domingo, 7 de septiembre de 2014

SOS mundo ELHUFFINTONGPOTS

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Directora de Sensibilización y Políticas de Infancia, UNICEF

Irak. Gaza. Sudán del Sur. República Centroafricana. Siria. Ébola en África Occidental.

No es un ejercicio de geografía, aunque no estaría mal hacer la prueba. Seguramente todos (o casi todos) estos países han pasado por alguna de nuestras pantallas a lo largo de este verano. Varias veces, incluso. Seguramente en algún momento hemos prestado atención, hemos pensado "¡qué horror!". Y hemos seguido con nuestra vida.

Pero no se asusten. Este no es un post para hacer sentir culpable a nadie. Ni mucho menos. A veces es poco más lo que cada uno de nosotros puede hacer en medio de la locura del día a día. No se trata de generar sentimientos de culpa, pero sí de reflexionar. ¿Qué está pasando?

Las organizaciones humanitarias estamos acostumbradas a reaccionar a emergencias que surgen en cualquier momento del año. Y la experiencia nos ha enseñado a planificar siempre los recursos necesarios para atender a una emergencia en pleno periodo de vacaciones de verano. Organizarnos para que siempre haya personas disponibles para atender las sequías que azotan África en esta época del año, o las tormentas tropicales, o cualquier otra circunstancia imprevista. Es siempre un mal momento, porque la atención de todo el mundo está muy dispersa, es difícil encontrar a los interlocutores habituales y el propio equipo está mermado por el imprescindible descanso. Pero siempre pasa algo.

Algo.

Este año ese "algo" son nada menos que seis grandes emergencias simultáneas. Algunas, como la de Siria, vienen de tiempo atrás, ya casi se nos han olvidado. Pero siguen ahí. Y con ellas el dolor terrible que continúan generando día a día. De otras apenas hemos oído hablar, como en el caso de República Centroafricana, pero se trata de un drama silencioso que afecta a más de 2 millones de niños. Como silenciosa es elhambre en Sudán del Sur, donde será difícil evitar la segunda declaración de hambruna del siglo XXI. Irak, Gaza y la crisis del ébola reciben, por el contrario, mucha mayor atención mediática, pero sin que por el momento se esté logrando poner freno al sufrimiento humano detrás de los titulares.

En cinco de estos casos (Irak, Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana y ébola), Naciones Unidas ha decretado el máximo nivel de emergencia humanitaria. Y en ninguno de los seis se puede hablar de un drama provocado exclusivamente por la naturaleza. Directa o indirectamente, por acción o por omisión, la mano del hombre está detrás de un sufrimiento tan extremo que no somos siquiera capaces de visualizar. Y los niños, como siempre, se llevan la peor parte. En forma de derechos vulnerados hoy, y de oportunidades perdidas para mañana.

Me contaba hace años una maestra veterana que había notado cómo el efecto de la televisión en los niños estaba provocando en ellos un sentimiento profundo de irrealidad, todo les parece ficción o todo les parece posible. No les sorprende ver a un superhéroe saltar de un séptimo piso y salir ileso, al igual que tampoco les impacta ver la imagen de un accidente de tráfico en televisión.
Yo pienso que, de forma inevitable, ese mismo efecto nos está llegando también a los adultos, unido en nuestro caso a la dificultad de retener información en medio de una brutal saturación de mensajes. Aunque racionalmente distinguimos, por supuesto, realidad y ficción, y somos capaces de entender la gravedad de lo que se nos explica, cada vez es más difícil traspasar la barrera de la atención momentánea y generar algún tipo de reacción.

Pero dediquemos por favor un segundo a pensarlo. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos está pasando? ¿Cómo podemos tolerar tanto sufrimiento? ¿Qué podemos hacer?
La indiferencia, desde luego, nunca debería ser una opción. El verano se acerca a su fin, pero no el drama humano en cada uno de estos rincones del planeta. Empecemos por demostrar que nos importa.

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