lunes, 5 de septiembre de 2016

El jardín como arte moderno granadahoy.com

Gustave Caillebotte, hombre singular y pintor extraño, plasmó en sus pinturas su pasión por la jardinería, rasgo en el que centra la exposición que le dedica el Thyssen de Madrid
J. BOSCO DÍAZ-URMENETA MADRID |

A Gustave Caillebotte (París, 1848 - Gennevilliers, 1894) se le conoce sobre todo por su conflictivo testamento. Hombre con recursos económicos adquirió, por afición (y a veces por solidaridad), numerosos cuadros impresionistas y dispuso que a su muerte pasaran al Estado y se conservaran en el Museo de Luxemburgo y después en el Louvre. Pero el legado, generoso y también político, planteaba un dilema: si los académicos aceptaban los cuadros, reconocían las locurasimpresionistas y las daban por buenas, y si los rechazaban ¿cómo explicaría el Senado, responsable del museo, el rechazo de un patrimonio? 

El contencioso duró dos años. Renoir, albacea de la herencia, pese a emplearse a fondo solamente consiguió que se aceptaran 40 obras. Se expusieron además de modo inadecuado y a punto estuvieron de ser descolgadas, dado el afán de Jean-Léon Jerôme, pintor más erótico que académico, que recogió firmas para que se excluyeran definitivamente del museo. Sólo en 1929 acabó aceptándolas el Louvre. Hoy pueden verse en el Museo d'Orsay 

Además de tener visión política, Caillebotte era pintor, deportista y jardinero. Este último rasgo centra la muestra pero no faltan alusiones a su afición a los deportes náuticos ni a su orgullo de coleccionista: en su autorretrato se percibe tras él un Renoir, Le Moulin de la Galette

Caillebotte fue un pintor extraño. Cultivaba las perspectivas urbanas con el entusiasmo de quien ama la ciudad. Se advierte en el boceto Una calle de París bajo la lluvia, en el lienzo Balcón del Boulevard Hausmann y en la extraña perspectiva de un árbol de ese bulevar visto desde arriba. También llaman su atención los espacios creados por las obras públicas como indican su estudio para Le Pont de l'Europe y el lienzo El Sena y el puente de ferrocarril de Argenteuil

Pero este convencido urbanita tiene debilidad por el jardín. Es una inclinación que comparte con muchos impresionistas. El jardín ha sido objeto poético para culturas muy diversas que lo han tratado de formas muy distintas. También tiene características propias en una cultura como la moderna, que se distancia de la naturaleza. La ciudad se aparta de los tiempos naturales. Como centro industrial, comercial y administrativo, tiene otros tiempos: el que mide el trabajo, el que marcan los ciclos del mercado o el que fijan los plazos de finanzas y administraciones. Circundada además de industrias, redes ferroviarias y vertederos, también se aleja del entorno natural. El jardín se hace entonces necesario: las administraciones prodigan jardines públicos (parques, paseos, plazas) y quienes pueden permitírselo lo incorporan a su casa. Así lo harán también los pintores. Algunos, Monet y el propio Caillebotte, lo conciben como una nueva forma de arte. 

Así descrito, puede parecer una reacción tardorromántica pero el jardín moderno debe mucho a la ciencia, el mercado y la técnica. El mercado proporciona plantas sofisticadas y al mercado recurre Caillebotte para llevar tierra fértil a su jardín de Gennevilliers. Por otra parte, se quieren lograr nuevas especies mediante cruces y polinizaciones, y para ello es precisa la orientación de la ciencia. La técnica, por fin, puede construir invernaderos eficaces para conservar plantas de climas cálidos y diseñar sistemas de riego. Caillebotte instala uno bastante complicado que no duda en recomendar a Monet. Esto no impide que el jardín conviva con el huerto, sea por el placer de consumir productos propios o por independizarse del mercado (como pretende Pissarro, dadas sus convicciones anarquistas. 


Caillebotte disfrutó del jardín familiar en Yerres y del que hizo con su hermano Martial, en Petit Gennevilliers, donde pasaría los últimos ocho años de su vida. Del primero hay en la muestra un atractivo lienzo, El muro del huerto, en el que luz y geometría cooperan con éxito. Tiene una extraña afinidad con un sugerente paisaje construido en bandas paralelas, Campos en la llanura de Gennevilliers, estudio en amarillo y rosa. Es un paisaje ascético (puesto que se reduce a un gran plano) pero a la vez cargado de sensualidad por la fuerza del color. En parecido sentido,Camino del jardín y macizo de dalias, cuadro hecho ya en Gennevilliers. Construye el cuadro con alto punto de vista y la exacta geometría del camino (de perspectiva algo forzada) contrasta con las formas orgánicas y el color brillante de las flores. Algo diferente es Las rosas, un cuadro donde las flores se enfrentan a la figura de Charlotte Berthier, compañera sentimental del pintor, situada entre dos lejanos muros de flores violetas. Destacan finalmente los cuadros dedicados a dalias-cactus, gladiolos, orquídeas y capuchinas. En ellos, el pintor y el amante de las flores meditan, dialogan o debaten sobre cuál es, en el jardín y en el cuadro, el alcance de la forma.

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