más concurrida es el salón de estar, que cuenta con varias mesas y una televisión. Aquí los usuarios pueden leer, jugar o tomar la merienda. A mano derecha, se abre una puerta. De la habitación de descanso -con ocho asientos reclinables- sale una mujer de mediana edad. "Ha estado pasando la noche en la calle y ha venido a conciliar el sueño un rato", dice Mingorance.
Avanzando por un pasillo a la derecha encontramos un aseo con lavabos y duchas. En su interior varios hombres aprovechan el momento para afeitarse. A la izquierda, una cocina en la que Irene prepara los desayunos. En concreto, café bien caliente para reponerse del frío. Al continuar hasta el fondo, contigua a la cocina, está la sala de lavado.
Coordinando las tareas de los usuarios está uno de los psicólogos. Su nombre es Ramón. Lleva tres meses en el CEA y cuando llegó le "chocó mucho el panorama" que se encontró. El trabajo desarrollado desde octubre va dando sus frutos. El método empleado es sencillo. La idea es interactuar con los usuarios en las tareas cotidianas que desempeñan en el centro. Ramón avisa que "no se les puede abordar en el primer momento, meterlos en un despacho, sentarlos y pretender que te cuenten su vida". El objetivo no es otro que "intentamos educarlos a diario con pequeños gestos", sentencia.
La motivación para el cambio es otro de los grandes retos que el equipo de profesionales del CEA se marca semanalmente. Proyecto Hombre busca que aquellas personas que "quieren o pueden" progresar en su tratamiento contra la adicción se deriven a otros dispositivos, dentro de esta asociación o fuera de ella. Sin ir más lejos, Proyecto Hombre tiene su sede en la calle Santa Paula, donde se trabaja con drogodependientes; una comunidad terapéutica en Huétor Santillán -en la que se trata a unas 22 personas- y pisos de apoyo al tratamiento en Granada y Motril. Aquellos pacientes que no se pueden asumir son transferidos a instancias superiores dependientes del área de Salud de la administración pública.
Para alcanzar el propósito de superación de cada individuo, el Centro de Encuentro y Acogida cambió el modelo de funcionamiento bajo la coordinación de Manuel Mingorance y su equipo. Así lo reconoce Jesús, uno de los trabajadores sociales. "Antes no se trabajaba de una forma tan individualizada. Ahora analizamos caso por caso". Se le marca al usuario un itinerario (instaurar hábitos básicos -higiene, alimentación- hasta lo que sería el objetivo final como búsqueda de vivienda, tratamiento...). En ese proceso hay "quienes se quedan a la mitad y otros que llegan al final. Nuestro objetivo es que alcancen el tratamiento".
Como personas de carne y hueso que son, al preguntarles que si entristece ver todos los días casos dolorosos, Jesús es claro: "Aunque quieras desconectar al 100% es imposible. Cuando vives una situación muy crítica es difícil. Hay casos específicos que generan algo de pellizco. No seríamos muy humanos si pasáramos por alto esa realidad". Pese al drama no hay resignación. "Luchamos por erradicar estas situaciones. Cuánto menos gente haya, mejor", dice este profesional. Las cifras revelan que hoy el CEA es un trampolín hacia la esperanza. Al año se atienden a unas 300 personas. En el último trimestre de 2013 se han dado de alta a una decena de usuarios.
Narciso es uno de ellos. Cariñoso y afable cuenta que su problema es el alcohol. "Aquí me ayudan y me animan. Estoy muy contento con la labor que hacen, hasta el momento no tengo ni una queja. Mentiría si no digo que hay días que ni me acuerdo de la bebida". Este hombre de 43 años ha pasado la noche en vela desde las 02:30 horas de la madrugada y, aunque vive en su casa de Almanjáyar junto a su hermano, decidió salir a buscar chatarra. "Se me ha dado bien, he conseguido unos 25 euros". Con ingresos así, Narciso cubre los gastos de la alimentación o algunos vicios como el tabaco. "Suelo ir a San Juan de Dios pero con este dinerillo me puedo permitir el lujo de comer, no a la carta, pero cosas que me gusten más. Medio pollo asado, por ejemplo", sonríe.
Antes de la despedida, este hombre quiere demostrar que la dificultad hay que afrontarla con buena cara. "Soy pobre pero ante los problemas que ya tengo no me puedo amargar, hay que ser optimista". Además, aprovecha para enviar un mensaje a sus colegas: "Aquellas personas que estén en mi situación les animo a que se pasen por aquí por que están contigo y te ayudan en lo que buenamente puedan".
Estar parado un solo minuto en la recepción del CEA es presenciar un trasiego permanente de drogodependientes que esperan colmar sus necesidades básicas de higiene, alimentación, vestimenta... gracias a la labor desarrollada por un equipo multidisciplinar que dirige Manuel Mingorance, responsable provincial de Proyecto Hombre, y que engloba hasta un total de ocho terapeutas (cuatro psicólogos, tres trabajadores sociales y un integrador social). A esto hay que sumarle un funcionario médico que aporta el Ayuntamiento de Granada, un administrativo, además del personal de seguridad y limpieza que están contratados a través de empresas externas.
