Una muestra de Paco Lagares es
bienvenida siempre, porque su pintura parece infinitamente necesaria en
este ambiente de la creación plástica.
Bernardo Palomo
A Paco
Lagares lo llevo conociendo desde hace muchos años y su respeto hacia
él como buen artista en ejercicio - y como gran persona- siempre ha sido
absoluto. A él, a Juan Manuel Brazam y a Carmelo Trenado los tengo como
mis seguras referencias granadinas en un arte que ellos han sabido
centrar en unas coordenadas que contienen gran parte de los postulados
de una creación contemporánea con infinitos perfiles. Paco lagares es un
pintor madrileño, afincado en Granada desde casi siempre, en cuya
Facultad de Bellas Artes ejerce como sabio profesor.
Por las venas de Paco Lagares corre sangre artística, no en vano es pariente, nada más y nada menos, de aquel Manolo Prieto, natural de El Puerto de Santa María, que hiciera para la Historia del Arte el Toro de Osborne, ese espléndido y universal icono que encontramos en nuestras carreteras y que, ya, es un elemento fundido con el paisaje de España. Paco Lagares es un autor que ha heredado todo lo bueno que lo artístico concede a unos pocos. Parece un personaje sacado de una página de la mejor historiografía de siempre. Pudo ser un artista renacentista al servicio de los papas intrigantes o un pintor de cámara de cualquier rey penoso para el pueblo, pero afortunado para las artes. Una muestra suya es, siempre, bienvenida, porque su pintura nos parece infinitamente necesaria en este ambiente de la creación plástica donde, tantas veces, se observan excesivos desajustes plásticos, formales y conceptuales.
La exposición en el palacio de la Madraza viene, en primer lugar, a mostrarnos la obra siempre necesaria de un artista, anhelado y esperado con el interés de saber que nos tiene mucho que ofrecer y, también, como recopilación de gran parte de la vida artística del autor madrileño; una trayectoria que ha estado marcada por una sapiencia creativa que le ha llevado a manifestar, en todas sus piezas -de la más variada naturaleza plástica y estética - un equilibrado ajuste formal que les ha hecho merecedoras de los más insignes adjetivos: bellas, pulcras, contenidas, justas, sugestivas, apasionantes, lúcidas, brillantes… Con la experta mano de Concha Hermano, la muestra en los espacios de la antigua universidad musulmana, nos conduce por varias de las series que ha hecho fortuna a lo largo de estos últimos años, desde el 2000 hasta ahora; pero que no son si no puntos y seguidos de otras que ya tuvieron su realidad e importancia en décadas pasadas. Son obras que suponen nuevas apropiaciones de asuntos por él tratados y planteados con esa soberbia creativa de un artista en poder de un apasionante ideario estético en el que un dibujo esclarecedor, mágico, de medidos y equilibrados elementos que lo hacen absolutamente definitivo para asumir cualquier situación.
La obra de Paco Lagares, en su infinita trascendencia artística, mantiene vivos todos los planteamientos del gran arte de siempre, aquel que no tiene tiempo ni edad, que surge sin complejos, manifestando la verdadera esencia creativa, desentrañando el espíritu de una realidad que él, no sólo plantea sin revés compositivo alguno, sino a la que transmite un alto grado de sublimidad, de espiritualidad y de suma esencialidad.
La exposición, a la que se ha titulado con el inquietante título de Epanalepsis, aludiendo a esa figura retórica por la cual en un texto se vuelven a repetir las palabras del comienzo de un enunciado con las que se había terminado el anterior, concepto metafórico para presentarnos obras nuevas que ya fueron realizadas o concebidas anteriormente. Estas obras que ahora se nos ofrecen, protagonizaron momentos pasados muy importantes en la carrera de Paco Lagares y que, ahora, vuelven a incidir en su proceso creativo, dotándolas de esa silente atemporalidad que siempre han hecho gala y que, para esta ocasión, mantiene vivas, consiguiendo dotarlas de expectante sentido de eternidad. Obras que superponen, sobre todas las cosas constitutivas, un dibujo determinante, concluyente que recrean esa realidad llevada a su máximo sentido representativo, lleno de emoción y casi espiritualidad.
En la muestra nos encontramos series que dibujan un estamento floral que deja en suspenso la simple ilustración para alcanzar nuevos postulados que abren las compuertas de lo puramente emocional. Junto a ellas obras realizadas pulcramente con témpera acrílica, Hortus Conclusus, que nos llevan a espacios metafísicos donde la naturaleza ofrece mínimos esquemas compositivos que transportan a máximos postulados donde lo idílico hace posible un universo de mediatas referencias. Y para terminar ese recorrido donde lo artístico y lo espiritual diluyen sus posiciones a favor de un estamento superior, el artista madrileño y granadino nos somete a la sorprendente verdad escultórica de un trabajo que continúa -o si se me apura, supera - la bella pulcritud de su pintura, ofreciéndonos obras que aumentan el espacio conceptual, que generan realidades donde los objetos trascienden más allá de su sentido representativo, que dotan a lo clásico un especialísimo sentido de modernidad y que consigue que la tradición cultural otorgue su infinita potestad. Son esculturas que potencian la realidad artística y que nos siguen planteando la verdad creativa de un artista total, en plenitud absoluta.
