El maestro de la guitarra flamenca cerró de forma magistral el Festival con un recital monumental donde el cante y el baile estuvieron igualmente presentes
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JOSÉ MANUEL ROJAS
Desde hacía meses en los mentideros flamencos la pregunta más repetida ha sido «¿Vas a ver a ir a Paco?». Sin sobrenombre, como se llama a un amigo, a alguien que te toca algo. Y es que, quizás no la persona, pero su toque si pertenece ya a un gremio que desde hace más de cincuenta años está pendiente de cada cosa que hace. A Granada llegó para clausurar el Festival de Música y Danza, con todo vendido casi al instante que las entradas salieron por la red y llegando a pagarse en la reventa hasta unos quinientos euros por butacas entre las diez primeras filas, según nos contaron dos aficionados que habían abonado esa cantidad por poder disfrutar de la sonanta del genio de Algeciras, en un recital con connotaciones cercanas a cualquier macro concierto de pop o rock.
Los que no tenían papel se agolpaban alrededor del Generalife con sillas e incluso neveras ya que querían escuchar a su ídolo fuese como fuese, incluyendo intentos de distintas tácticas de pillería siempre abortadas por los responsables de seguridad del evento.
Tras saludos entre aficionados y artistas locales como Marina Heredia, Miguel Ángel Cortés, Juan Habichuela nieto, José Enrique Morente o la familia Vallejo, entre otros, todo empezó casi de manera puntual.
El maestro arrancó solo demostrando que la revolución que supuso su actualización de Niño Ricardo y Sabicas. Una mano derecha delicada pero rápida y una izquierda que parece conectada directamente a la gloria. Contundente y limpio como ninguno. Delicado a la par que rotundo. Un demiurgo de las seis cuerdas.
A los aficionados al duende no les descubro nada nuevo, quizás algún que otro epíteto sobrante, pero a los amantes de otras disciplinas musicales habría que explicarles que Paco asumió a partir de este momento dos roles, él de guitarrista principal y director de orquesta. Una orquesta sin fisuras, perfectamente engrasada y, casi siempre, al servicio del sumo sacerdote de la bajañí. Todos en un rito cargado de tiempos muy festivos con momentos de gloria para el baile eléctrico y masculino de 'Farru' - hermano de Farruquito. El motrileño David de la Jacoba y 'Rubio de Pruna' alternaban voces con algún que otra diferencia pero bastante afines, acertadas y cosidas con hilo de oro a la armónica de Antonio Serrano.
Recuerdo a Camarón
El recuerdo a Camarón estuvo presente en letras como 'Na es eterno', un momento que si se reconocía, ponía los vellos de punto. De hecho ese estado estuvo en el cuerpo del respetable de principio hasta el fin de un repertorio que el público consideró corto a pesar de sobre pasar los 110 minutos. Paco de Lucía no se hizo de rogar, dando otra descarga con la fiel percusión de 'Piraña'.
Y tras 'Entre dos aguas' respondida con otra merecida ovación, una nueva pregunta reinaba entre la multitud de personas que recorrían el camino que separa el teatro de Generalife de sus casas. «¿Será la última vez que veamos a Paco en Granada?». Por lo vivivo, por lo escuchado y por lo sentido esperemos que no. Sin embargo, será lo que Paco quiera que sea.
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