Nada más entrar al CEA, en una mesa recibe a los usuarios Noelia. Ella es educadora y su función es tomar registro de las entradas y salidas. Este no es siempre su cometido. "Cada semana hacemos funciones diferentes", advierte.
Cuando entra una persona por primera vez el objetivo es conocer "por qué viene, qué espera y se le explica cómo funciona el centro"; seguidamente, se "determina si tienen perfil para ser usuario". En caso contrario, "intentamos derivarlo a un dispositivo donde lo puedan atender correctamente", dice esta joven. Por regla general, el día a día "suele ser tranquilo aunque hay personas con problemas psiquiátricos que dan pie a escenas difíciles".
No todos tienen un perfil de este tipo. De hecho, la conducta de muchos de ellos es sosegada y tranquila. Salta a la vista en las distintas salas del local. La más concurrida es el salón de estar, que cuenta con varias mesas y una televisión. Aquí los usuarios pueden leer, jugar o tomar la merienda. A mano derecha, se abre una puerta. De la habitación de descanso -con ocho asientos reclinables- sale una mujer de mediana edad. "Ha estado pasando la noche en la calle y ha venido a conciliar el sueño un rato", dice Mingorance.
Avanzando por un pasillo a la derecha encontramos un aseo con lavabos y duchas. En su interior varios hombres aprovechan el momento para afeitarse. A la izquierda, una cocina en la que Irene prepara los desayunos. En concreto, café bien caliente para reponerse del frío. Al continuar hasta el fondo, contigua a la cocina, está la sala de lavado.
Coordinando las tareas de los usuarios está uno de los psicólogos. Su nombre es Ramón. Lleva tres meses en el CEA y cuando llegó le "chocó mucho el panorama" que se encontró. El trabajo desarrollado desde octubre va dando sus frutos. El método empleado es sencillo. La idea es interactuar con los usuarios en las tareas cotidianas que desempeñan en el centro. Ramón avisa que "no se les puede abordar en el primer momento, meterlos en un despacho, sentarlos y pretender que te cuenten su vida". El objetivo no es otro que "intentamos educarlos a diario con pequeños gestos", sentencia.
La motivación para el cambio es otro de los grandes retos que el equipo de profesionales del CEA se marca semanalmente. Proyecto Hombre busca que aquellas personas que "quieren o pueden" progresar en su tratamiento contra la adicción se deriven a otros dispositivos, dentro de esta asociación o fuera de ella. Sin ir más lejos, Proyecto Hombre tiene su sede en la calle Santa Paula, donde se trabaja con drogodependientes; una comunidad terapéutica en Huétor Santillán -en la que se trata a unas 22 personas- y pisos de apoyo al tratamiento en Granada y Motril. Aquellos pacientes que no se pueden asumir son transferidos a instancias superiores dependientes del área de Salud de la administración pública.
Para alcanzar el propósito de superación de cada individuo, el Centro de Encuentro y Acogida cambió el modelo de funcionamiento bajo la coordinación de Manuel Mingorance y su equipo. Así lo reconoce Jesús, uno de los trabajadores sociales. "Antes no se trabajaba de una forma tan individualizada. Ahora analizamos caso por caso". Se le marca al usuario un itinerario (instaurar hábitos básicos -higiene, alimentación- hasta lo que sería el objetivo final como búsqueda de vivienda, tratamiento...). En ese proceso hay "quienes se quedan a la mitad y otros que llegan al final. Nuestro objetivo es que alcancen el tratamiento".
Como personas de carne y hueso que son, al preguntarles que si entristece ver todos los días casos dolorosos, Jesús es claro: "Aunque quieras desconectar al 100% es imposible. Cuando vives una situación muy crítica es difícil. Hay casos específicos que generan algo de pellizco. No seríamos muy humanos si pasáramos por alto esa realidad". Pese al drama no hay resignación. "Luchamos por erradicar estas situaciones. Cuánto menos gente haya, mejor", dice este profesional. Las cifras revelan que hoy el CEA es un trampolín hacia la esperanza. Al año se atienden a unas 300 personas. En el último trimestre de 2013 se han dado de alta a una decena de usuarios.
Narciso es uno de ellos. Cariñoso y afable cuenta que su problema es el alcohol. "Aquí me ayudan y me animan. Estoy muy contento con la labor que hacen, hasta el momento no tengo ni una queja. Mentiría si no digo que hay días que ni me acuerdo de la bebida". Este hombre de 43 años ha pasado la noche en vela desde las 02:30 horas de la madrugada y, aunque vive en su casa de Almanjáyar junto a su hermano, decidió salir a buscar chatarra. "Se me ha dado bien, he conseguido unos 25 euros". Con ingresos así, Narciso cubre los gastos de la alimentación o algunos vicios como el tabaco. "Suelo ir a San Juan de Dios pero con este dinerillo me puedo permitir el lujo de comer, no a la carta, pero cosas que me gusten más. Medio pollo asado, por ejemplo", sonríe.
Antes de la despedida, este hombre quiere demostrar que la dificultad hay que afrontarla con buena cara. "Soy pobre pero ante los problemas que ya tengo no me puedo amargar, hay que ser optimista". Además, aprovecha para enviar un mensaje a sus colegas: "Aquellas personas que estén en mi situación les animo a que se pasen por aquí por que están contigo y te ayudan en lo que buenamente puedan".
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