domingo, 30 de septiembre de 2012

De cero al techo ibérico. Desde Albuñol, en la costa de Granada, a la cumbre del Mulhacén waste




      La «aventura» de un grupo de montañeros que desde hace dos décadas recorren los caminos que ascienden desde la costa a la cota más alta de la península. 
      A final de agosto cumplían 20 años de lo que ellos llaman la «gran «chalaura»
      Por Juan Enrique Gómez /IDEAL y Waste Magazine
      Fotos: Lisardo Domingo (http://supervivenciaef.blogspot.com.es/)
       
    En la cima del Mulhacén (3.478 metros), es posible ver el mar. Es una imagen inolvidable para todo aquel que logra pisar las enormes piedras que forman la cumbre. Nadie puede imaginar que esa línea azulada que dibuja el litoral sea el punto de partida desde el que un grupo de montañeros asciende al Mulhacén, en menos de dos días y que lleven 20 años, verano tras verano, recorriendo esa ruta que les lleva desde la cota más baja posible, cero metros, al techo de la península Ibérica. Casi tres kilómetros y medio de desnivel en el que recorren todos los ecosistemas y pisos bioclimáticos que existen en el Mediterráneo.

 




 
¿Quién es quien?
En la foto inicial en la cumbre del Mulhacén: (De izquierda a derecha) Lisardo Domingo, Antonio, Andrés, Custodia, Esteban y Fernando; (abajo), Francisco, José, Antonio, José Antonio y Paco.La ruta
Primer día: Albuñol-Rambla Aldahayar; Cortijo los Cózares; Venta del Tarugo (zona más alta de la Contraviesa); Cortijo del Médico; Río Guadalfeo; Lobras; Tímar; Juviles; Trevélez-La Campiñuela-Siete Lagunas-Mulhacén.
Segundo día: Trevélez; La Campiñuela; Siete Lagunas; Mulhacén, cima y vuelta.
El punto de partida es la localidad de Albuñol, la puerta entre la costa y la Contraviesa. «Este año hemos sido once personas, diez hombres y una mujer, de los que ocho somos de Albuñol, y los otros dos de Granada», dice uno de los pioneros de esta ruta, Lisardo Domingo Blanco, un profesor de Educación Física, especialista en supervivencia y montañero con varios grandes picos en su haber. «Siempre lo hacemos en la segunda quincena de agosto porque se supone que ya hace un poco menos de calor y la ascensión, dentro de la gran dureza que encierra, es más factible». 
El camino lo iniciaban en la rambla de Aldahayar, en Albuñol. Eran las seis de la madrugada. La meta estaba en llegar a la zona más alta de la Contraviesa antes de que apretase el calor, y comenzar a bajar hacia el Guadalfeo, con un objetivo realmente ambicioso, «llegar a Trevélez para dormir junto al cauce del río». Tras dejar atrás la sierra de la Contraviesa, comienza la verdadera Alpujarra alta. El paisaje impregna los sentidos. «El agua y algún que otro bosquete de encinas da una sensación de frescor que nos ayuda a seguir nuestra aventura. Pasamos Lobras y  Tímar, allí almorzamos y nos rehidratarnos en su fabulosa fuente. El polvo del camino lo dejamos en un lavadero centenario que hay debajo de la plaza de este pueblo», dice Lisardo Domingo. La ascensión continuaba hacia Juviles, en busca de los caminos que llevan hacia un riachuelo con cascadas y aguas ferruginosas. «Ya estamos a 2.000 metros de altitud, y desde allí tenemos que bajar hacia Trevélez. La primera etapa está cubierta». 
Hacia la cumbre
El pueblo más alto de Europa es también el punto de partida desde el que todos saben que no hay retorno. El Mulhacén se convierte en omnipresente, aún  quedan muchas horas antes de llegar a las lagunas, borreguiles y los cascajales y pedregales más profundos de Sierra Nevada. Tras pasar la noche junto al río Trevélez y salir del pueblo, «en cuarenta minutos empezamos un fuerte ascenso que nos deja a un lado el cortijo de los Prados para cruzar la gran acequia de la sierra. Ahí empieza un bosquete de pino silvestre repoblado que en todos estos años ha tenido un lentísimo crecimiento. Pronto llegamos a la Campiñuela, un refugio de pastores abandonado. Es el momento de descansar y recoger agua de los borreguiles». 
Los montañeros albuñolenses  continúan su marcha hasta el río Culo Perro, con aguas procedentes de las lagunas de la sierra. Allí son habituales las vacas pastando en los prados. «Nos esperan las cascadas de Aguas Negras. Es la antesala de   Siete Lagunas, el lugar donde tenemos que montar el campamento porque será donde dormiremos tras haber cumplido con el objetivo y volvamos del Mulhacén». A las dos de la tarde, los montañeros han cubierto la principal ‘meta volante’, Siete Lagunas. 
La impaciencia es la principal sensación. En pocos minutos, ya sin equipo pesado a la espalda, inician la última etapa, aproximadamente una hora y media de ascensión acompañados por las aves montañeras por excelencia, Acentor alpino (como pequeños gorriones de alta montaña). «Esta última subida es un canchal con gran cantidad de floración endémica de la sierra, que unido a la observación de alguna que otra manada de cabras monteses, convierte este tramo en el más deseado y atractivo de la ruta».
Solo cielo 
Más arriba solo hay cielo. Es la última posición terrestre posible en el sur de Europa. La cumbre del Mulhacén es un conjunto de grandes piedras que forman un pico con una caída a plomo en su cara norte. «Siempre resulta curioso ver la hornacina de la Virgen de las Nieves, ahora cubierta de objetos y recuerdos que los montañeros dejan adheridos como testigo, y para algunos, como elemento de devoción». Y a lo lejos, hacia el sur, el mar, la línea de litoral, el lugar desde donde este grupo de montañeros había partido hacía menos de dos días. Dos jornadas de contacto directo con la tierra y sus esencias.
«La vuelta la hacemos hacia Siete Lagunas, donde dormimos en las tiendas de campaña y en la cueva de la Fragüilla. Compartíamos espacio con nidos de avión roquero con polluelos, a los que sus padres no se cortaban para darles de comer, sin temor alguno ante nuestra presencia», dice Lisardo Domingo, a quien  el año pasado le acompañó su hijo, Lisardo (junior), que ha sido el más joven en hacer cima. «Fue en 2011, cuando tenía 16 años», comenta. 
Recuerdo a Cristóbal
La ascensión ha tenido un especial recuerdo a un montañero albuñolense, Cristóbal, fallecido recientemente, que ha sido l personas de más edad que ha realizado la ascensión entre las tierras de Albuñol y la cumbre del Mulhacén. «Él fue quien nos enseñó los caminos para cruzar la Contraviesa y llegar hasta la Alpujarra Alta. Su recuerdo ha estado presente en todo el recorrido». 


