sábado, 1 de abril de 2017

Entre Marx y Cristo granadahoy.com

                                                                          TRIBUNA


AQUILINO DUQUE
Escritor

Entre Marx y Cristo
El humanismo del Gulag y la guillotina tiene con el del Renacimiento el parentesco del racionalismo, y es el rechazo del racionalismo -lo que Lukácz denominaría "el asalto a la razón"- y el modelo de organización social, lo que él llamaba "la escala de Jacob", lo que inclinó al poeta Mandelstam hacia la Iglesia católica y el marxismo. En el marxismo, pues, veía aquella juventud del orto revolucionario un humanismo aparentemente opuesto al racionalismo de las democracias burguesas, pero algunos, y entre ellos los Mandelstam, no tardarían en llamarse a engaño. Aún en 1917, Mandelstam sostenía que su ideal político era una especie de teocracia, y en esto, más que marxista, parece paneslavista. Más tarde, Nadieshda, su esposa, atribuiría la profanación de los valores del humanismo al hecho de que "esos valores no tenían ninguna base". Pero al revisar la experiencia y la conducta de su generación, dice también que: "Los atractivos del pasado han caducado ahora: en otra época Rusia salvó la civilización cristiana de Europa de los tártaros. Hoy día la ha salvado del racionalismo y de sus consecuencias: la voluntad del mal. Y eso le ha costado muchos sacrificios." Repárese que estas consideraciones se las hacía Nadieshda en tiempos del "deshielo", cuando al pueblo ruso le fueron reveladas las grandes iniquidades… de Stalin. Y ella no compartía el optimismo general, pues sabía que esas iniquidades no se reducían a Stalin, sino que databan de mucho antes y tenían los nombres de Lenin, Trotsky y Dzeryinski. Todos estos humanistas eran enemigos de la pena de muerte, como antes de ellos lo había sido Robespierre, y Mandelstam, que también lo era, dijo cuando por fin la pena capital fue abolida en tiempos de Stalin: "¡Han abolido la pena de muerte! Eso es que deben de estar matando mucho!"
Recientemente he podido leer que en Francia, lafille aînée de l'Eglise, la religión predominante en este fin de siglo no es ya el catolicismo, sino el islamismo, y eso no sólo por la cantidad de emigrantes norteafricanos, sino por el hecho de que la juventud francesa con inquietudes religiosas se siente más atraída por la mezquita que por la parroquia. Este fenómeno se dio también en la intelectualidad rusa de los albores de la Revolución, y Mandelstam lo explicaba diciendo que: "El determinismo, la disolución del individuo en la sagrada militancia, las inscripciones ornamentales en una arquitectura que aplasta al individuo, todo eso correspondía más a los hombres de nuestra época que la doctrina cristiana sobre el libre albedrío y el valor de la personalidad humana." Este matiz cristiano era lo que hacía que la teocracia en que pudo creer distara bastante de la teocracia del Antiguo Testamento y no digamos de la musulmana; por eso, cuando viajó a las repúblicas del Cáucaso, optó por Armenia, que se le antojaba una avanzadilla del cristianismo frente al mundo musulmán. Los contratiempos que allá tuvo no fueron de orden teológico, sino político, pues no se le ocurrió cosa mejor que impugnar en público el dogma de que la literatura debía ser "nacionalista por su forma y socialista por su contenido", sin caer en la cuenta de que su autor era nada menos que el Padre de los Pueblos. Estas provocaciones eran más de lo que los humanistas podían soportar, y el colmo fue ya el poema sobre Stalin, del que Pasternak decía consternado que cómo había podido escribir él esos versos siendo judío.
Dudo que haya habido ningún judaizante que haya corrido a manos de la Inquisición los peligros que este cristianizante corrió a manos de los humanistas. En esos peligros pocos fueron los intelectuales que pudieron protegerlo, y más de uno, empezando por Pasternak y acabando por Ehrenburg, podía haber dicho que el peor enemigo de Mandelstam era el propio Mandelstam. Parece ser que Pasternak no hizo todo lo que podía, pero ya se vería con el tiempo que Pasternak tenía bastante con nadar y guardar la ropa. A Ehrenburg y a Surkov los he llegado a conocer. ¡Qué par de bergamines! Vaya en su descargo que no es tarea fácil echarle una mano a una víctima de segunda, como era Mandelstam. Mandelstam se merecía lo que le pasaba y no era cosa de que la Revolución tuviera contemplaciones con un enfermo de los nervios cuya literatura estaba fuera de la corriente de la Historia. Demasiado se hizo con indicarle que se dedicara a traducir y a él eso de traducir no le iba, entre otras cosas porque, como decía la Ajmátova, "la traducción devora energía creadora". Otro humanista profesional que no movió un dedo por él fue Romain Rolland. El arte que los humanistas tienen para manejar la ley del embudo está por encima de toda ponderación. Y tampoco hay que decir que siguen entre nosotros, convertidos en jueces, tocados con la peluca de los derechos humanos, y en verdugos bajo la piel de borrego de la democracia.

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