domingo, 14 de agosto de 2016

El embrujo del Sacromonte granadahoy.com

Las cuevas acogen cada noche a cientos de turistas extranjeros que recalan en la barriada atraídos por un espectáculo de flamenco enfocado al sector.
PABLO COLLANTES GRANADA

El camino empedrado de la Cuesta del Chapiz conduce hasta una de las cuevas más legendarias de la ciudad. Con la caída del sol, las sillas de anea de la Cueva de los Tarantos se preparan para recibir a cientos de curiosos que se acercan a la zambra para disfrutar de una de las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura, el flamenco más castizo. 

Una comitiva de asiáticos copan hasta la bandera la sala en torno a las diez de la noche. A medida que avanza el espectáculo, se dejan engatusar por los distintos palos que toca el cuadro compuesto por dos cantantes y cuatro bailaores. Móvil en mano, inmortalizan cada uno de los giros y zapateos que soportan unas tablas que, si hablasen, tendrían historia para contar durante días. La cueva, ubicada en uno de los barrios históricos gitanos por excelencia de la capital, se fundó en el año 1972 por José Martín Quesada y Concepción Maya Maya. 

No tardó mucho tiempo en convertirse en uno de los lugares de referencia gracias a la pasión de sus espectáculos. Por sus tablas han pasado centenares de figuras del flamenco granadino como Luis Heredia, 'El Polaco', Morenito de íllora o la cantaora Chonchi Heredia que cantaban inspirando en el baile a Manolillo Liñan o Luis de Luis. La zambra ha sido durante años escuela y trampolín para bailaores, guitarristas, y cantaores que han conseguido encarrilar exitosas carreras en el mundo del flamenco, alcanzando un reconocimiento a nivel nacional e internacional. 

De sus paredes cuelgan más de cien retratos de personalidades del baile y el cante jondo, desde Lola Flores hasta Camarón de la Isla. La cueva empieza a llenarse de curiosos: "En temporada alta, llegamos a vender más de 300 entradas al día", comenta Carlos, su gerente actual. 

Sentada en la puerta con una sonrisa cansada en su rostro, 'la Montes' recibe a los turistas que van llegando. Ella, como muchas otras bailaoras, se consagró en las tablas de esta cueva hace ya más de 30 años. Ahora, ya retirada, mantiene viva su esencia. 

Antes del inicio del último espectáculo de la noche, una familia francesa disfruta de una cena en el comedor de la cueva: "Nunca habíamos visitado un lugar así, estamos encantados". Padre, madre y sus dos hijos, que chapurrean como pueden el español, disfrutan de un menú que acerca a los viajeros a la típica comida española: jamón ibérico, queso, pan, ensalada, una carne y vino tinto, mucho vino tinto. 

El paquete de ofertas que se ofrece al turista se completa, además, con un paseo a través de la barriada hasta el mirador del Sacromonte, desde donde puede contemplarse la Alhambra iluminada entre las sombras de la noche. Mientras los visitantes llenan su estómago, las luces se vuelven más tenues para dar comienzo al espectáculo. Sentir el pellizco del flamenco en directo es toda una experiencia. Los bailarines se sitúan a un metro escaso del público, bailando en el centro de la zambra. El contacto es directo. Un cante por bulerías da comienzo al show. 

El público se anima y jala a los bailaores hasta que estos se arrancan a bailar. Son la Compañía Flamenca, creada en el año 2001 bajo la dirección de Vicente Fernández y Rosario Valera. La bailaora es la primera en arrancarse entre el gentío. Valera, que ostentó el Récord Guinness de zapateado, deleita a los presentes con una bulería llena de sentimiento en cada gesto. Su rostro sombrío descuadra a ratos una actuación que se antoja amarga. 

El ambiente se caldea y la temperatura de la zambra sube de nivel. Es el turno ahora de Vicente Fernández. Su estilo clásico envuelve cada uno de sus movimientos. Una vez más, el sentimiento es el protagonista. 

Estefanía Zurita es la más joven del cuadro, aunque apenas se le nota. Con un gran desparpajo logra convencer con movimientos técnicos depurados al milímetro. Es el turno ahora de Luis de Luis, uno de los bailaores más consagrados de la escena granadina. En cada uno de los movimientos de su cuerpo puede leerse la concentración y unidad con la danza, lo que los entendidos de este arte llaman el 'duende'. 

A su paso se hace el silencio en la zambra. El público queda impresionado al verle atravesar el tablao con su melena sobre la cara. Su estilo personalísimo y creativo dotan el espectáculo de una programada improvisación digna de crear escuela. 

Es el turno de una soleá que pronto da paso a bulería, donde Luis de Luis ofrece con creces el potencial de su carácter, el control del espacio, el dominio de su cuerpo, el compás a su servicio, el desapego a lo convencional, la virilidad más pura y la gracia contenida. 

El broche a un espectáculo enfocado con acierto al visitante que recala en las cuevas para acercarse por primera vez a la cultura flamenca. Un trabajo digno de aplauso de un cuadro que, por lo general, logran compactarse junto a unos músicos que enriquecen el show. 

Los turistas aprovechan el final del espectáculo para posar imitando a los bailarines. A su vez, inmortalizan los escondites de la cueva. El ambiente de la zambra y el sentimiento orquestado del cuadro flamenco se convierten en los principales atractivos de los Tarantos, que, pese a llenar cada noche, reconocen haber notado la crisis: "Antes notábamos mucho más la afluencia del turismo, ahora la cosa está mas complicada. Aunque agosto es una temporada muy baja para el espectáculo, afortunadamente no hemos dejado de recibir a gente todos los días". 

El flamenco granadino recibía hace tan solo unos días un jarro de agua fría. La ciudad no está presente en el ranking de los 10 mejores espectáculos flamencos de España, según la valoración hecha por los usuarios de Tripadvisor. La falta de adaptación a las nuevas tecnologías puede estar detrás de todo esto, aunque lo cierto es que Granada es y será una de las cunas del flamenco más importantes a todos los niveles. 


No cabe duda de que el duende está presente noche tras noche en las cuevas del Sacromonte. Su gente cuida que, cada noche, el turista regrese al hotel con el recuerdo de haber sentido el flamenco más puro a tan solo dos pasos de su asiento.

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