Órgiva es el pueblo referencia de la Alpujarra, el más universal y el más cervantino
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ANDRÉS CÁRDENES | GRANADA
Vista del municipio alpujarreño de Órgiva. :: A. CÁDENAS
¿Sabe lo que le dice un ojo a otro? Estamos separados por narices. Loli Sánchez es una tendera de Órgiva que divierte a sus clientes con sucedidos y chascarrillos. Es alegre, dicharachera y solo se sonroja cuando le cuenta un chiste verde a un desconocido como yo.
-Lo que pasa es que con usted no tengo confianza -me dice mientras le pesa un kilo de pepinos a una clienta-.
La tienda de Loli es de las antiguas, de las de siempre. Un "Corte Inglés", pero en pequeño. Tiene de todo, hasta libros de Órgiva en los que pone que esta ciudad se asienta entre los ríos Chico y Guadalfeo y que está rodeada de una hermosa Vega. Órgiva es el centro de todo. Allí están los juzgados, el registro de la propiedad, el cuartel de la Guardia Civil, la notaría, los abogados que se requieren para cualquier pleito y el punto de obligada referencia para comprender la esencia de la comarca que el cronista quiere recorrer. Por faltar solo falta hospital, pero es una carencia que está en marcha y que depende de la crisis.
Loli vende también fruta del terreno y siempre tiene una greguería orgiveña que difundir.
-¿Sabe lo que le dice la Luna al Sol?: Tan grande como eres y no te dejan salir de noche.
Después de una tranquila noche en la que no ha salido el sol estoy sentado en la terraza del bar de Paco el del Némesis, enfrente de las torres gemelas y con el impresionante palacio de los Condes de Sástago a la vista. Las calles están mudas todavía. Algún gato corre para resguardarse del calor debajo de un coche. Un "hippie" de barba anaranjada y pies negros está liando un cigarrillo o un canuto, que eso nunca se sabe. Se agitan las hojas de los árboles ante una pequeña brisa y resplandece el cabello de una joven que pasa con pantalones minúsculos, de los que dejan ver el comienzo del trasero. El cronista, como el erizo, siempre estuvo antes allí.
El de la fotillo de arriba tiene allí un amigo de siempre que se llama Rafael Vílchez. Lo llama y aparece al instante con su cámara fotos pegada al pecho y dispuesto a acompañarlo a donde haga falta. Rafa se ha convertido con el tiempo en la única persona a la que busco cuando estoy en la Alpujarra. Rafa es un imprescindible de la zona.
El cronista y el fotógrafo, (¡tantas aventuras alpujarreñas juntos!) recuerdan como dos abuelos que se cuentan batallitas aquel día en el que airearon en este periódico el tema de la deuda antigua con el relojero Antonio Canseco. Resulta que en 1988 el bibliotecario de Órgiva, Agustín Martín Zaragoza (que saldrá varias veces en esta crónica), encontró un documento en el que el relojero madrileño Antonio Canseco se quejaba de la deuda que el municipio había contraído con él al encargarle por 5.500 pesetas el reloj para la torre de la iglesia. El municipio le pagó solo el primer plazo de casi 1.300 pesetas y le dejó a deber el resto. Canseco inició entonces una campaña de desprestigio del Ayuntamiento orgiveño. Decía el industrial en una carta fechada treinta años después que no le pagaba desde que le puso el reloj en 1887 «porque desde entonces no ha habido en Órgiva ningún ayuntamiento que le haya dado la real, ni la liberal, ni la federal, ni la socialista, ni la absolutista gana de pagar a un industrial de tan buenos y tan nobles comportamientos que, como el señor Canseco, no es merecedor de tan reprochable recompensa». El caso es que en 1989 la Corporación municipal saldó su deuda con los bisnietos del relojero, que fueron invitados a las fiestas y que se llevaron las cuatro mil y pico pesetas -ya convertidas en simbólicas- de la antigua deuda.
-Desde entonces se decía en plan de coña que el reloj de Órgiva da las horas pero no los "cuartos" -recuerda Rafa-.
Pero el reloj de Órgiva sí da los cuartos. Y bien que suenan, con un "gong" seco y potente.
-Mucha gente se queja del ruido, pero a mí me gusta el sonido de las campanas. Me dan vida aunque notifiquen el paso el tiempo -dice Juan del Pino, hijo de Antonio del Pino, un tabernero de toda la vida-.
