¿Te imaginas ir caminando un día por la montaña y encontrar, de golpe, unas ruinas incaicas como las del Machu Pichu? ¿Qué no te daría si, buceando, te asomaras de forma impremeditada a los restos de un galeón español del siglo XV cargado de tesoros, en el fondo del mar?
Pues más o menos esa misma sensación tuve hace unos días cuando, leyendo, me sumergí en las negras páginas de “El viento y la sangre”, de M.A. West, gozosamente publicado en la colección Navona Negra que ha iniciado Pere Sureda en la imprescindible editorial Navona y a la que auguramos y deseamos larga y productiva vida editorial.
Brillantemente traducida por Thalia Rodríguez y por el novelista Alexis Ravelo, “El viento y la sangre” te asoma a un escenario negro y criminal emparentado con los clásicos entre los clásicos: Hammett y Chandler, nada menos. Y es que Martin Aloysius West es uno de esos esquivos autores de los que apenas se sabe nada. Apenas que nació en Cincinatti, Ohio, en 1923 y que publicó una docena de novelas y unos cincuenta cuentos, entre 1951 y 1980.
Su personaje por antonomasia es Rudy Bambridge, de profesión, Sr. Lobo. Es decir, un solucionador de problemas… por cuenta de la mafia de Chicago. Lo que es mucho decir.
“Daniel Morton llegó en un Oldsmobile negro del 42”. Así comienza una novela que se paladea en todas y cada una de sus ásperas y precisas 150 páginas. Algunas menos, incluso. Que se paladea con delectación y que se lee a toda velocidad, haciéndote sentir como si circularas por esas carreteras secundarias del interior de los Estados Unidos, deteniéndote para comer en Diner’s cuyas camareras mascan chicle mientras te sonríen y dormir en moteles de carretera con máquinas de hielo en el exterior de las habitaciones.
Una novela que presenta a muchos y variados personajes, de forma abrupta, en cada capítulo. Personajes todos ellos que asoman en la novela como la punta del iceberg: dejando traslucir una mínima parte de su historia, lo justo para hacer avanzar la narración mientras transmiten a los lectores la sensación de que, detrás de cada uno de ellos, hay una atractiva e intensa biografía. Eso permite que sus palabras y sus acciones sean creíbles y que, con una prodigiosa economía de medios, West cuente un montón de cosas en cada párrafo.
“Se maldijo por dejarse meter en aquel negocio. Sí, sobre el papel, parecía un buen plan. Pero, sobre el papel, ¿cuál no lo parece?”
Párrafos como este demuestran que “El viento y la sangre” es una de esas novelas universales, por las que no pasan el tiempo y que siempre están de actualidad, más allá de modas y tendencias al uso.
Ahora, almas sensibles, sáltense el siguiente párrafo, por favor. ¡O mejor no! Que la realidad y el realismo en crudo joden, pero curten.
“- Bueno, bueno, bueno… Aquí estamos. Tú y yo solos. No te voy a mentir: de esta no sales. Voy a matarte y a despedazarte. Pero de ti depende el orden en que haga esas dos cosas. Si me cuentas lo que quiero averiguar, te mataré primero”.
Un diálogo así no es un diálogo cualquiera, ¿verdad? Yo que tú no lo dudaba y me lanzaba como un león a leer “El viento y la sangre”. Solo por los títulos de sus capítulos, ya merece la pena, desde “Un rodeo demasiado largo” o “Escoria sin agallas” a “La mejor tarta de manzana del condado” o “Pobres cretinos que juegan al yo-yo” y “Las manchas de sangre jamás se limpian”.
¡Brutalmente imprescindible!
No hay comentarios:
Publicar un comentario