viernes, 23 de junio de 2017

Enfermedad y cultura granadahoy.com

                                                                           TRIBUNA


ESTEBAN FERNÁNDEZ-HINOJOSA
Médico

Las nuevas enfermedades del siglo XXI presentan la novedad de recaer sobre hombres y mujeres en profunda transformación

Enfermedad y cultura
Insistía Hannah Arendt en situar el pensamiento en las antípodas del cálculo. Desde el Renacimiento, una de las grandes aportaciones de la cultura europea ha sido la crítica y el pensamiento. Las humanidades han ocupado el núcleo del saber, pero de pronto ese núcleo ha cambiado de huésped y ha complicado nuestro espacio psíquico.
Sírvanos la figura del extranjero por su fragilidad -pérdida de lengua materna, de identidad, de lugar estable, de referencias morales…-. Un lenguaje incapaz de escudriñar los arcanos del propio ser o un vocabulario exiguo, que no traduce emociones a la conciencia, es un excelente aval para las somatizaciones. Muchos extranjeros atendidos en la consulta médica presentan trastornos psicosomáticos vinculados con la segunda lengua, sin gramática ni epigramática, inhabilitada para interpretar impulsos profundos o hacer justicia en un duelo. También es cierto que aquellos que logran superar tal escollo renacen con colosal creatividad.
Las nuevas enfermedades del siglo XXI presentan la novedad de recaer sobre hombres y mujeres en profunda transformación. Aunque el problema del alma ha sido tratado desde la antigüedad, fue Freud quien abrió paso a la investigación e introspección de la interioridad humana entre sus grandezas y abyecciones. Muchos desgraciados carecen de palabras para evocar sufrimientos, ni siquiera poseen las imágenes de sus conflictos. El sustituto televisivo puede tranquilizar, pero declina la reflexión, esto es, la necesaria toma de distancia respecto a cualquier conflicto. Se carece de expresiones verbales para explicar el gruñir del monstruo dentro del pecho. La dispersión de imágenes borra el espacio psíquico que andando el tiempo irá requintando el malestar.
A esta olla a presión se le reconocen tres válvulas de escape. La enfermedad psicosomática: no hay palabras, imágenes ni representaciones para que el espacio psíquico medie con el amargo cáliz del mundo. Emergen dolores corporales, ansiedades inmotivada, constipados, alergias, inesperados trastornos en la piel o del aparato digestivo, hasta que algún órgano rompe el sutil equilibrio de su rutina. Adicciones de toda naturaleza: sirven al olvido, pero no ahondan allí donde anida la medusa. Son alivios momentáneos, pero terribles soluciones. Y por último, cualquier acto de transgresión de normas, cualquier forma de violencia. Para qué hablar de la que hoy asuela las ciudades de Occidente.
Más allá de identificar el dolor innombrable necesitamos un lenguaje con el que metamorfosear el malestar y reconstruirnos desde dentro. Esta nueva decrepitud, derivada de la destrucción del espacio psíquico, pone en cuestión la educación en humanidades y la política. La humilde tarea de enseñar a leer y a escribir es el primer deber político de la democracia. La inseguridad en la capacidad de pensar -posiblemente relacionada con el grado de equilibrio del ámbito familiar-, inhabilita para sostenerle la mirada al negro sobre blanco más allá de unos minutos, o saber qué se está leyendo. La capacidad de atender se ha agotado o dispersado, y el espacio psíquico del que emana tampoco acoge. Eso afecta a los vínculos con los otros, o a la capacidad para suavizar los fieros atavismos de nuestra condición.
No son las nuevas tecnologías las que agrietan la clave de bóveda sobre la que asienta nuestra civilización - la lectura y la escritura -, sino la destrucción de nuestro espacio psíquico. ¿Y qué destruye ese espacio? Es ocioso y falso culpar al paradigma tecno-científico. Las llamadas ciencias sociales han hecho de sus contenidos objeto del método científico - propiedad de las ciencias de la naturaleza-. Si la ciencia se define por su carácter metodológico, las humanidades quedan postergadas para estragar la sed de conocimiento en una huida hacia ninguna parte. ¿Querrá la sociedad educar ciudadanos que sepan leer, escribir, interpretar e interpretarse? ¿Querrán los gobiernos impulsar la lectura de la tradición histórica, artística o literaria, no porque atesore verdad absoluta, sino por ser fuente de referencia? La conciencia formada en humanidades fue la que inspiró la caída del Ancien Régime. En el siglo XX otro régimen en la ilustrada Alemania destruyó su tradición humanística para anunciar una época nueva, y acabó inoculando el totalitarismo ante una ingente disponibilidad de beocios ingenieros al servicio de las máquinas del terror.
El estudio de la cultura, en sentido temporal, cultivando lenguas o el hábito de la lectura, contemplando el arte o reconociendo la novedad que define a los clásicos, no con finalidad arqueológica, sino para promocionar modelos eminentes de lo humano, ofrecería un sentido al compungido pecho del mundo y atemperaría el destino de la era que sucumbe.

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