Ella es de Indonesia, él de Francia. Murtianí y Bachtiar Lorot recorren el mundo guiados por los proyectos de Desarrollo Rural y Agricultura con los que él trabaja
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IRENE RIVAS | ÓRGIVA
Bachtiar y Murtianí, fotografiados en un apacible rincón de su casa alpujarreña. :: I. RIVAS
Llegaron por casualidad, como cuentan que ocurren estas cosas a veces; Murtianí Lorot se había roto un ligamento y las vacaciones organizadas tuvieron que pasar de unas pistas de esquí al clima cálido de Marbella, lo que propició una visita fugaz a Órgiva para saludar a Ronimund H. von Bissing. Fue en aquella primavera del 95 cuando esta mujer se enamoró de la tierra del cielo azul profundo y los olivos centenarios, del olor a azahar, de las sensaciones. Del calor y el color. «De las flores como mariposas rojas que estaban en todas partes»: las amapolas.
Volvieron a Francia, a su vida de siempre. Y, desde el recuerdo, pensaron que su hogar se encontraba en la Alpujarra. Compraron una casa, la diseñaron junto a su amigo suizo-alpujarreño Mark y la construyó gente del pueblo con los que ahora se llaman amigos. Es una casa espaciosa, vacía de chismes y llena de luz. De colores. El escuadrón de ventanas que puebla las paredes está salpicado de buganvillas que se cuelan al amparo de unos muros gruesos. El paso entre estancias está abierto. Pocas puertas. Muchas ventanas. Mucho verde. Y luz. Espacio y luz.
«La naturaleza es muy importante aquí -explica Murtianí-. La casa está siempre abierta porque me gusta verlo todo, todo el día. Es como un regalo». Por eso se le escapa algún que otro «oh, ya ha terminado», cuando tienen que dejar su casa por trabajo y marcharse. Pero vuelven. Lo hacen una y otra vez desde los últimos 15 años. «Para mí, que trabajo en muchos sitios -explica Bachtiar-, venir aquí no es venir a vivir unas vacaciones sin más, es volver a mi sitio para descansar y sentir». Dicen de la Alpujarra que poco tiene que ver con el tumulto de las ciudades, que es un sitio de calma con «una energía diferente que no hay en otra parte». La misma que ha llevado a otros muchas personas a instalarse en esa tierra. «Creo que todos venimos porque sentimos que es aquí. La vida es agitada y hay problemas pero aquí se puede respirar».
Se sintieron muy bien recibidos al llegar. «Yo necesito integrarme para entender, igual que hago en mi trabajo -cuenta él. Por eso quiero estar cerca de las personas, para absorber la cultura y la manera de vivir». Y el regusto que les deja la Alpujarra tiene que ver con la unión del norte de África y el sur de Europa que se da en Andalucía y la mezcla apreciable en los rasgos de la gente; una composición tremendamente atractiva. Comparte Bachtiar que «hay una historia y una expresión cultural y artística que me gusta sentir. Este espacio es muy especial porque es el lugar en el que muchas culturas han vivido en paz y ese, para mí, es el punto fuerte de este sitio, el que me hace sentir bien y me emociona. No hay muchos espacios en el mundo como éste».
A pesar de los tres lustros que llevan entre alpujarreños, aseguran que no pasan tanto tiempo como les gustaría pero que cuentan con amigos de la tierra. Exactamente igual que su hijo, de diez años y nacido en Beirut, que estuvo matriculado el pasado curso y que habla español gracias a las clases y los amigos que ha hecho -el pequeño ya habla dos idiomas frente a los cuatro que habla su hermana, de 20 años, y que también estuvo matriculada en el colegio del pueblo cuando era pequeña-. La pareja ha pasado por Túnez, Uzbekistán, Beirut y Argelia. Mientras esperan nuevo destino aguardan en casa, en la misma que años atrás decidieron alquilar mientras estaban fuera y a la que no pudieron volver hasta que quedara vacía. Esa que han decidido no arrendar más por el momento. Su refugio. Su hogar. Los muros gruesos plagados de ventanas, las plantas caprichosas que se cuelan al interior y un estanque enorme y verde en el que su hijo soltó algunos pececillos que se han multiplicado en número y volumen.
Fiestas
Sonríen al recordar la primera vez que vivieron las fiestas del Cristo de la Expiración de Órgiva, celebración durante la que se tiran una cantidad importante de cohetes y el olor a pólvora es intenso. «Yo no sabía lo que significaba saltar hasta el techo hasta que viví aquello- explica Murtianí-. Queríamos verlo todo bien y nos colocamos frente a la Iglesia -zona normalmente desierta por la potencia del estruendo-, no razonábamos por qué no había gente allí. Nos situamos frente a los petardos y cuando vino Protección Civil no entendíamos bien lo que decían. hasta que empezó a explotar aquello. Entonces lo entendimos todo».
Él echa de menos algún restaurante francés y ella los libros, porque dice que su español no es tan bueno. Pero están en su casa y seguirán viniendo siempre que puedan. Cuando la gente le pregunta a Bachtiar por qué no vive en París, tiene dos respuestas: la primera, para aquellos que preguntan sin escuchar, es que su abuela era de Burgos (cosa que es cierta). La segunda, para el resto, es la que han leído a lo largo de esta crónica: por la sencilla razón de que siente paz.
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