lunes, 10 de junio de 2013

El sacramento de una fiesta gitana granadahoy.com

Cinco niños se bautizaron este sábado en la Iglesia de la Paz, en Almanjáyar, en un ritual que comenzó el viernes y que terminó ayer domingo después de tres días de fiesta
R. C. GRANADA 
Cante y baile nada más salir de la Iglesia de la Paz.
Los niños bautizados y sus familiares.
Numerosos cantaores y guitarristas acudieron a la ceremonia.

Cinco niños acaban de recibir el bautismo en la Iglesia de la Paz, en el barrio de Almanjáyar. Los protagonistas se han quitado de encima el pecado original y salen a la calle con cara de modositos. Ha terminado la ceremonia religiosa pero comienza el rito gitano de la fiesta, con tres guitarristas apostados en la entrada del templo para empezar a tocar frenéticamente por rumbas. María y Gabriel, los padres de cuatro de los niños bautizados, y Rosa, madre del quinto, atienden a los más de 200 invitados mientras se improvisa sobre un tablao sobre el asfalto donde el baile, las palmas y el cante son la segunda ceremonia de la tarde, la ceremonia de los gitanos. 

Los invitados comenzaron los festejos el viernes por la tarde pero, cuando llega el momento de que los niños pasen por la pila bautismal, la tarde del sábado, parece que todos se acaban de levantar de la siesta. Todos están orgullosos de ser gitanos y hasta los payos que comparten ese momento se hacen calés por unas horas. Las guitarras siguen sonando mientras los invitados comienzan a coger los coches para irse a cenar al hotel Los Alixares, donde llegan sobre las ocho de la tarde sin saber exactamente a qué hora van a salir, aunque sí tienen claro que será de día. Y en este punto donde casi todo el mundo regresa a casa con la palabra derrota escrita en la frente, ellos continúan la fiesta en el chalet familiar, sin solución de continuidad. En este bautizo, la expresión "hasta que el cuerpo aguante" no es una frase hecha, y se demuestra una vez más que el cuerpo humano responde en las situaciones límite, que sobrepasa niveles que en principio son infranqueables, como los alpinistas en el Everest. La alegría no decae, las guitarras siguen al pie del cañón y los cantaores espontáneos se multiplican una vez que la vergüenza hace días que desapareció. 

Es la hora de encender la barbacoa para reponer fuerzas y el olor de la carne en la brasa es un bálsamo para los sentidos y para el estómago. Los cinco niños, que se saben protagonistas, deambulan felices. Los invitados comparten el último tramo de un fin de semana en el que un bautizo es un ritual de hermandad, una manera de que los primos se conviertan en hermanos.

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