El Cuarteto Casals presenta en
Harmonia Mundi un registro de 'Las siete últimas palabras de Nuestro
Redentor en la Cruz', obra que Joseph Haydn compuso para una cofradía
gaditana
Pablo J. Vayón
Fundado
en la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid en 1997, el
Cuarteto Casals (Vera Martínez Mehner y Abel Tomás Realp, violines;
Jonathan Brown, viola y Arnau Tomás Realp, violonchelo) es el principal
activo de la música española en el terreno camerístico internacional. El
grupo nació en un momento en el que la irrelevancia de la escuela de
cuerda española era casi absoluta, y Vera Martínez Mehner siente que
ahora las cosas están cambiando y que en ello su decisión de conformarse
como cuarteto estable tuvo bastante que ver: "Sí, pienso que abrimos un
camino que no existía para otros músicos españoles. En España no había
cuartetos estables, y que ahora vayan apareciendo algunos es muy
importante y muy sano. Aparte algunos nombres históricos como los de
Sarasate o Casals, la cuerda nunca ha tenido un estatus alto en España, y
se está produciendo un cambio tremendo: por ejemplo, hace dos años un
viola español sacó una plaza en la Filarmónica de Berlín. Hace 20 años,
esto era prácticamente impensable".
-¿Qué importancia tiene en ese despertar una institución como la Escuela Reina Sofía?
-Absoluta. Ha sido un antes y un después. Son muchos los profesores de conservatorio y los instrumentistas de orquestas, dentro y fuera de España, a los que conozco por haber coincidido conmigo en la escuela. La Reina Sofía es una escuela pequeña, que permite un trato muy directo, y además se contrataron profesores fabulosos, que hicieron un seguimiento muy personalizado del alumno, con dos clases individuales a la semana. Han hecho muchísimo por subir el nivel de la cuerda en España.
-Presentan ahora en CD la versión para cuarteto de Las siete últimas palabras de Nuestro Redentor en la Cruz de Haydn, una obra que hicieron hace unos años en la Santa Cueva de Cádiz, el espacio para el que fue compuesta, ¿cómo resultó aquella experiencia?
-Fue muy especial. Poder tocar una obra justo desde donde fue comisionada es un lujo, y algo raro a la vez, no es fácil interpretar una obra con más de 200 años en el sitio donde se estrenó. Te haces una imagen distinta de la obra al ver ese espacio, dónde se colocó el orador, dónde los músicos…
-¿Qué papel juega la obra dentro de la producción de cuartetos de Haydn?
-Haydn la tenía en alta estima, la consideraba una de sus obras más logradas, y yo estoy de acuerdo. Lo curioso es que son ocho movimientos lentos, un formato muy extraño, que se entiende por las palabras y los sermones que se pronunciaban entre cada movimiento, pero aun así resulta curioso. Shostakovich tiene también algunos cuartetos construidos con movimientos lentos, pero son mucho más recientes, claro.
-Desde el punto de vista de la interpretación, ¿cómo solventa ese riesgo de falta de variedad un cuarteto de cuerdas, que ni siquiera tiene las opciones de color de la versión orquestal?
-Cada movimiento tiene su propio carácter, hay uno escrito en pizzicato, otro con una voz superior principal acompañada, otro en que los motivos se mueven entre los cuatro instrumentos... Creo que eso es suficiente para obtener variedad, que siempre se consigue dentro de un ambiente muy meditativo. Es una obra verdaderamente excepcional, de una inspiración altísima. Y aunque la primera versión que escribió Haydn era orquestal, esta para cuarteto de cuerdas es de una calidad tan alta que no echamos de menos para nada la tímbrica de la orquesta. Lo que sí me gusta es incorporar al orador, lo que a veces no puede hacerse por razones técnicas.
-¿Qué diferencias encuentra a la hora de afrontar esta obra en relación a otros cuartetos de Haydn, como los de la Op.33, que también grabaron?
-Es completamente diferente, pero sólo a la hora de programarlo en concierto. Las Siete últimas palabras dura una hora, y con qué la juntas, puedes a lo mejor hacerlo con el Cuarteto nº15 de Shostakovich, pero entonces te sale un concierto algo tétrico, para un público muy concreto. No sería un concierto fácil. Requeriría un estado de ánimo y de conciencia especial. Viene siempre bien tener el orador, pero eso también te limita a la hora de programarla. Para grabar no hay diferencias, esta es una música inspiradora, maravillosa.
-¿Qué piensa del uso de instrumentos de época en la interpretación de la música del Clasicismo y del Romanticismo?
