martes, 29 de diciembre de 2015

¿Fue real la estrella de Belén? larazon.es

La estrella de Belén concita estos días la atención de los amantes de la astronomía. Aunque su estudio se remonta a hace milenios y su leyenda se vuelve recurrente año tras años, por Navidad, el misterio que la envuelve no deja de sorprender. Lo que sabemos de ella, lo que imaginamos, lo que ignoramos... lo que nos gustaría saber, lo que desearíamos que fuera. Todo ello trata de encontrar respuesta en los anales de la astronomía y vuelve a la actualidad cada noche entre el 24 y el 25 de diciembre.
Documentalmente, las referencias son realmente escasas. La Biblia sólo la menciona un par de veces. Se intuye su definición en algunas profecías del Antiguo Testamento y sólo se hace realmente presente en el Evangelio de Mateo. «¿Dónde está el rey de los Judíos, que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle» (Mateo 2, 2). «La estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño» (Mateo 2, 9).
No es posible discernir cuánto de simbólico y cuánto de registro de un fenómeno astronómico real tiene el texto. Pero la tentación de encontrarle un fundamento físico en el cielo ha atrapado a físicos y divulgadores de todos los tiempos. Desde los primeros astrónomos que buscaron pistas del pasado en las señales del cielo hasta grandes escritores de ciencia como Isaac Asimov.
Precisamente es Asimov quien pone encima de la mesa el primer set de hipótesis sobre lo que pudo ocurrir en el cosmos para llamar la atención de veteranos y sabios observadores del firmamento en aquel día glorioso.
Asimov estudia la probabilidad de que la estrella fuera un cometa. De hecho, la mayor parte de las representaciones artísticas que se hacen de ella tienen forma de cometa. Nosotros mismos, cuando pintamos una de ellas para nuestros belenes tendemos a caer en el tópico de dibujar una estrella de cinco puntas con una gran cola: un cometa. Pero no existen registros conocidos del paso de un cometa tan brillante como para causar sensación en la fecha estimada del nacimiento de Cristo. La prueba es sólida porque desde tiempos precristianos, los astrólogos chinos y árabes tenían la costumbre de registrar todos los fenómenos celestes relevantes. Hay documentación suficiente como para negar la hipótesis del cometa. No ocurrió, al nacer Jesús, nada parecido a lo que sí sucedió en 1301, cuando el paso cercano del cometa Halley impactó a la sociedad europea del momento. Entre los asombrados por el fenómeno estaba Giotto, el pintor florentino que utilizó la imagen del Halley para ilustrar su cuadro «La adoración de los Reyes», y convirtió así en universal la arquetípica forma de estrella con cola.
En el siglo XVII Johannes Kepler propuso que los Magos de Oriente pudieron quedar atraídos por la visión de una supernova. Cuando una estrella masiva acaba su ciclo vital genera una explosión de terribles dimensiones que podría ser vista desde casi cualquier rincón del espacio. Pero, una vez más, los registros astrológicos primitivos no recogen un acontecimiento similar en las cercanías de la fecha de la Natividad.
De lo que sí hay cierta constancia es de una conjunción de los planetas más visibles en esta fecha del año, Venus y Júpiter, en la constelación de Leo en agosto del año 3 antes de Cristo y, más cerca de la fecha del nacimiento, otra entre Júpiter, Marte y Saturno. Este tipo de fenómenos sí eran suficientemente extraordinarios como para llamar la atención de astrólogos y sabios como los Magos de Oriente. De hecho, la función de estos observadores del cielo era encontrar en las estrellas señales de acontecimientos relevantes y las conjunciones, sin duda, lo eran.
Hoy en día los científicos modernos creen que, de haberse producido en el firmamento una señal asombrosa que «indicara» que el destino de la humanidad estaba a punto de cambiar, eso debería ser una conjunción de ese tipo. Pero es evidente que los textos que reseñan el acontecimiento aluden a un suceso difícil de explicar incluso por los expertos de la época. Algo de lo que quizás nunca podamos llegar a tener constatación científica alguna. La magia de la Navidad.

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