Los molinos de Don Quijote
Algunas veces, el de la rempuja panamá ha pensado con qué hubiera asemejado Don Quijote los gigantescos molinos eólicos que hay al lado del cartel que avisa de la entrada a la Alpujarra, en la tercera o cuarta curva que hay en la carretera de Lanjarón. El cronista se lo pregunta a Agustín Martín, el hombre que más ha hecho por "El Quijote" en estas tierras.
-¡Puf! Se hubiera muerto de susto. ¡Menudos molinos!
Y es que Agustín inició un aula cervantina cuando fue nombrado bibliotecario municipal, hace 40 años. En esa aula, que está en la Biblioteca Hurtado de Mendoza, se guardan casi mil ejemplares de "quijotes" de todo el mundo.
-Tenemos "quijotes" escritos en kurdo, en lunfardo, en yidis, en serbio? en fin, en 55 idiomas. Y cuando aquí se celebra el Día del Libro leemos fragmentos en 32 idiomas. Babel, esto se parece a Babel -comenta Carmen Martín, la bibliotecaria actual y seguidora del sueño de Agustín-.
Resulta que al viejo bibliotecario, que ha leído "El Quijote" «seis veces de un tirón y otras muchas a trozos», le dio por esta locura cuando su maestro José Rodríguez Dumont le hizo leer el libro de Miguel de Cervantes por primera vez cuando no había cumplido los doce años. Desde entonces sueña con reencarnarse en "Don Quixote de la Alpuxarra".
En una vistosa vitrina que hay en el aula se exhibe un "quijote" enviado por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. En la dedicatoria pone que el libro de Cervantes es universal porque «sus personajes continúan entre nosotros, con nombres diferentes pero con las mismas inquietudes». Igual dedicatoria hubiera servido para una novela picaresca con Bárcenas de protagonista, piensa el cronista.
-Ponga usted que ningún ser real o imaginario, exceptuando a Jesucristo, es tan conocido como Don Quijote -reflexiona el viejo bibliotecario, que a fuerza de leer el libro se le ha puesto rostro cervantino-.
Guiris y hippies
En Órgiva los habitantes dividen a los foráneos en dos categorías: guiris y hippies. Los guiris son los que se han comprado cortijos o casas en el campo y han decidido vivir en la naturaleza (ejemplo, Christ Stewart, autor de "Entre limones") y hippies los que han buscado asentamientos en Beneficio, el Morreón o Los Cigarrones, y pasean por las calles con sus rastas y sus pies negros (ejemplo, el tipo de la barba roja mencionado anteriormente).
-Aquí, por lo general, la gente es tolerante con los extranjeros. La verdad es que no dan demasiados problemas. Quizás el único delito es el cultivo de maría, que muchos practican. A veces hemos encontrado terrenos con miles de plantas de marihuana.
Quien habla es un guardia civil, Valentín, que lleva 38 años en la Benemérita y ahora es el encargado de la vigilancia en el juzgado. Dice que todos sus años de experiencia le dan derecho a decir que la seguridad en aquella comarca se puede calificar de aceptable
-Hombre, es que aquí el que delinque sabe que no hay salida. A los malos los cogemos enseguida, solo tenemos que cortar la carretera.
Valentín es de los que piensa que la Alpujarra es un bien natural que no hemos sabido explotarlo. Y cuando se despide del cronista le espeta:
-La Alpujarra se la han cargado los alpujarreños. Póngalo.
Adolfo Martín Padial ha sido quince años alcalde, siete durante la dictadura y ocho en la democracia. Es un hombre simpático que no ha perdido la afición por la lectura (va con un brazado de periódicos debajo del brazo) y sus ganas de vivir. Sus anécdotas más jugosas las encuadra en su primera etapa de regidor, cuando un jefazo del Movimiento pasó por el pueblo y vio que en una casa habían puesto una bandera roja en el tejado. Pidió explicaciones a Adolfo, que no tuvo más remedio que acercarse a la casa a ver esa bandera roja.
-La habían puesto los albañiles, pero no era una bandera comunista ni ná. Lo que pasa es que aquí siempre que se terminaba una casa se ponía un trapo en el tejado. Y como no tenían de otro color?
Lo de poner un símbolo para decir que se ha acabado algo ya lo puso en práctica muchos años antes Don Juan de Austria, que colocó una cruz de hierro en la verja de la iglesia para dejar sentado que se había acabado la llamada "Guerra de las Alpujarras". El fin de la Reconquista. Como yo tampoco tengo trapo a mano, pondré solo la palabra "fin" a esta crónica.
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