domingo, 29 de noviembre de 2015

De cuando los lavaderos eran el Facebook de las ciudades granadahoy.com

Harry me había propuesto ir a visitar un lugar interesante en el antiguo barrio judío de Granada y después picar algo en cualquier taberna que surgiera a nuestro paso
ANDRÉS CÁRDENAS 
La Puerta del Sol, en el Realejo.

EL cielo estaba estrellado; el frío, soportable; los coches cumplían el requisito ruidoso mínimo para saber que estamos en el centro de la ciudad y la promesa de un buen vino con una buena tapa esparcían dentro de mi boca la humedad que preludia el goce cercano. ¡Que se me hacía la boca agua!, vaya. Y es que Harry me había propuesto ir a visitar un lugar interesante en el antiguo barrio judío de Granada y después picar algo en cualquier taberna que surgiera a nuestro paso. Me preguntó si yo conocía el lavadero que hay en la Placeta de la Puerta del Sol y yo le dije que por supuesto, que era uno de los sitios favoritos de mi alma cuando quería calmarse de sus inquietudes terrenales. 

-¿Por qué no llevar tú a mí una noche? 

-Eso está hecho, Harry. ¿Pero por qué de noche?- le contesté y le pregunté a la vez. 

-Me han dicho que ser lugar con mucho encanto, muy alu… alu… 

-¿Alucinante? 

-Eso. Muy alucinante. 

Así que aquí estamos, en Plaza Nueva, dispuestos a salir de paseo una noche de noviembre en que el frío aún no ha llegado con toda su intensidad. Antes de caminar hacia la Puerta del Sol (muchos granadinos la única Puerta del Sol que conocen es la de Madrid) le digo a Harry que Granada tiene muchas visiones y que una de las mejores es la de la noche, cuando la ciudad se repliega a sus estancias y se queda con las luces necesarias para provocar el encanto de lo misterioso. 

A la Puerta del Sol se puede ir por muchos sitios, pero nosotros lo hacemos desde Plaza Nueva, que es donde he quedado con Harry. Desde una calle perpendicular a la Cuesta Gomérez accedemos al barrio del Mauror. Mientras caminamos, le explico a Harry que en Granada hubo un tiempo en que coexistieron tres culturas: la cristiana, la musulmana y la judía. Y que la judía vivía precisamente por el sitio por el que vamos. Todavía hay restos de celosías (casi todas falsas) con caracteres en hebreo en algunas casas de la zona. Harry me dice que le interesa saber cosas sobre los judíos en Granada y yo le digo que otro día iremos a visitar un museo sefardí que hay en el barrio. Le digo a Harry que se abrigue pero él me dice que eso no es frío, que para frío y humedad la que tiene que soportar en Limerick, su ciudad natal. Yo camino junto a él descuidado en mi sosiego. Pasamos por un aljibe y le comento a mi acompañante que de estas construcciones hay muchas en Granada, sobre todo en el Albaicín, y que eran muy importantes para acumular agua potable. Y también le digo que aquel barrio tenía mucho esplendor, hasta que en 1066 se llevó a cabo la matanza de judíos por parte de musulmanes. 

-Pobres judíos, siempre ser los más perseguidos -apunta Harry-. 

Le cuento a Harry que hay quién cree que existe una relación directa de los 613 versos de la Torá (el texto que contiene la base y el fundamento del judaísmo) con los 613 granos que tiene una granada. 

-¿Tener 613 granos una granada? 

-No lo sé Harry, te aseguro que nunca los he contado. 

-Yo mañana comprar una y contarlos. 

-Bueno, si te empeñas. Luego me lo cuentas. 

De entre las cuestas que hay para llegar hasta la Puerta del Sol, escogemos la llamada Cuesta del Berrocal, estrecha y apacible, en donde las luces y la vegetación doméstica de las casas y cármenes provocan en el visitante la sensación de estar en una época que no es esta. También se puede ir por el Paredón de Jesús de las Penas, sin duda una de las cuestas escalonadas más bonitas de Granada. Me pregunta Harry por qué le llaman a aquella cuesta la de Jesús de las Penas y cuando le digo que no lo sé, en su rostro veo una sibilina sonrisa por creer que me ha pillado en una de mis lagunas sobre el conocimiento de la ciudad. Para vengarme, aligero el paso por las cuestas con dos objetivos: provocarle el sofoco por el cansancio y sacarle una súplica. A los pocos minutos oigo a Harry exclamar: 

-¡Esperar! ¡Esperar! No poder más. Yo creer que era un paseo, no una carrera -dice con la lengua fuera y apoyado en una pared-. 

Me avergüenzo de mi actitud y le digo a Harry que me perdone, pues creía que estaba en mejor forma. 

-Yo ser viejo, no atleta -dice-. 

A partir de ahí aminoramos el paso hasta que el recorrido alcanza el grado de paseo. Y de pronto aparece la Puerta del Sol con su lavadero del siglo XVII. 

-Aquí está Harry. Que sepas que lo que estás viendo muchos granadinos no saben ni que existe. 

-¡Oh! ¡Ser bonito! -obtengo como respuesta-. 

Le digo a Harry que siempre que voy a allí experimento el bienestar de saber que estoy en un sitio en el que quiero estar. El instante perfecto. Ese momento en que las luces y las sombras te llenan de una serenidad deliciosa. Noté que a Harry le pasaba lo mismo. Permanecía inmóvil viendo al fondo las luces de la ciudad. Desde ese mirador se ve el horizonte en toda su extensión. La catedral tiene un sitio privilegiado para la vista del que observa y el Cubo de la General parece un dado que Dios ha echado en el tapete luminoso de la ciudad. Una pareja de jóvenes se arrullan en aquel lugar en el que parece estar permitidos todos los arrumacos posibles. Otro chico está sentado en el poyo, apoyado en una de sus columnas, trasteando el móvil y al cuidado de un perro que por allí pulula. 

Le explico a Harry lo que sé sobre aquel lugar. Que el nombre de la plaza proviene de la puerta de la muralla zirí construida al pie de las torres Bermejas, llamada del Sol por tener su entrada orientada al saliente y su salida, al poniente. Y que el lavadero fue levantado en el siglo XVII y que para ello se utilizaron seis columnas dóricas de mármol de Sierra Elvira que, al parecer, pertenecieron a una antigua ermita cercana (la de Santa Escolástica), desaparecida tras las desamortizaciones. Harry se interesa por la arquitectura del lavadero, un templete cubierto por una armadura de madera reforzada por dos tirantes y protegida al exterior con tejas árabes. Y yo le digo que construcciones como aquella fueron muy necesarias para la higiene en un tiempo en el que no había agua corriente en las casas. Y que de alguna forma los lavaderos eran las redes sociales más efectivas entre los siglos XV y XIX porque en ellos las mujeres se contaban sus cosas, se lavaban 'los trapos sucios' y se enteraban de todo lo que pasaba en la ciudad. Allí se conocían las noticias y se generaban rumores de todo tipo. Noticias y rumores que luego se expandían por la ciudad con la efectividad de un potente medio de comunicación que llegaba a todos los sectores de la sociedad. 

-Ser como el 'Facebook' de los antiguos. 

-Tú lo has dicho, Harry, como el 'Facebook' de los antiguos. Gracias por darme el titular para esta crónica. 

-De nada. Tú invitar a unos vinos por eso. 

-¿Encima de que te he traído? 


-No, ser broma. Invitar yo.

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