La profesora María Espejo comparte su experiencia personal y profesional en un libro y anima a todos los progenitores a hablar a sus hijos en inglés aunque no tengan un gran nivel
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INÉS GALLASTEGUI | GRANADA
La profesora y filóloga María Espejo Quijada (Ciudad Real, 1976) acaba de publicar el libro ‘Guía práctica de bilingüismo’ (Ed. Toromítico), en el que comparte su experiencia en la aplicación del método ‘One parent, one language’ (OPOL, Un padre, un idioma) con sus hijos. Básicamente, el método consiste en que cada progenitor habla a los niños en una lengua –en su caso, el padre en español y la madre en inglés–, aunque su lengua materna sea la de Cervantes. María Espejo asegura que no es necesario tener un altísimo nivel de inglés –ella habla también francés, alemán e italiano– para trabajar por el bilingüismo de los hijos. Lo importante, afirma, es aprovechar todas las oportunidades y recursos que nos ofrece la sociedad moderna para aumentar al máximo el tiempo de exposición de los niños a la llamada «lengua meta»: por ejemplo, ver los dibujos animados y las películas, escuchar música y leer libros en su idioma original, tener amigos bilingües, viajar al extranjero, acudir a escuelas de inmersión idiomática o contratar una ‘au pair’. «Más es más», insiste la autora.
El concepto OPOL surgió a principios del siglo XX, cuando algunos expertos se dieron cuenta de que los niños cuyos padres hablaban idiomas diferentes aprendían fácilmente los dos al mismo tiempo sin mezclarlos ni confundirlos. Sus observaciones se convirtieron en un método aplicado durante décadas por miles de matrimonios ‘mixtos’. Sin embargo, la importancia que hoy en día tiene conocer al menos una lengua extranjera ha animado a algunos padres a iniciar esa aventura incluso cuando el idioma que se pretende introducir no es el suyo. Este es el caso de María Espejo y su marido: ya desde el nacimiento de su primera hija el inglés sonaba en su casa en forma de canciones, juegos y películas. Cuando la pequeña cumplió tres años y el bebé, uno, dieron el salto: ella se dirige siempre a los niños en inglés, él siempre en español. La consistencia es fundamental.
El libro aporta numerosas claves y consejos:es muy importante planificar el proceso y explicarlo bien en el entorno, tanto a los propios niños como al resto de la familia. «La abuela puede estar muy orgullosa de que los nietos sepan inglés, pero no le hace tanta gracia no entenderlos cuando están hablando con su madre», resalta la profesora manchega, que, sin embargo, recomienda «no dar la posibilidad de opinar» a los parientes. «De todos modos, hay soluciones: mi hija, por ejemplo, traduce para sus abuelos», señala.
Envidia sana
La autora, profesora en un instituto de Alcázar de San Juan, admite que, al principio, tenía miedo de que su postura fuera rechazada por ser considerada «esnob». Y aunque se ha encontrado en situaciones graciosas por hablar inglés con sus hijos en la calle –algunos amiguitos les preguntan por qué su madre habla «raro»–, en general ha encontrado «mucho apoyo y envidia sana». De hecho, el libro nació de ahí: «En el parque muchos padres nos preguntaban cómo conseguíamos que nuestros hijos entendieran y hablaran inglés siendo tan pequeños y nos lanzamos a contarlo a gran escala».
La especialista asegura que no es necesario saber un segundo idioma para ayudar a los niños a ser bilingües: «No todas las familias son iguales ni todos los niños son iguales. Debemos jugar con las herramientas que tenemos. Hay que ser realistas: cada uno pone lo que tiene. En el libro hay recursos para padres que saben y para padres que no saben otra lengua».
Para quienes conozcan un segundo idioma pero no puedan superar la timidez y no deseen hablarla en la calle, existe el método de la lengua minoritaria en casa, que consiste en que los dos progenitores se dirigen a los niños en la «lengua meta» en el hogar y dejan el idioma dominante para la calle y la escuela. Este método tiene más sentido cuando la familia se traslada a otro país y se esfuerza porque los niños no pierdan su cultura de origen. «Si nos da vergüenza, podemos empezar por ahí. Cuando hayamos conseguido unas horas de práctica quizá nos cueste menos», aventura.
El apoyo de los padres al bilingüismo de los niños no solo se traduce en ventajas para los críos –mejora su desarrollo cognitivo y su capacidad para aprender nuevas lenguas–, sino que también puede ser positivo para ellos mismos. «Mi marido no sabe tanto inglés como yo y se ha tenido que poner las pilas porque, si no, no nos entendía», ejemplifica la autora.
Aunque lo ideal es empezar desde el nacimiento, el apoyo al bilingüismo puede comenzar en cualquier momento. «Normalmente se suele poner como límite la edad de los 12 años, pero mucha gente aprende idiomas bastante después», subraya Espejo, que comenzó a aprender francés en la EGB, inglés a los 16 años, italiano a los 18 y alemán a los 22.
El amor es universal
Uno de los obstáculos para aplicar el método OPOL es su falta de naturalidad. «A veces cuesta», reconoce la profesora, que recuerda una noche en urgencias con su hijo menor en la que decidió ‘regresar’ a su lengua materna para hacerle los mimos que el momento exigía. «Pero en realidad, los niños entienden los abrazos, los besos y que los quieres, y eso se lo puedes decir en cualquier idioma. Al principio me costó, pero después va solo. Ya ni lo pienso: les hablo en inglés y ellos me responden en inglés. Sale natural aunque no sea natural. La experiencia es gratificante», reflexiona.
«El avance de mis hijos es espectacular: son resultados que ni siquiera yo me esperaba. Hablan muy bien –afirma–. Como soy profesora de inglés, tengo muchos amigos que lo son también, y cuando los oyen se sorprenden». Tan buenos son los frutos de su esfuerzo, que la familia ya se plantea dar un paso más e introducir una tercera lengua: el francés. «Pero aún no hemos decidido cómo. Aún estamos barajando opciones», concluye María Espejo.
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