Este joven rumano llegó con 14 años a Motril y ahora tiene 24. Ha trabajado «lo que ha hecho falta» y ahora se dedica a reparar ordenadores y coches. Considera que los andaluces «son gente apañada»
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INMA SÁNCHEZ | GRANADA
Gabriel (izquierda), con su madre y hermano. :: I. SÁNCHEZ
Natural de Tulcea, ciudad rumana a los pies del Mar Negro, en el delta del río Danubio, Gabriel Bogdan Sharandache tiene tan solo 24 años, pero las ideas muy claras. Llegó con 14 años a Motril siguiendo los pasos de su progenitor, que antes estuvo un tiempo en Madrid. El buen clima de España y la delicada situación económica de Rumanía animaron a sus padres a buscar lejos de su tierra un futuro mejor para la familia. Regentaban en Tulcea -ciudad turística y cosmopolita, con un floreciente puerto de mar- un pequeño supermercado, pero decidieron probar fortuna en la capital de la Costa Tropical, donde tenían unos paisanos.
Emprendedor y un verdadero manitas pronto dejó los estudios «porque no acababa de adaptarme y quería ponerme a trabajar». Primero en un lavadero de coches, después de pintor, cristalero, repartiendo pollos, en una finca de aguacates, en la obra con su padre. «Lo que ha hecho falta, nunca he dicho que no a un trabajo», subraya. Le encanta la electricidad, la mecánica, la informática... y cuando la construcción se derrumbó se dedicó a reparar ordenadores y coches.
Aunque se ha recorrido parte de Europa con su padre, que trabaja de camionero, solo ha vuelto una vez a su ciudad. Actualmente es autónomo y se encarga del mantenimiento de Magesfin, empresa de administración de fincas urbanas y del mantenimiento de dos institutos. Confiesa que su situación laboral es buena, aunque se siente limitado por la falta de liquidez, ya que le gustaría emprender algún negocio. Aspira a ser un pequeño empresario y aprovechar lo que «me ofrezca la vida». Considera que la crisis ofrece una oportunidad idónea para innovar. «Si tuviera algo de dinero apostaría por algún negocio, algo novedoso que interese al público», aclara.
Formar una familia
Aunque echa de menos su tierra, confiesa no sentirse de ningún lado. «Si volviera a Tulcea sería un extranjero y tendría que volver a empezar desde cero», sostiene. Allí viven sus abuelos maternos y algún tío, porque su padre es oriundo de una ciudad cercana a Bucarest y no ha tenido casi relación con su familia paterna. Considera que la situación económica de Rumanía es hoy muy similar a la española. Aunque ahora allí hay más trabajo, se gana menos dinero que en España, aclara. Actualmente tiene pareja, una joven rumana con la que aspira a formar una familia. «Aunque primero quiero asegurarme el aspecto laboral antes que el personal», matiza.
Confiesa sentirse limitado por las leyes de extranjería, cada vez más estrictas con los inmigrantes. Dice que son temas que le hacen sentirse desubicado: «No soy de aquí ni de allá, pero me afectan las cosas como si acabara de llegar», señala. Está intentando obtener la ciudadanía, pero «cada vez ponen más pegas». Mantiene que los políticos son iguales en todos lados y que el problema de este país es que se hacen más cosas en 'B' que en 'A'. Piensa que España ha tenido suerte porque ha disfrutado de los buenos tiempos de la Unión Europea. «En Rumanía estamos acostumbrados a la crisis, hemos tenido siempre malos tiempos». Allí se gana menos, pero se paga menos de autónomos y de IVA, «por eso también hay menos paro».
Considera que los andaluces, aunque «muy nerviosos», son «gente apañada», con un carácter similar al de los rumanos. Afirma estar muy agradecido «porque todo lo que sé lo he aprendido de los españoles». Satisfecho de residir en Motril, una localidad grande, donde se conoce todo el mundo y en el que se maneja bien. No tiene intención de irse, «porque ahora me va bien y tengo buenas amistades». Dice no comprender la actitud de los jóvenes españoles, «la mayoría con más ganas de divertirse que de trabajar o estudiar».
Camelia, su madre, reconoce que le gusta la comida española, más sana que la rumana a su juicio y, sobre todo, le encanta el clima, ya que en Rumanía hay solo cuatro meses de buen tiempo y el resto del año es bastante frío, señala. Su hermano Georgiam es un joven de 18 años, al que le encantan las consolas y los ordenadores. Aún no sabe a qué dedicarse. Aunque hace algún trabajo, asegura disfrutar mucho con los amigos y asegura que le encanta Motril.
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