Los concejales discutían a gritos, aunque luego decían ser "hermanicos" Había 250 empleados Un alguacil expulsó a un juez por ir mal vestido El enchufismo no tiene enmienda
JOSÉ LUIS DELGADO GRANADA
A veces las hemerotecas nos sorprenden con curiosas crónicas como esta de 1948, firmada por el recordado Eduardo Hernández, fundador de la Revista Manicomio, refiriéndose a la "Granada que fue" de hace siglo y medio. Los poco instruidos concejales nombrados según el color de cada partido político acababan los plenos discutiendo a gritos, aunque luego convenían en no llegar a mayores porque al fin y al cabo "todos somos hermanicos", decían. Más o menos hacían bueno el dicho "se ladran, pero no se muerden".
No sé si las cosas han cambiado algo; ya los concejales no discuten a gritos, hay micrófonos; ahora está más de moda la buena educación que consiste en el reproche "fino": "tú ERES" y "tú ERES más", pero "tú también ERES", "anda, que tú…" Se llaman mentirosos unos a otros y se quedan tan tranquilos: "tú faltas a la verdad"; "y tú mientes", si pero "tú no estás en lo cierto". Ahora los concejales no se dan voces, son más cultos y utilizan el vocabulario perfectamente porque, aunque ignoran el vocablo "dimisión", conocen muy bien los sinónimos, las reiteraciones, las redundancias y el "dardo en la palabra" de Lázaro Carreter, creyendo que los lectores (y las lectoras, como dicen los generosos en emplear vocabulario inútil) somos tontos.
Cuenta don Eduardo que, después del traslado del Ayuntamiento desde su ubicación en la antigua Madraza al convento de Carmelitas hacia 1858, en donde se encuentra hoy en la Plaza del Carmen, tenía la institución unos 250 empleados. Pero es que en el mismo edificio se concentraban el parque de bomberos, las caballerizas y los almacenes en la planta baja; además de las oficinas y despachos que daban a la calle Escudo del Carmen; se ubicaba allí también el despacho del arquitecto municipal, el olvidado Cecilio Díaz de Losada, el defensor del Arco de las Orejas, el mismo que alineó el Zacatín y que murió trágicamente en el incendio de unos almacenes de la calle Capuchinas en 1882.
En el piso superior estaba la salita llamada de Mariana, en lo que hoy sería el Salón de Plenos, y los despachos del alcalde y concejales. En el entresuelo, los Juzgados de Instrucción y el Archivo Municipal, regido por el entonces muy popular Paco Camps (Francisco Camps y Cantos). De todos los funcionarios, incluido el alcalde, el que más ganaba era el secretario del Ayuntamiento, que recibía 500 pesetas mensuales.
Refiere el señor Hernández en su "Granada que fue" que en una ocasión, estando barriendo un despacho el alguacil José Ferrer, se presentó en la puerta "un hombrecillo de traje raído y con los tacones de los botillos torcidos"; ante ese aspecto, Ferrer lo despidió de mala manera hasta que se aclaró que era el nuevo juez, don Juan de Arias y Echevarría que venía a tomar posesión de su cargo. Parece que al alguacil lo cesaron a los pocos días.
Hay otras antiguas "melodías" del siglo XIX que curiosamente siguen sonando estos días, a pesar de la lluvia caída. En la misma página de hemeroteca que venimos comentando se narra el hecho "simpático" producido con el cambio de alcalde en Granada. Entró el señor Rafael de Garay y Mendoza por el partido conservador y al pedir el libro con los nombres de los funcionarios, constaban también al margen los padrinos que propiciaron el enchufe; práctica común que parece que no tiene fecha de caducidad, puesto que iba a ser empleada por el nuevo alcalde. Pero apareció un nombre, Diego Bolaños, sin su padrino al margen, lo cual extrañó bastante. Preguntado el caso al secretario José Palacios, con la socarronería "granaína" que le caracterizaba, exclamó "¡Ay, sí…! Esos Bolaños son los alfileres de la señora del alcalde saliente". Y es que en Granada hemos tenido unos ayuntamientos muy "grasiosos", pero con "malafollá", que diría el castizo.
No sé si las cosas han cambiado algo; ya los concejales no discuten a gritos, hay micrófonos; ahora está más de moda la buena educación que consiste en el reproche "fino": "tú ERES" y "tú ERES más", pero "tú también ERES", "anda, que tú…" Se llaman mentirosos unos a otros y se quedan tan tranquilos: "tú faltas a la verdad"; "y tú mientes", si pero "tú no estás en lo cierto". Ahora los concejales no se dan voces, son más cultos y utilizan el vocabulario perfectamente porque, aunque ignoran el vocablo "dimisión", conocen muy bien los sinónimos, las reiteraciones, las redundancias y el "dardo en la palabra" de Lázaro Carreter, creyendo que los lectores (y las lectoras, como dicen los generosos en emplear vocabulario inútil) somos tontos.
Cuenta don Eduardo que, después del traslado del Ayuntamiento desde su ubicación en la antigua Madraza al convento de Carmelitas hacia 1858, en donde se encuentra hoy en la Plaza del Carmen, tenía la institución unos 250 empleados. Pero es que en el mismo edificio se concentraban el parque de bomberos, las caballerizas y los almacenes en la planta baja; además de las oficinas y despachos que daban a la calle Escudo del Carmen; se ubicaba allí también el despacho del arquitecto municipal, el olvidado Cecilio Díaz de Losada, el defensor del Arco de las Orejas, el mismo que alineó el Zacatín y que murió trágicamente en el incendio de unos almacenes de la calle Capuchinas en 1882.
En el piso superior estaba la salita llamada de Mariana, en lo que hoy sería el Salón de Plenos, y los despachos del alcalde y concejales. En el entresuelo, los Juzgados de Instrucción y el Archivo Municipal, regido por el entonces muy popular Paco Camps (Francisco Camps y Cantos). De todos los funcionarios, incluido el alcalde, el que más ganaba era el secretario del Ayuntamiento, que recibía 500 pesetas mensuales.
Refiere el señor Hernández en su "Granada que fue" que en una ocasión, estando barriendo un despacho el alguacil José Ferrer, se presentó en la puerta "un hombrecillo de traje raído y con los tacones de los botillos torcidos"; ante ese aspecto, Ferrer lo despidió de mala manera hasta que se aclaró que era el nuevo juez, don Juan de Arias y Echevarría que venía a tomar posesión de su cargo. Parece que al alguacil lo cesaron a los pocos días.
Hay otras antiguas "melodías" del siglo XIX que curiosamente siguen sonando estos días, a pesar de la lluvia caída. En la misma página de hemeroteca que venimos comentando se narra el hecho "simpático" producido con el cambio de alcalde en Granada. Entró el señor Rafael de Garay y Mendoza por el partido conservador y al pedir el libro con los nombres de los funcionarios, constaban también al margen los padrinos que propiciaron el enchufe; práctica común que parece que no tiene fecha de caducidad, puesto que iba a ser empleada por el nuevo alcalde. Pero apareció un nombre, Diego Bolaños, sin su padrino al margen, lo cual extrañó bastante. Preguntado el caso al secretario José Palacios, con la socarronería "granaína" que le caracterizaba, exclamó "¡Ay, sí…! Esos Bolaños son los alfileres de la señora del alcalde saliente". Y es que en Granada hemos tenido unos ayuntamientos muy "grasiosos", pero con "malafollá", que diría el castizo.
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