Pampaneira, el pueblo más turístico de la comarca, se merece todas las frases de alabanza que ha atesorado durante su existencia
ANDRÉS CÁRDENAS | GRANADA
Una calle de Pampaneira, festonada de comercios para los turistas. :: R. VÍLCHEZ |
Nada más dejar el coche en el aparcamiento público de Pampaneira, que antes era la era del Tío Tolico, al de la fotillo de arriba se le acerca una guapa muchacha, sonriente y confianzuda, con sombrero a manera de exploradora para hablarle de dos sitios que, según ella, todo el que visita el pueblo no se debe perder. Uno es el Centro de Interpretación Gastronómica y otro el taller de jabón artesano. La competencia es dura en el pueblo quizás más turístico de la Alpujarra y Manuela -que así se llama la muchacha- se gana las habichuelas haciendo de anuncio de estos negocios. A Manuela no se le resiste casi ningún turista porque sabe bien inglés, francés y portugués, y chapurrea otros tantos.
-Con los alemanes se me da peor? pero al final me entienden.
Manuela me recomienda que si voy a comer pruebe el choto a la pampaneira y el pollo al estilo de la abuela Marina. También están las gachas pimentoneras y las migas de pan. Manuela alaba como nadie las excelencias culinarias del Centro de Interpretación Gastronómica, tanto que hace que el agua acuda a la boca del visitante. Total, que al final no tengo más remedio que ir a donde Manuela me recomienda.
En el Centro de Interpretación Gastronómica, que también es el restaurante Ruta del Mulhacén, hay un libro de firmas en el que uno que es de Santander ha puesto: «Vine, comí, me eché una siesta y me hice la promesa de volver a Pampaneira». El de la fotillo de arriba coge el bolígrafo y pone algo así como «cuando estoy en Pampaneira siempre encuentro un motivo para dilatar mi marcha». Y es que Pampaneira es capaz de atesorar frases bonitas como un agricultor recolecta semillas para la siembra. En 1977, el secretario general del Consejo de Europa dijo que les pedía «a los hombres de este blanco, florido y maravilloso pueblo de Pampaneira, que perseveren en mantener la pureza de su inimitable arquitectura, de su paisaje y de su ambiente».
Todavía no es hora de almorzar porque acaba de comenzar el día, por lo que decido tomarme un café en la terraza del local desde donde se ve, remarcado por la torre de la Iglesia, el picacho del Veleta. Es una vista de las que hacen que el viajero simpatice con la emoción desde el primer instante. Allí charlo con la camarera, que cuando no hay clientes se dedica a limpiar cristales.
-Hacemos de todo, pero ya ve, muy contentas. ¿Le apetece con el café un poco de bizcocho de maíz? Está buenísimo. Aquí hacemos comida muy sana, muy ecológica. Hasta el plato alpujarreño es ecológico.
Nuria es de Figueras y yo le hablo de cuando hice la mili en San Clemente de Sasebas. Y recordamos el museo de Dalí y de lo mal que se lo pasan allí los que no están acostumbrados cuando silba la tramontana, ese viento que es capaz de condicionarte la vida.
Después de un café y un buen trozo de bizcocho de maíz siempre me da por pensar. Y mirando estas montañas estoy convencido de que el Barranco del Poqueira es el paisaje del mundo, el escenario más impresionante de la comarca: las ruinas dentro del agua, las ruinas de una cortijada lejana, las piedras de un terraplén enorme, la nieve aún entre las rocas del Veleta haciendo dibujos de piel de orca, el verdear de los árboles, del barranco, las ruedas de molinos, los ojos de las gallinas, muy cerca, como para rebelarse. Un bello manual de piedra, agua y launa, elementos esenciales para que more el silencio. La bella poesía la pone la naturaleza y el ripio la central eléctrica. Y luego el pulso del sol que quiere penetrar en ese paisaje. ¡Ay!
Como solía decir Paco Izquierdo, Pampaneira es el primer escalón de la maravilla del Poqueira. Este autor dice que «en el Barranco del Poqueira se produce la gran explosión de la Alpujarra, la cesárea urgente de un mundo increíble, el nacimiento del Picacho del Veleta. Un parto reciente, palpitante, en el que los dioses tienen el pie derecho para conservar la omnipotencia».
Antoñico "Pampaneira"
Desde hace muchos años, siempre que estoy en este pueblo me acuerdo de Antonio Álvarez, conocido en todos sitios por Antoñico "Pampaneira". Antoñico fue seguramente el más ardiente defensor de su tierra. El tiempo de vida -hasta que un día se la dejó pegada en la carretera- lo invirtió en hablar bien de su pueblo. Por eso tiene calle y recuerdo allí. Antoñico consiguió que Pampaneira obtuviera el primer premio de Embellecimiento de Pueblos y que dos veces fuera Premio Nacional de Turismo. Hoy está en las listas que circulan por la red sobre los 50 pueblos más bonitos de España.