«Estáis seguros de querer llegar hasta allí? 
Entre el grupo de montañeros, esta aventura es conocida como la gran ‘chalaura’. Recuerdan que un vecino de Tímar, de 70 años, les vio llegar en la Venta del Empalme. Le pareció normal que viniesen andando desde Albuñol, pero cuando supo que iban al Mulhacén, le llevó a un punto desde el que se veía el pico, muy lejos, y preguntó: «¿Seguro que queréis llegar  hasta allí?».
La cumbre del Mulhacén te hace enmudecer
Los montañeros albuñolenses no se cansan de esta experiencia. Afirman que cuando llegan a la cumbre del rey Muley-Hacen, «es un momento especial, inolvidable. Nos quedamos más de una hora arriba, dejando que nuestros ojos se recreen en la panorámica». Como todos los años, hay algún «novato» que no da crédito a lo que ven sus ojos. Al oeste, la ciudad de Granada, pasando hacia el norte por sierra de Cazorla, sierra de Castril, Sierra de Baza, sierra de los Filabres, sierra Alhamilla, sierra de Gádor, y hacia el sur, la sierra de la Contraviesa, y Marruecos a través de Mediterráneo, sierra Tejeda, las costas malagueñas y por último el pico del Caballo y el Veleta. «¿Qué se puede decir ante esto?», preguntan.

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