Un reducido grupo de amantes de la naturaleza tuvo el privilegio de conocer la vida en este vergel natural de La Zubia
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ROMÁN URRUTIA | LA ZUBIA
El grupo observa una charca en esta reserva natural. :: R. URRUTIA
Juanfran, de la SEO Birdlife, comienza hablando de un par de águilas calzadas que avistó justo donde estaba parado el grupo y explica después los anillamientos que se están cambiando por chips, «porque ofrecen mayor información de la altura de vuelo, la velocidad, los lugares donde se detiene...».
Eran una jornadas en torno al Día Mundial de la Aves y a la Sociedad Española de Ornitología se le ocurrió llevarse a un grupo de amantes de la naturaleza a la reserva natural de Corvales, en La Zubia, donde su propietario, Antonio Navarro, tiene uno de los mayores tesoros naturales de nuestra provincia, algo que cuida celosamente junto a voluntarios que han conseguido que esas casi 50 hectáreas sean un auténtico bosque y muestrario de especies autóctonas y descanso de aves migratorias.
La visita es didáctica, así que muchos están dispuestos a aprender no solo lo que dicen los de SEO, sino los propios excursionistas e incluso Luis María, hijo del propietario, que habla con entusiasmo de este proyecto casi desconocido. De agosto a septiembre se ha producido el paso de la mayor parte de las aves migratorias y algunas han recalado por la reserva «porque van hacia África y superar las alturas de Sierra Nevada no lo pueden hacer todas; las aves se cansan, así que van buscando bordear las altas cumbres y desde arriba ven este oasis de Corvales como un lugar de descanso y avituallamiento. Hace poco, por ejemplo, vi pasar no muy lejos dos grupos de milanos negros -alguien se encarga de enseñar una foto de estas aves-, unos trescientos, que iban de paso», cuentan. Han cruzado también ánsares, procedentes en algunos casos de Irlanda.
Alrededor hay encinas, muchas encinas, frutos de otoño, arbustos... un vergel donde a los pequeños senderos siguen los humedales que marcan los arroyos y las fuentes que van decantándose hacia barranco abajo. En una alberca hay varias familias de cangrejos de río autóctonos que han sobrevivido al americano. Luis María explica que esos cangrejos han estado siempre ahí, que nunca los han alimentado y que se reproducen desde hace años. «Nosotros, lo podéis ver, les ponemos cajas y cestas donde van plantones y allí hacen sus casas». Un crío, Iván, pregunta por las majoletas y todos los granadinos del grupo se apresuran a contestarle sobre algo tan unido a Granada: «También las llamaban 'tapaculos' -dice uno- porque como tomes muchas ya sabes lo que te puede pasar». Se habla despacio junto a juncos y a un campo de lirios, «que son la pasión de Antonio Navarro».
«Una charca es vida»
También se repasan los primeros invernantes como el petirrojo, la bandera blanca, muy abundante, y otras aves. Juan devuelve al árbol una jaula de autillo de corcho de alcornoque que se ha caído: «Son aislantes y ligeras, y las da la naturaleza». Descendiendo el barranco con cuidado de no resbalar con las alfombras de acículas, el grupo se detiene para escuchar los picoteos de un pájaro carpintero junto a una charca donde aparentemente hay solo agua estancada y musgo, «pero una charca es vida. Aquí por ejemplo, pone sus huevos el sapo patero que se puede ver en los caminos. El sapo no vive en ella, así que hay que ponerles tablas para que bajen y suban; una vez unos chiquillos, jugando, las quitaron y nos encontramos 30 o 40 sapos ahogados».
Casi la última visita es al observatorio que han montado los de la Asociación de Defensa de la naturaleza, Agraden, para ver comer a los pájaros. Instalan comederos en un lugar del barranco y después de varios días dejándolos que se acerquen ya se pueden instalar dentro de ese casero observatorio de madera a verlos, a fotografiarlos. a contemplar las maravillas de la naturaleza, las maravillas de una reserva natural que debemos visitar para proteger.
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