miércoles, 1 de mayo de 2013

Rafael Guillén, 80 años en paz granadahoy.com


El poeta granadino acaba de celebrar su cumpleaños aunque el mejor regalo le llegó el año pasado con la publicación de sus 'Obras completas' en la editorial Almed
G. CAPPA GRANADA 
El escritror granadino, rodeado de libros en su despacho.
La poesía de Rafael Guillén (Granada, 27 de abril de 1933) tiene mucho que ver con la placeta de Carvajales del Albaicín. Es un lugar recóndito, alejado de la masificación del Mirador de San Nicolás, pero desde sus asientos parece que se puede tocar la Alhambra con las manos, como si estuviese hecha a escala del ser humano. El poeta granadino acaba de cumplir 80 años aunque el regalo que esperaba con más ganas se lo dieron con un año de antelación con la publicación de sus Obras completas en Almed. En la actualidad vive en los Alminares, en un piso con una terracita en laque el Premio Nacional de Literatura en 1994 por Los estados transparente sale a leer en cuanto asoma el sol en una silla de enea forrada de cojines. Allí sentado consigue aislarse de la música de un violinista rumano que repite machaconamente la misma canción una y otra vez, sin saber que puede estar espantando a las musas que huyen de él pero que habitan ocho pisos arriba. 

Si algo distingue a Rafael Guillén es que, aunque la literatura ha sido el segundo amor de su vida, sólo por detrás de su mujer Aurea Marcos y sus cuatro hijos, se ha ganado la vida en el banco Hispano Americano, donde ingresó en 1956 y se prejubiló en 1991. Por eso ha estado de alguna manera al margen de las veleidades literarias aunque ha dado la cara en momentos en los que lo más probable era que se la partieran, como cuando fue uno de los organizadores del primer homenaje a Federico García Lorca en 1975. Y si hay algún bando poético en la ciudad él se lleva bien con todos, con los que hay y con los que pueden venir en el futuro. Pero no lo hace por ser buena persona. Al contrario, se define como un ser "perverso" aunque, en verdad, ni él mismo se cree lo que dice, y menos quienes le escuchan. 

Es un hombre que prefiere escribir a hablar, al menos cuando se trata de dar una opinión pública sobre algo o hacer una entrevista. Es ante un folio en blanco donde encuentra las palabras justas, aunque en el tú a tú se muestra como un hombre extremadamente cercano, afable, de los que invitan al periodista de turno en su casa a tomar una cerveza o un aperitivo. En este caso se sucede siempre el mismo ritual. Su mujer recibe al reportero con una amplia sonrisa que no es sino el reflejo de la profunda admiración que sigue sintiendo por su marido. Rafael Guillén suele aguardar en el su despacho, poblado de libros, perfectamente vestido y aseado, siempre como recién salido de la ducha aunque sea ya de noche. Y una prueba de que la vanitas vanitatisno habita su casa es que, aunque acaba de publicar un libro, para la foto promocional elige posar con un sesudo tratado de filosofía que está leyendo. 

De vuelta a su despacho, destaca una estantería repleta de libros de poesía que amigos como Vicente Aleixandre le han dedicado: "A Rafael Guillén, leyendo sus bellos, sus feroces versos", le escribió el premio Nobel, una frase que Guillén lee como si estuviera hablando del vecino del quinto. Y eso que con el grupo Versos al Aire Libre resucitó en los cincuenta la poesía en Granada, tras los 20 años de silencio que siguieron al asesinato de Lorca. "Ese silencio era debido a que, en los comienzos de la Dictadura, los poetas éramos o comunistas o maricones", suele decir el poeta para retratar de un plumazo cómo era su ciudad hace medio siglo. Pero, además, es que no había poetas en Granada. Luis Rosales estaba en Madrid y no quería saber nada de esta ciudad. Elena Martín Vivaldi publicó un libro, también en Madrid. En poesía, el silencio era sobrecogedor. Entonces llegó Versos al Aire Libre para sacar la poesía a la calle. Repartían versos a la salida de la Catedral, por las calles, en las tabernas. 

Por entonces ya era un hombre hecho y derecho, con trabajo y con responsabilidades, aunque Rafael Guillén conoció muy pronto la tiranía de los horarios porque desde muy jovencito tuvo que ayudar a la economía de su familia ya que su padre murió cuando apenas tenía dos años. En La Guerra Civil se vio obligado a trasladarse de la calle San Juan de Dios donde nació a La Zubia y, en el 39, se fue a vivir a Salobreña con su tío porque el milagro de los panes y los paces no surtía efecto con los garbanzos. 

Quizás su época más feliz llegó con la década de los setenta, entre las cuatro paredes de un estudio que ocupaba toda la entreplanta del ala norte del edificio de la Avenida de Cervantes en el que vivía por entonces, conocido popularmente como de las columnas por estar al descubierto los pilares que lo sustentaban. Dicho estudio tenía dos alturas. Bordeaba la superior, en línea recta, una larga y torneada baranda de madera, el escalón de acceso y una estantería repleta de libros y discos. Allí ejercía de prefecto anfitrión junto a su mujer y, muchas de estas veladas, agotados los temas literarios, artísticos o de actualidad, terminaban de madrugada, a ritmo de tango, con Carlos Gardel y Aníbal Troilo, o entre canciones de Jacques Brel, Georges Brassens, Atahualpa Yupanqui y demás cantantes del momento, sin desdeñar a doña Concha Piquer o don Antonio Machín. Más de treinta amigos llegaron a reunirse en alguna ocasión, poetas, narradores, pintores, músicos y otras 'gentes de mal vivir'. Entre los más asiduos estaban el escritor Pepe Guevara, el escultor Cayetano Aníbal, el periodista Pepe Corral, el grabador Luis López Ruiz y el pintor Juan Muñoz. Pero por allí pasaron también Elena Martín Vivaldi, Trina Mercader, Julio Alfredo Egea, Patricia, Joaquín Sabina, Paco Martinmorales, su hermano Ricardo, Manuel Maldonado, Mariano Cruz, Pepe Heredia... De Ginebra llegó José Ángel Valente, con una carta de presentación de Vicente Aleixandre; de Argentina, el escritor Antonio Requeni, la cantante de temas sefardíes Dina Roth, con su hija pequeña, la hoy popular artista de cine. Todos ellos encontraban en Rafael Guillén al perfecto guía para conocer los rincones más bellos y más desconocidos de Granada, además de sus tabernas más sagradas. En cuanto a las etapas más duras de su vida está el fallecimiento de su madre en 1960, momento en el que escribió un poema que todavía hoy se sigue leyendo con asiduidad en multitud de entierros: "Andaré por la casa / poniendo las dos manos sobre cada recuerdo. / Preguntas y preguntas / me inundarán la boca como amarga saliva". Hace dos años, estos versos volvieron a golpearle con la muerte de su hermano, que era misionero. 

El poeta es un viajero infatigable, fiel a su máxima de que no se puede alargar la vida pero sí ensancharla. Y sigue recibiendo reconocimientos, el último el Premio de las Letras Andaluzas. Una semana antes lo llamaron desde el hospital para darle cita con el médico, justo el día en el que recogía el premio. "Mire, ese día no puedo porque me dan un premio, está usted invitada si le apeteciera ir", le dice a la funcionaria del SAS con una despreocupación que llega incluso a emocionar porque en ese momento se tiene la certeza de tener el escaso privilegio de estar ante un buen ser humano. Sin dobleces.

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