Uno de los placeres, sin pecar, del de la fotillo de arriba, es pasear de vez en cuando por Pampaneira. En la calle dedicada a Martín Morales saluda a José Manuel Carrascosa, que es ciego y lleva un hermoso perro negro de lazarillo.
-José Manuel, ¿no te da rabia de vivir en uno de los pueblos más bonitos de España y no verlo? -le pregunto-.
-No. Lo llevo grabado en el recuerdo.
José Manuel se quedó ciego hace cinco años a causa de un accidente y no hay día que no salga a darse una vuelta por Pampaneira, a recordar cómo es su pueblo. Desde entonces se pasea por el pueblo con un enorme mastín.
-¿Cómo se llama el perro?
-Largson.
-¿Es sueco?
-No, pero se lo hace.
Gerardo Martín, que regenta una tienda llamada Zacatín, me cuenta que «la cosa está fastidiadilla» en cuanto a clientes y que nada que ver con otros años que él recuerda cuando era niño y los negocios de Pampaneira siempre estaban a rebosar.
-Pero bueno, no nos podemos quejar. Esta mañana he vendido ya dos jarapas.
Algunas calles de Pampaneira son postales y cualquier turista puede gastar una tarjeta en la que caben 500 fotos. La fuente más fotografiada, sin duda, de la Alpujarra está a la entrada de la plaza, frente a la torre de la iglesia, en el rincón de Champaneira. Se llama fuente de San Antonio y
lleva inscrita una leyenda que comienza con «nunca digas de esta agua no beberé». Luego dice más o menos que el soltero que bebe de esa agua, al año encontrará pareja y se casará.
-Por eso casi nadie bebe. El matrimonio es la única guerra en la que se duerme con el enemigo, se lo digo yo -me dice Antonio Curpián, que es de Barcelona y que está en la Alpujarra porque ha venido a tomar las aguas de Lanjarón-.
-¿Usted está casado?
-Claro. Por eso lo digo. Cuarenta años ya. Y con la misma.
-Entonces, ¿de qué se queja?
-Si yo no me quejo. Lo que digo es que si el hombre soltero es un animal incompleto, el hombre casado es un completo animal. Y ya está.
El de la fotillo de arriba hace como 25 años que dio allí el pregón de la Fiesta de la Matanza. Los recuerdos segregan imágenes y ficciones lo mismo que la boca segrega saliva. Lo que pasa es que esos recuerdos son tan lejanos que parece como si pertenecieran a otra persona. Ese día, además de matar dos enormes guarros para la concurrencia, se inauguró la calle de Martín Morales y aparecieron por aquí amigos suyos como Mingote, Forges, Máximo, Peridis y algunos otros maestros del humor. Pampaneira fue esa jornada un chiste viviente. También hay una feria.
Entierro de la zorra
Desde que entrara una zorra en los gallineros de la tía Policarpa, la tía Ruperta y la ría Felisa, los pampanurrios (los de Pampaneira lo tienen todo bonito menos el gentilicio) celebran el llamado Entierro de la zorra, aunque cada vez menos. Ese día los vecinos hacen una zorra de trapo y la queman en mitad de la plaza. Antes se narra el sermón de cómo la astuta alimaña penetró en los corrales de las susodichas y después corren los diablillos pidiendo dinero para las fiestas.
El edificio más llamativo de Pampaneira, sin duda, es la iglesia parroquial, que es del siglo XVI y guarda en su interior un bonito artesonado y dos retablos. Si se tiene tiempo y ganas, se puede visitar un telar, pues no ha mucho allí se confeccionaban jarapas y alfombras. Allí, cualquier pampanurria te puede dar una lección apresurada sobre cómo confeccionar una pieza textil. Culmino la tarde con una sentada en la Plaza de la Libertad, que está llena de guiris, y otro paseo por la parte baja del pueblo, por donde corre el agua brava domada por canales y tuberías, que allí es otro tipo de libertad. Y recordando el poema de Miguel Ruiz del Castillo, también conocido por "Miguelón", que dejó en Pampaneira su impronta versificadora:
«Entre el verde y la armonía
Del barranco de Poqueira
¡aparece Pampaneira
en su blanca geometría!
pueblo abierto a la alegría.
Entre la nieve y el mar?
su ilusión sería hogar
anclada al sol de su gente
¡Alpujarra -frente a frente-
entre la nieve y el mar!»
No hay comentarios:
Publicar un comentario