sábado, 27 de octubre de 2012

El cañón del río Lobos integral


Allí hallamos una ermita templaria y una cueva de ritos prehistóricos. Por Octavi Piulats
Entre las provincias de Soria y Burgos discurre el río Lobos, que durante milenios ha erosionado las sierras que separan las estribaciones de la cordillera Ibérica y la alta meseta del Duero. De esta forma, se ha formado un profundo cañón calizo que acompaña al serpenteante río con altas paredes, farallones y despeñaderos que incluso llegan a alcanzar unos 200 metros de altura. Por la disolución de las rocas por las aguas, el cañón muestra a menudo formaciones cóncavas y grutas de una belleza sorprendente. El viajero puede recorrer el cañón desde el estrecho valle y el lecho del río en donde súbitamente encontramos bosques de sabinas, cataratas, pasos angostos y remansos.
El cañón del río Lobos fue declarado Parque Natural en 1985 y se extiende en unos 20 km, aunque la parte más visitada y accesible son los primeros 14 km. Arranca el cañón desde la localidad de Ucero y llega hasta el pueblo de Honoria del Pinar, donde un puente romano marca de alguna forma el final del trayecto. El nombre del río y del cañón es porque la zona era un refugio del orgulloso lobo soriano, aunque hoy sólo de cuando en cuando se avista alguno de estos magníficos depredadores. No obstante, otra teoría afirma que el nombre de “lobos” remite más bien al ancestral culto del dios lug en la época megalítica, y que además el lobo, como animal, constituía también en las Cofradías de los Constructores del Medievo el símbolo de una ceremonia de iniciación que se hacía en el cañón.
San Bartolomé y los templariosPero lo impactante del cañón es su paisaje y el silencio que reina en él, sólo roto por el fluir del río en el fondo del cañón. El visitante queda anonadado en este pequeño cañón del Colorado por la virginidad del lugar, y admira los farallones que flanquean el angosto lecho del río mientras sobre su cabeza planean a menudo buitres leonados y alguna águila que han construido su nido en las rocas montaraces del cañón. Y cuando menos lo espera, aparece de súbito, en medio de un ensanchamiento de los farallones, una sorprendente ermita de considerables proporciones. La primera pregunta que el viajero se hace es el porqué de una construcción semejante en un lugar tan olvidado y solitario, distante algunos kilómetros del pueblo más cercano, que es Ucero. La respuesta empieza a desvelarse cuando constatamos que quizás formaba parte del antiguo convento templario de San Juan de Otero, que es una construcción de los monjes guerreros templarios en torno al siglo XIII, siendo la ermita una mezcla de estilo románico y protogótico. Expertos en el Temple como Atienza o Almazán señalan que la ermita de San Bartolomé constituye la obra cumbre del simbolismo iniciático pétreo templario en la Castilla medieval. Se halla enclavada en un lugar equidistante de los dos puntos más septentrionales de la Península, los cabos de Creus y Finisterre, y esto parece aludir pues al Omphalos o centro del mundo. Y, en un canecillo del ábside, vemos un crismón, que es un símbolo inequívoco de la marca gremial de la Cofradía de Constructores Hijos del Maestro Santiago, con lo cual se hace evidente que el cañón era uno de los senderos protegidos que usaban los peregrinos para enlazar con el camino francés de Santiago de Compostela.
Los óculos de los hastiales norte y sur en el exterior presentan estrellas invertidas de cinco puntas que dan lugar a un pentágono central y que están entrecruzadas por cinco corazones, enmarcado todo ello por un círculo. En la simbología esotérica occidental, la estrella de cinco puntas o pentalfa es el máximo símbolo de protección espiritual y energética. Es utilizada por cabalistas, magos y hechiceras para protegerse de energías negativas en los conjuros.
Todo apunta a que los templarios depositaron conscientemente un símbolo protector en el cañón. Además, la figura del corazón en clave islámica señala el órgano del verdadero saber. Encima de la puerta de entrada, encontramos en el tejaroz un total de diez canecillos. Algunas de sus representaciones vuelven a ser simbólicas. Por ejemplo, en uno vemos tres rollos de manuscritos que apuntan a la tradición arquitectónica hispano-musulmana como referencia a la importancia del conocimiento. En otro canecillo, vislumbramos la letra H. La intención simbólica aquí alude a la filosofía Hermética y quizás también a Hiram, el maestro que levantó el templo de Salomón en Jerusalén que, como sabemos, fue el primer asentamiento templario en Oriente. Otro canecillo muestra una cabeza de lobo, que como ya hemos sugerido es un símbolo de iniciación de los canteros medievales. En algunos otros canecillos vemos representaciones de lo que podrían ser héroes paganos y vicios y virtudes. En el interior de la ermita, con un altar dedicado a San Bartolomé, existen lugares y símbolos a estudiar, lamentablemente la ermita siempre está cerrada.

