lunes, 1 de agosto de 2016

El fin del principio: lanzar la bomba del cáncer de mama el Huffington Post

 
Profesora de Psicopatología Experimental; Facultad de Ciencias Psicológicas, Birkbeck University of London
Sus ojos eran penetrantes, reflexivos y de un azul intenso. Tenía varios tipos de miradas: una risueña y magnética y otra sincera. Ambas demostraban simplicidad, ambas eran tímidas. Aunque su incendio estaba controlado, yo sentía cómo las llamas me daban calor. Me tocaba con suavidad y delicadeza con sus fuertes manos. Siempre estaba a mi lado aunque a veces parecía estar en otro lugar, quizá pensando en mí y en si me gustaría volver a tener una relación estrecha con alguien. Sentir, tocar, intimar.
Era nuestra primera cita, aunque parecía la quinta. Enamorados de nuestras hijas, hablamos y reímos, quizá con demasiada efusividad. Dejarse llevar hacia el futuro resultaba tenso, me ponía nerviosa, ¿a dónde me llevaría? ¿Él pensaría lo mismo? De una forma extraña, lo entendí. Él corría maratones, podía ganarme, podía correr hacia el futuro más rápido y anticiparse, con esas piernas que corren como el viento. Sin embargo, yo estaba atascada, tenía miedo de correr rápido. Tenía miedo de alcanzarle. Podía correr, sí, pero mi rutina bastaba. Sabía hacia dónde corría y cómo podía volver al punto en el que había empezado la carrera: cuando me diagnosticaron, hace tres años. El principio del fin de la vida que llevaba, una vida sin preocupaciones, sin enfermedades, con orgullo. Una vida sin quimioterapias, sin miedo a que reaparezca. Una vida sexual, una vida muy apasionada.
Estaba por llegar llegar la caída libre de la montaña rusa. No dejo de repetirme que soy fuerte. Aunque la debilidad dio paso al silencio, a la timidez y a hundirme pensando en el cuándo, el cómo y el cuánto: en la bomba del cáncer de mama. En la vulnerabilidad. En las cicatrices. En que el sujetador me protegerá. En que no teníamos en mente tener más hijos, pero nuestras hijas me protegerán. En la fuerza. En la resiliencia: mira lo lejos que he llegado, y aun así sigo avanzando, fuerte y a ciegas y consciente a la vez de las consecuencias que me esperan. Siento la necesidad imperiosa de besarle, de estrecharlo entre mis brazos y de apretar su cuerpo contra el mío. Quizá de una vez por todas sea el fin del principio.
Este fuego es muy intenso. ¿De dónde viene? Llevo mucho tiempo sin sentirlo, más de lo que llevo con esta vida posdiagnóstico. ¿Cómo puede ser?
¿Cuál es el mejor momento para soltar la bomba del cáncer de mama? El diagnóstico de un cáncer de mama puede acabar con una relación y dejar a los niños pequeños en una posición vulnerable. Para una mujer a la que se anima a "seguir adelante", no existe el camino fácil. Lleva su tiempo -o, mejor dicho, sus años- ser capaz de volver a sentirse como antes. Las cicatrices, las limitaciones, la menopausia, los efectos secundarios del tamoxifeno, la agonía, el miedo a que reaparezca, a acabar haciendo daño "a los inocentes": ¿está justificado? Sí, hacen falta dos para bailar el tango, pero ¿cómo es eso que dicen del amor? Que es ciego, que es dedicación, que es compromiso: hasta que la muerte nos separe. El fin del principio.
Empecé a sentir el frío mientras me abrazaba a mí misma, temerosa de levantar la cabeza, en caso de que tuviera que buscarle. Yo había vuelto al momento de mi diagnóstico, y él había corrido más rápido que yo. Me había ganado. "Te voy a borrar, Naz, porque no quiero hacerte daño", me dijo el recuerdo de lo que había dejado atrás. Está escondido junto al resto, que no quieren hacerme daño.
La profesora Nazanin Derakhshan es la directora del Centre for Building Resilience in Breast Cancer [Centro para fomentar la resiliencia para las víctimas del cáncer de mama].

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