La exposición de la Madraza nos vuelve a situar en los planteamientos eternos de una obra que Paco Lagares sigue ejecutando con los criterios imperecederos de un arte que él nos ofrece sin tiempo ni edad.
Por las venas de Paco Lagares corre sangre artística, no en vano es pariente, nada más y nada menos, de aquel Manolo Prieto, natural de El Puerto de Santa María, que hiciera para la Historia del Arte el Toro de Osborne, ese espléndido y universal icono que encontramos en nuestras carreteras y que, ya, es un elemento fundido con el paisaje de España. Paco Lagares es un autor que ha heredado todo lo bueno que lo artístico concede a unos pocos. Parece un personaje sacado de una página de la mejor historiografía de siempre. Pudo ser un artista renacentista al servicio de los papas intrigantes o un pintor de cámara de cualquier rey penoso para el pueblo, pero afortunado para las artes. Una muestra suya es, siempre, bienvenida, porque su pintura nos parece infinitamente necesaria en este ambiente de la creación plástica donde, tantas veces, se observan excesivos desajustes plásticos, formales y conceptuales.
La exposición en el palacio de la Madraza viene, en primer lugar, a mostrarnos la obra siempre necesaria de un artista, anhelado y esperado con el interés de saber que nos tiene mucho que ofrecer y, también, como recopilación de gran parte de la vida artística del autor madrileño; una trayectoria que ha estado marcada por una sapiencia creativa que le ha llevado a manifestar, en todas sus piezas -de la más variada naturaleza plástica y estética - un equilibrado ajuste formal que les ha hecho merecedoras de los más insignes adjetivos: bellas, pulcras, contenidas, justas, sugestivas, apasionantes, lúcidas, brillantes… Con la experta mano de Concha Hermano, la muestra en los espacios de la antigua universidad musulmana, nos conduce por varias de las series que ha hecho fortuna a lo largo de estos últimos años, desde el 2000 hasta ahora; pero que no son si no puntos y seguidos de otras que ya tuvieron su realidad e importancia en décadas pasadas. Son obras que suponen nuevas apropiaciones de asuntos por él tratados y planteados con esa soberbia creativa de un artista en poder de un apasionante ideario estético en el que un dibujo esclarecedor, mágico, de medidos y equilibrados elementos que lo hacen absolutamente definitivo para asumir cualquier situación.
La obra de Paco Lagares, en su infinita trascendencia artística, mantiene vivos todos los planteamientos del gran arte de siempre, aquel que no tiene tiempo ni edad, que surge sin complejos, manifestando la verdadera esencia creativa, desentrañando el espíritu de una realidad que él, no sólo plantea sin revés compositivo alguno, sino a la que transmite un alto grado de sublimidad, de espiritualidad y de suma esencialidad.
La exposición, a la que se ha titulado con el inquietante título de Epanalepsis, aludiendo a esa figura retórica por la cual en un texto se vuelven a repetir las palabras del comienzo de un enunciado con las que se había terminado el anterior, concepto metafórico para presentarnos obras nuevas que ya fueron realizadas o concebidas anteriormente. Estas obras que ahora se nos ofrecen, protagonizaron momentos pasados muy importantes en la carrera de Paco Lagares y que, ahora, vuelven a incidir en su proceso creativo, dotándolas de esa silente atemporalidad que siempre han hecho gala y que, para esta ocasión, mantiene vivas, consiguiendo dotarlas de expectante sentido de eternidad. Obras que superponen, sobre todas las cosas constitutivas, un dibujo determinante, concluyente que recrean esa realidad llevada a su máximo sentido representativo, lleno de emoción y casi espiritualidad.
En la muestra nos encontramos series que dibujan un estamento floral que deja en suspenso la simple ilustración para alcanzar nuevos postulados que abren las compuertas de lo puramente emocional. Junto a ellas obras realizadas pulcramente con témpera acrílica, Hortus Conclusus, que nos llevan a espacios metafísicos donde la naturaleza ofrece mínimos esquemas compositivos que transportan a máximos postulados donde lo idílico hace posible un universo de mediatas referencias. Y para terminar ese recorrido donde lo artístico y lo espiritual diluyen sus posiciones a favor de un estamento superior, el artista madrileño y granadino nos somete a la sorprendente verdad escultórica de un trabajo que continúa -o si se me apura, supera - la bella pulcritud de su pintura, ofreciéndonos obras que aumentan el espacio conceptual, que generan realidades donde los objetos trascienden más allá de su sentido representativo, que dotan a lo clásico un especialísimo sentido de modernidad y que consigue que la tradición cultural otorgue su infinita potestad. Son esculturas que potencian la realidad artística y que nos siguen planteando la verdad creativa de un artista total, en plenitud absoluta.
La exposición de la Madraza nos vuelve a situar en los planteamientos eternos de una obra que Paco Lagares sigue ejecutando con los criterios imperecederos de un arte que él nos ofrece sin tiempo ni edad.
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