-Me parece acertadísimo. Es algo que nosotros mismos nos planteamos hace unos años, pero resultaba inviable a nivel práctico, porque nos gusta plantear programas variados, en los que igual mezclamos Mozart con Bartók, y era complicado cambiar de cuerdas entre obras, y tampoco resultaba fácil viajar con dos violonchelos. Por eso buscamos un punto intermedio: para Haydn, por ejemplo, usamos arcos clásicos, que nos permiten otro tipo de articulaciones y nos dan otra sonoridad.
-El Casals es uno de esos cuartetos en los que los dos violinistas intercambian su posición como primero y segundo, ¿qué ventajas encuentran en esta práctica?
-Nos viene fabulosamente bien. Es muy sano para la dinámica del grupo. Hacer de primer o segundo violín en un cuarteto es algo completamente diferente, son como dos mundos. Al principio no resulta fácil, porque hay que conocer muy bien los dos roles pero a la larga es un aprendizaje magnífico desde el punto de vista individual. Pero como hacemos los cambios en función del estilo, para el conjunto es también muy enriquecedor, ya que nos permite adecuar nuestra sonoridad al estilo de cada obra.
-¿Es tan duro mantener un cuarteto estable como se dice?
-Pues sí. Montar un cuarteto es una experiencia parecida a la de un lutier cuando crea su instrumento, pero entre cuatro. Durante meses estuvimos ensayando siete horas al día en grupo, aparte el estudio individual. Y una vez creado el conjunto y puesto en marcha la convivencia no siempre resulta fácil, acabas pasando más tiempo con tus compañeros de cuarteto que con tu pareja, y cada uno tiene su carácter y sus distracciones.
-¿Para cuándo Beethoven en disco?
-Grabar Beethoven siempre es complicado por la industria discográfica. En nuestro caso, Harmonia Mundi acaba de publicar la integral del Cuarteto de Tokyo. Tenemos en cualquier caso en proyecto hacer todos los cuartetos de Beethoven de aquí a dos o tres años, y grabaremos algunos dentro de no mucho. Hace poco hemos hecho todos los cuartetos de Schubert y los hemos registrado en vídeo, y también saldrá pronto una grabación de Mozart.
-¿En qué consiste su relación con la Esmuc (Escuela Superior de Música de Cataluña) y el Auditorio de Barcelona?
-En la Esmuc somos profesores de cámara e instrumento desde hace 10 años. Nos gusta mucho la enseñanza y poder demostrar que crear un cuarteto es algo factible y precioso, que no es una quimera vivir de ello. Somos el ejemplo vivo para los alumnos, y nos alegra que hayan empezado a formarse cuartetos aquí. Con el Auditorio la relación es maravillosa, porque inauguramos la sala de cámara en el 2006 y tenemos nuestro ciclo anual. Somos felices por haber sido capaces de crear un público para el repertorio del cuarteto, un público ya muy asiduo, que nos sigue, y al que se unen nuestros alumnos. Y eso es muy bonito.
-¿Qué importancia tiene en ese despertar una institución como la Escuela Reina Sofía?
-Absoluta. Ha sido un antes y un después. Son muchos los profesores de conservatorio y los instrumentistas de orquestas, dentro y fuera de España, a los que conozco por haber coincidido conmigo en la escuela. La Reina Sofía es una escuela pequeña, que permite un trato muy directo, y además se contrataron profesores fabulosos, que hicieron un seguimiento muy personalizado del alumno, con dos clases individuales a la semana. Han hecho muchísimo por subir el nivel de la cuerda en España.
-Presentan ahora en CD la versión para cuarteto de Las siete últimas palabras de Nuestro Redentor en la Cruz de Haydn, una obra que hicieron hace unos años en la Santa Cueva de Cádiz, el espacio para el que fue compuesta, ¿cómo resultó aquella experiencia?
-Fue muy especial. Poder tocar una obra justo desde donde fue comisionada es un lujo, y algo raro a la vez, no es fácil interpretar una obra con más de 200 años en el sitio donde se estrenó. Te haces una imagen distinta de la obra al ver ese espacio, dónde se colocó el orador, dónde los músicos…
-¿Qué papel juega la obra dentro de la producción de cuartetos de Haydn?
-Haydn la tenía en alta estima, la consideraba una de sus obras más logradas, y yo estoy de acuerdo. Lo curioso es que son ocho movimientos lentos, un formato muy extraño, que se entiende por las palabras y los sermones que se pronunciaban entre cada movimiento, pero aun así resulta curioso. Shostakovich tiene también algunos cuartetos construidos con movimientos lentos, pero son mucho más recientes, claro.
