Weisman es un gigante de la liga de Tom Wolfe o Gay
Talese. Como ellos, es un periodista de raza, curioso, aventurero e
incondicionalmente freelance.
Fede Durán
-Somos
7.200 millones de humanos en la Tierra y deberíamos ser 1.500 para que
el planeta no colapse. Sin embargo, la vía china de un hijo por pareja
nunca le gustó. -Las dinastías chinas e incluso el comunismo
han habituado a la gente a obedecer. Pero la cuestión de controlar la
natalidad es muy delicada por el instinto humano y de vida que comparten
todas las especies. Cada organismo fue creado para hacer copias extra.
Hacer el amor es una de las cosas más atractivas de la existencia y
encima es gratis: hasta los más pobres lo tienen al alcance. Si un
gobierno nos dice que no hagamos copias, nos sentimos muy restringidos.
Incluso los chinos desaprobaban esa política.
-¿Qué habría pasado sin el freno oficial?
-La
política china de hijo único fue implementada después de la hambruna
más severa de la historia: alrededor de 40 millones de personas murieron
de hambre. Era una medida de emergencia. Si no hubieran hecho eso,
habría hoy 400 millones de chinos más. Pese a ese dique, China intenta
controlar hoy un desastre ecológico. Pero me he topado con muchos países
que han planificado no de forma draconiana sino voluntaria: es una
cuestión de concienciar a la gente de que las familias con menos hijos
son la mejor opción. Por razones económicas también.
-Menos población significa menos crecimiento, dirán algunos prohombres.
-Imagine
que es el jefe de una gran empresa y acude a uno de esos economistas
procrecimiento para pedirle consejo. Lo primero que le dirá es que tiene
que apretarse el cinturón, hacerse más eficiente y despedir al 25% de
la plantilla. Pero en cambio, demográficamente, quieren que crezcamos y
crezcamos. Tenemos que reclutar a menos personas y debemos dejar que las
cosas pasen paulatinamente: la gente se jubila o muere y la reemplazas
con menos personas que asumen el mismo trabajo más eficazmente. El
trabajador estaría más cotizado. La riqueza per cápita no caería. A lo
mejor la del país sí, pero lo que importa son los seres humanos. Habría
menos viajes a Disneylandia y más picnics. ¿Qué tiene de malo eso si la
naturaleza se está recuperando? Es la única forma de mantener una raza
sostenible.
-Japón está justo en esa dinámica menguante.
-Japón
inició la Segunda Guerra Mundial por razones de superpoblación:
necesitaba más campo e invadió Manchuria. Tras la guerra volvieron sus
soldados y claro, habían echado tanto de menos a sus señoras que un país
superpoblado añadió a la cuenta diez millones más. Por haber perdido la
guerra la economía estaba en ruinas. Comenzaron a morir de hambre. Una
solución (1949) fue legalizar el aborto. Hoy tenemos a una generación
del boom demográfico interrumpido que es muy pequeña en comparación con
la anterior, con un nivel de educación muy alto, y siempre digo que el
mejor anticonceptivo de todos es la educación femenina, porque la mujer
pospone sus hijos a sus estudios y luego a un trabajo interesante que no
es posible si tiene siete niños colgando de sus faldas.
-¿Pueden los robots paliar el envejecimiento de la población?
-Hay
un laboratorio japonés que investiga si la tecnología puede reemplazar
la mano de obra y hasta cierto punto es así. El robot puede llevar al
anciano al baño y depositarlo suavemente en el excusado, pero limpiarlo
es otra cosa. Hay un límite para las máquinas. Somos necesarios todavía.
-Se silencian debates asociados a la superpoblación como el energético. Ya hay viviendas autosuficientes.
-Si
estamos hablando del consumo, el producto más valioso en cuanto a
ingresos es la energía. Cuando se habla de reducir el consumo, pensamos
en tener menos coches o encender menos luces... pero esto no es muy
significativo. Sí lo es que todos los seres humanos necesitan energía,
mayoritariamente electricidad y combustible fósil para moverse. Los
paneles solares o las turbinas eólicas funcionan muy deficientemente aún
en un coche. El hecho es que podemos hacerlo mucho mejor con las
energías alternativas. Alemania está invirtiendo mucho, pero claro, es
la economía más próspera del mundo. Ellos pueden permitírselo. Maneras
hay. Por la misma cantidad de dinero y los mismos beneficios, los
magnates que levantan una planta de carbón podrían invertir en paneles
solares e instalarlos en los techos de todas las casas. La gente no
quiere comprar paneles porque son muy caros. Les pagaríamos mensualmente
por una electricidad que no castiga la atmósfera.
-Pongámonos en lo peor. La Tierra colapsa. ¿Colonizaríamos la Luna?
-Hay
dos razones por las que es imposible. Montar una colonia permanente
implica una comprensión casi infinita de la ecología. Estamos acabando
con la biodiversidad a un ritmo que no se había visto desde que se
extinguieron los dinosaurios. El asteroide somos nosotros ahora. Para
intentar sobrevivir en una colonia espacial tendríamos que saber qué
necesitamos mantener para nutrir nuestras vidas y limpiar y reciclar
nuestra atmósfera. Hubo un experimento en Arizona que se llama Biosfera
2: probablemente fue el más importante del siglo XX y consistía en
intentar replicar el ecosistema. La razón de su importancia no radica en
su éxito sino en su fracaso: nos enseñó que es imposible predecir todo
lo necesario para sobrevivir.
-¿Y la segunda?
-No
tenemos la tecnología para llegar allí masivamente. Estamos atascados
en la Tierra, y tenemos que aprender a tratarla bien para no joderla. Al
mundo no le importamos un pedo. Ha salido de cinco extinciones, con el
90% de las especies desaparecidas, pero luego siempre hubo una
fertilidad fabulosa y otra explosión. Eso pasará tras nosotros. Lo que
quiero es que se mantenga el medio ambiente que nos dio la oportunidad
de vivir de una manera tan linda.
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