Los templarios
La Orden del Temple fue una orden militar de monjes-guerreros creada en plenas cruzadas en Jerusalén por nueve caballeros franceses (algunos eran occitano-catalanes) en torno a 1128, cuya misión era la de proteger a los peregrinos en tránsito a Tierra Santa y combatir al Islam. Tras extenderse en encomiendas y fortalezas por toda Europa, en 1312 la orden fue abolida por el Papa Clemente V y el rey francés Felipe el Hermoso, quienes confiscaron todos su bienes y riquezas y quemaron en la hoguera a Jaques de Molay, el último maestre del Temple en París.
Durante su estancia en Jerusalén, los templarios asimilaron la tradición oriental gnóstica y cabalística, que les ofreció otra lectura del cristianismo. Descubrieron que la vía defendida por Roma y el Vaticano no es la única para entender el ser humano y aceptaron vías del cristianismo hereje más próximo a cátaros, arrianos, gnósticos y maniqueos. Esto implicaba la transmisión oculta de esta doctrina y su vía iniciática quedó concentrada en el ritual llamado Bafomet, que el Vaticano interpretó como adoración de Satán.

Las cuevas del cañón
Pero, junto a la ermita, el visitante descubre otro fenómeno sorprendente. Se trata de una gran cueva, denominada las Zorras, cuyo interior, por sus piedras y formaciones, parece haber estado habitado en épocas prehistóricas. Además, entre la ermita y la entrada de la cueva, nos encontramos con una especie de altar megalítico o piedra de sacrificios que no deja lugar a dudas sobre la religiosidad ancestral del lugar. Entonces advertimos que el cañón del río Lobos era un lugar sagrado y religioso para las antiguas culturas mucho antes de que los templarios edificasen su ermita y que, posiblemente, los monjes guerreros advirtieron este hecho y edificaron en ese lugar para identificarse con esas antiguas energías.
Hay un aspecto que clarifica esta hipótesis. Una vez dentro de la cueva, y en especial si tomamos unas fotos, descubrimos que la entrada de la cueva posee una forma de vulva femenina y que además enmarca de forma perpendicular y panorámica toda la ermita, que se alza a poca distancia. Es entonces cuando el visitante empieza a pensar que dicha cueva había sido usada por los mismos templarios quizá para su ritual iniciático. Es probable que el antiguo culto megalítico fuese un culto matriarcal a la fecundidad y que la forma de la cueva apuntase a la fertilidad femenina de la diosa madre. Los templarios parece que continuaron esa vía sagrada religiosa y la acoplaron a sus propios rituales.
Si nos adentramos en el cañón encontraremos otras cuevas, como la cueva Conejos o la cueva Grande, y en algunas de ellas veremos restos de pinturas rupestres y signos megalíticos o insculturas.

PROPUESTA DE ITINERARIO
Para visitar el Parque Natural del Cañón del Río Lobos debemos partir del pueblo de Ucero, en Soria, y vale la pena al pasar que visitemos el castillo –también templario– de Ucero, que precisamente protegía en la Edad Media la entrada natural del cañón. En Ucero, tomamos una pista asfaltada que nos conduce ya por un bello paraje hacia la caseta y el aparcamiento de entrada en el parque. Allí dejamos el vehículo y empezamos con las mochilas el viaje a pie.
Los primeros kilómetros del parque nos adentran en el estrecho cañón, acompañados por el lecho del río y sus cristalinas aguas. Se suceden los paisajes: bosques de enebros y sabinas, matorrales y, sobre todo, espacios de marismas con nenúfares de una gran belleza. Vale la pena contemplar largo rato las evoluciones y los vuelos de los buitres leonados. En algo menos de una hora, estaremos en la ermita de San Bartolomé y la cueva las Zorras. Una vez allí, la ermita merece una especial atención pero, a nuestro juicio, es la cueva las Zorras el verdadero lugar de poder. Ya antes de entrar en la misma, vemos un menhir significativo y, junto a la entrada, una especie de altar o ara quizás destinada a realizar libaciones religiosas. El lugar perfecto de la cueva a la que casi nadie asciende es la parte superior. Para alcanzarla hay que superar escalones naturales que parecen tallados para gigantes. Una vez en este lugar, cerca del rocoso techo, advertiremos toda la potencia telúrica del sitio.
Si queremos realizar una meditación o visualización, la cantidad de visitantes que afluyen al cañón del río Lobos obliga a elegir las cuevas posteriores, más adecuadas para ello. Dejando atrás la ermita y la cueva de las Zorras, continuamos nuestro viaje por el lecho del río. En algunos trechos desaparece y vuelve a reaparecer misteriosamente más adelante. En el lado derecho del cañón encontramos la cueva Menor, ascendente, perfecta para la meditación. Luego, tras varios kilómetros, atravesamos un espeso pinar de sabinas albar en donde podemos comer y reponer fuerzas. Más adelante hay que vadear el río con escaleras de madera rústicas al estilo de las aventuras de Indiana Jones. Llegaremos a un puente llamado de Los Siete Ojos y, a partir de aquí, el cañón se hace aún más estrecho y se interna en la provincia de Burgos.
Al llegar aquí, por cuestiones de horario, es interesante volver hacia atrás por el mismo camino, a no ser que tengamos un segundo coche en la parte burgalesa. Cuando volvamos al aparcamiento, tendremos una maravillosa sensación de haber realizado un viaje en el tiempo bajo el espíritu de aquellos guerreros del Temple.



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