-Desde el punto de vista de la interpretación, ¿cómo solventa ese riesgo de falta de variedad un cuarteto de cuerdas, que ni siquiera tiene las opciones de color de la versión orquestal?
-Cada movimiento tiene su propio carácter, hay uno escrito en pizzicato, otro con una voz superior principal acompañada, otro en que los motivos se mueven entre los cuatro instrumentos... Creo que eso es suficiente para obtener variedad, que siempre se consigue dentro de un ambiente muy meditativo. Es una obra verdaderamente excepcional, de una inspiración altísima. Y aunque la primera versión que escribió Haydn era orquestal, esta para cuarteto de cuerdas es de una calidad tan alta que no echamos de menos para nada la tímbrica de la orquesta. Lo que sí me gusta es incorporar al orador, lo que a veces no puede hacerse por razones técnicas.
-¿Qué diferencias encuentra a la hora de afrontar esta obra en relación a otros cuartetos de Haydn, como los de la Op.33, que también grabaron?
-Es completamente diferente, pero sólo a la hora de programarlo en concierto. Las Siete últimas palabras dura una hora, y con qué la juntas, puedes a lo mejor hacerlo con el Cuarteto nº15 de Shostakovich, pero entonces te sale un concierto algo tétrico, para un público muy concreto. No sería un concierto fácil. Requeriría un estado de ánimo y de conciencia especial. Viene siempre bien tener el orador, pero eso también te limita a la hora de programarla. Para grabar no hay diferencias, esta es una música inspiradora, maravillosa.
-¿Qué piensa del uso de instrumentos de época en la interpretación de la música del Clasicismo y del Romanticismo?
-Me parece acertadísimo. Es algo que nosotros mismos nos planteamos hace unos años, pero resultaba inviable a nivel práctico, porque nos gusta plantear programas variados, en los que igual mezclamos Mozart con Bartók, y era complicado cambiar de cuerdas entre obras, y tampoco resultaba fácil viajar con dos violonchelos. Por eso buscamos un punto intermedio: para Haydn, por ejemplo, usamos arcos clásicos, que nos permiten otro tipo de articulaciones y nos dan otra sonoridad.
-El Casals es uno de esos cuartetos en los que los dos violinistas intercambian su posición como primero y segundo, ¿qué ventajas encuentran en esta práctica?
-Nos viene fabulosamente bien. Es muy sano para la dinámica del grupo. Hacer de primer o segundo violín en un cuarteto es algo completamente diferente, son como dos mundos. Al principio no resulta fácil, porque hay que conocer muy bien los dos roles pero a la larga es un aprendizaje magnífico desde el punto de vista individual. Pero como hacemos los cambios en función del estilo, para el conjunto es también muy enriquecedor, ya que nos permite adecuar nuestra sonoridad al estilo de cada obra.
-¿Es tan duro mantener un cuarteto estable como se dice?
-Pues sí. Montar un cuarteto es una experiencia parecida a la de un lutier cuando crea su instrumento, pero entre cuatro. Durante meses estuvimos ensayando siete horas al día en grupo, aparte el estudio individual. Y una vez creado el conjunto y puesto en marcha la convivencia no siempre resulta fácil, acabas pasando más tiempo con tus compañeros de cuarteto que con tu pareja, y cada uno tiene su carácter y sus distracciones.
-¿Para cuándo Beethoven en disco?
-Grabar Beethoven siempre es complicado por la industria discográfica. En nuestro caso, Harmonia Mundi acaba de publicar la integral del Cuarteto de Tokyo. Tenemos en cualquier caso en proyecto hacer todos los cuartetos de Beethoven de aquí a dos o tres años, y grabaremos algunos dentro de no mucho. Hace poco hemos hecho todos los cuartetos de Schubert y los hemos registrado en vídeo, y también saldrá pronto una grabación de Mozart.
-¿En qué consiste su relación con la Esmuc (Escuela Superior de Música de Cataluña) y el Auditorio de Barcelona?
-En la Esmuc somos profesores de cámara e instrumento desde hace 10 años. Nos gusta mucho la enseñanza y poder demostrar que crear un cuarteto es algo factible y precioso, que no es una quimera vivir de ello. Somos el ejemplo vivo para los alumnos, y nos alegra que hayan empezado a formarse cuartetos aquí. Con el Auditorio la relación es maravillosa, porque inauguramos la sala de cámara en el 2006 y tenemos nuestro ciclo anual. Somos felices por haber sido capaces de crear un público para el repertorio del cuarteto, un público ya muy asiduo, que nos sigue, y al que se unen nuestros alumnos. Y eso es muy bonito.
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