Abraham Haim, presidente de la comunidad sefardí de Jerusalén./Isabel B Permuy
Abraham Haim nació en Jerusalén en 1946. Su castellano (su sefardí) recarga las pes y la ces, creando una bonita música remota y a la vez familiar. Su maletín incluye una amplia gama de conocimientos: es historiador del Oriente Medio, filólogo del árabe, hispanista y medievalista desde la perspectiva judía, catedrático de la Universidad de Tel Aviv, asesor de la Autoridad Nacional del Ladino y ex ministro de Educación y Cultura de Israel. España, dice, no es un recurso a la nostalgia sino simple y llanamente su "casa".
-¿Debe España pedir perdón a los judíos por 1492?
-Los tres acontecimientos más graves de la historia del pueblo judío son la destrucción del segundo templo de Jerusalén, el Holocausto y la expulsión de los sefardíes. La Alemania moderna y otros ex aliados del nazismo han pedido, cada uno a su manera, disculpas. Pero en España el perdón no es necesario. Mejor revocar el edicto de expulsión, que jurídicamente era eterno. Se hizo en varias etapas, a partir de la Constitución de 1869. Los gestos de los gobiernos españoles y otras instituciones económicas y sociales son suficientes.
-Y al revés: ¿exigir siempre el perdón no eterniza el victimismo?
-El milagro del pueblo judío en general y de las comunidades sefarditas en particular es que no guardamos ningún rencor a España. A pesar de la distancia de siglos, la cultura sefardí se ha mantenido. Y el amor a España también.
-¿Por qué ese milagro?
-Siempre pensaron volver a España. Y eso de guardar las llaves yo lo veo como una mezcla de nostalgia y leyenda, pero es muy simbólico. No consideramos España un refugio temporal: nos expulsaron de nuestra casa. Como en el caso de los sefardíes la tierra prometida no estaba en nuestras manos [el Estado de Israel se creó en 1948], durante siglos se añoró España. Este sentimiento no se limitó a la generación de los expulsados. Cuando vengo a España siempre digo que yo no me siento ajeno aquí. Amo a España. No hay otro país igual para mí.
-¿Cuántos sefarditas sobrevivieron convirtiéndose?
-Nunca tendremos las cifras exactas, pero acepto la conclusión de un gran hispanista israelí que decía que más o menos en la España de entonces vivían 600.000. Un tercio murió en persecuciones, matanzas y juicios de la Inquisición; un tercio fue expulsado; y un tercio se convirtió. Los conversos no sólo han contribuido a la cultura española del siglo de oro, ellos fueron el puente entre el mundo sefardí y el cristianismo español.
-Con las expulsiones de judíos y moriscos, España cometió el error de renunciar a un enorme capital humano.
-Ya lo dijo el marqués de Villanueva: hemos perdido el tren de la modernización de Europa y nos hemos quedado con autos de fe y corridas de toros.
-¿Se va a morir el idioma sefardí?
-Sobrevivirá. No va a ser una lengua cotidiana ni materna, pero estará en los textos, se puede aprender, hay hoy libros de gramática sefardí que mi abuela, que lo hablaba perfectamente, no conocía. En algunas universidades incluso se imparten clases de esta lengua. Las conferencias se olvidan, pero la palabra escrita o grabada se queda.
-El yiddish, sin embargo, goza de excelente salud.
-Hay una razón clave: los ultraortodoxos askenazíes. Este grupo considera que la lengua hebrea es sagrada y no debe utilizarse en la vida cotidiana. Y por eso aquellos niños que van a los colegios conservadores siguen aprendiendo y utilizando el yiddish, que tiene en este sentido una gran ventaja sobre la lengua sefardí.
-¿Cuánto hay de mito en la ayuda que supuestamente prestó Franco a judíos de toda Europa durante el nazismo?
-Primero dijeron que Franco era de origen judío. Su apellido es común entre judíos sefarditas y no judíos. Una tía de mi madre, por ejemplo, se casó con un rabino Franco en Hebrón. Ahora, amar o no amar a los judíos era otra cosa. Yo creo que pensaba en los intereses de su país. Hace poco se publicaron unos documentos que acusan a Franco de actuar contra los judíos. El hecho de que algunos miles de judíos se salvasen se debió más bien al coraje de algunos diplomáticos que actuaron sin preguntar al régimen.
-Hábleme de viejos sefarditas ilustres.
-Un ejemplo de la España musulmana sería Samuel Ibn Nagrella. En términos de un Estado moderno tenía mucho poder: fue presidente del Gobierno, ministro de Defensa, jefe de Estado mayor y encabezó 19 batallas contra los enemigos del Rey de Granada. Además, su formación fue enorme: era rabino, juez y poeta.
-¿Y de la España cristiana?
-Samuel ha-Leví Abulafia, la mano derecha de Pedro I el Cruel. Él construyó su casa en la judería de Toledo, aunque hoy se conozca como la casa del Greco. Tenía muchos terrenos en Toledo y Sevilla.
-Y está el cordobés Maimónides...
-... Teólogo, filósofo y médico que conocía bien las matemáticas y la astronomía. Sus libros se consideran otra piedra angular de la fe judía, a pesar de la controversia que despertaba a finales del siglo XII, todavía en vida, y hasta el siglo XIV. Nació en Córdoba pero pasó gran parte de su vida en El Cairo y fue médico de cabecera del sultán Saladino.
-Gallardón anunció que España concederá la doble nacionalidad a los sefardíes que acrediten tal condición.
-Ya lo propuso Primo de Rivera con un decreto en 1924. Durante la Segunda Guerra Mundial también se concedieron pasaportes, y no sólo a los sefardíes. La historia de los judíos se resume con tres palabras de la misma raíz: encuentro, desencuentro y reencuentro. El paso del Gobierno actual es muy natural en relación con estos vínculos especiales. Los sefardíes, por cierto, son los andaluces de Israel.
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