domingo, 3 de noviembre de 2013

Vino de Al-Andalus granadahoy.com

Se puede pensar que durante la dominación árabe en el actual territorio español, y más aún en Andalucía, donde perduró más siglos, el vino y la vid desaparecieron. ¿Realmente fue así?
MARGARITA LOZANO
En el siglo VII emerge desde Medina y la Meca una nueva religión: el Islam. Se extiende desde Afganistán hasta el sur de la frontera del Imperio bizantino. Y hacia el oeste, hasta invadir parte de la península Ibérica y derrotar a los visigodos en la Batalla del Guadalete en el año 711; traspasan los Pirineos y en el año 732 se detiene el avance musulmán en la Batalla de Poitiers liderada por el franco Carlos Martel. Esta derrota repliega el imperio musulmán detrás de los Pirineos, ocupando la península durante casi ocho siglos en lo que se denominó Al-Andalus. 

En contra de lo que muchos creen, no es el Corán el que prohíbe el consumo de alcohol, sino los preceptos religiosos. Lo que prohíbe el Corán es la embriaguez. Los preceptos están influidos por multitud de consideraciones coránicas, proféticas, jurídicas, y por la subjetividad de la interpretación de la conducta y dichos del Profeta. Así, los preceptos religiosos islámicos si prohíben la ingesta del vino, pasando a ser una bebida tabú, o lo que es lo mismo, haramsegún las leyes dietéticas del Islam. Piensan que al prohibir la tentación se evita el pecado. A pesar de ello, el consumo de vino no desaparece aunque sí queda reducido. 

En Al-Andalus la uva se vendimiaba para desecarla y obtener pasas; también elaboraban un mosto cocido que adquiría la consistencia de jarabe y que se denominaba rubb (origen etimológico de la palabra arrope). A pesar de las prohibiciones religiosas musulmanas, todas las clases sociales andalusíes bebían vino y el delito de embriaguez era juzgado con penas leves. Algunos de los altos mandatarios como Abderramán III gustaban de incluir vino en sus fiestas y toleraban su consumo siempre que fuese moderado. 

Durante algún tiempo algunos alfaquíes ortodoxos se quejaron de semejante transgresión y fue durante el reinado de Al-Hakam II cuando se arrasaron muchas viñas. En muchas ocasiones se comercializaba el vino con la excusa de que era un producto vendido para mozárabes. 

La adoración que los musulmanes de Al-Andalus tenían por el vino se demuestra con los numerosos poemas dedicados al mismo, de autores como Abu Bakr Muhammad, el rey de la taifa de Sevilla al-Mu'tamid... 

En realidad, como apunta el examen de algunas fatawa, la noción de pureza alimentaria no siempre tiene como causa la posibilidad de contaminación espiritual, sino que está conformada y definida por el contexto histórico en el que nació. En el mundo musulmán, parece que la razón de base se halla en la naturaleza nómada de la sociedad que la generó, al menos en lo referente a la carne de cerdo y al vino. 

El vino ha sido siempre no sólo elemento identificativo de la alimentación musulmana, sino también símbolo de la diferenciación de esta cultura respecto a todas las demás. Las fuentes inciden, en primer lugar, en el hecho de la preocupación recurrente por el tema, especialmente, y como cabía esperar, durante el período almohade. Existe una lucha ardua y constante por evitar su consumo entre todos los grupos sociales, hecho que indica claramente que estaba no sólo muy extendido, sino también muy arraigado en esta sociedad. Efectivamente, en el ámbito mediterráneo, conformado por la cultura greco-latina, beber vino es tan antiguo como la misma civilización a la que representa, por lo que en esta zona su supresión no sería nada fácil. En realidad, su consumo estaba muy generalizado entre el conjunto de la población. 

En el Islam, el vino es malo porque no se identifica con la virtud en general, porque no permite el control de las pasiones, ni la continencia, ni el respeto de la ley, ni la rectitud, porque no eleva el espíritu, porque elimina el temor de Dios, favorece la frivolidad, la falta de castidad y de pureza. En conclusión, todo es el resultado de un programa ideológico bien estructurado en el que el control de las riendas del poder es el verdadero móvil. Y ello se hace, sin embargo, de una manera bastante sutil. No se insiste tanto en el incumplimiento de un mandamiento de la Ley de Dios, sino que, el consumo de vino se asocia a una serie de consideraciones negativas, a calamidades, a episodios de muerte y de crítica, a personas cuyo ejemplo de vida no es muy recomendable, mientras que la abstinencia se une a aquéllas que llevaban una existencia modélica desde el punto de vista moral o religioso. 

Los elementos que autorizan a hablar de la extensión del consumo de vino en los períodos almohade y nazarí son muchos y variados. Las formas en que era condenado el uso de vino afectaban a todas las clases sociales, si bien los castigos que sufrían los miembros de la élite gobernante parece que eran más drásticos, debido a que serían ellos el espejo moral en el que tendía a reflejarse el resto de la sociedad. Se citan casos de destitución de herederos al trono e incluso de un califa, o deposición de algunos cargos, si bien otras veces no se especifican las sanciones. Las medidas de carácter popular fueron, en los primeros años de la expansión almohade, derramar todas las bebidas alcohólicas, golpear a los bebedores, devastación de lugares donde se despachaba habitualmente, como los murus que eran silos de grano subterráneos abandonados, donde se habían instalado personas de mala vida y en donde circulaba el alcohol. El sultán magrebí Abu-l-Hasan permitió a los cristianos sólo el vino que éstos podían consumir, imponiendo penas a aquéllos que lo facilitaran a los musulmanes, y suprimió los intereses obtenidos de los murus, que eran impuestos que gravaban la venta ilegal de vino a los islamitas: ello manifiesta una vez más la doble moral imperante. Esta intervención light, demuestra que no se intentó erradicar el comercio ni el consumo de manera seria; de este modo, cuando Al-Hakam II se decidió a atajar el problema desde la raíz, arrancando las vides, sus propios consejeros le indicaron que era inútil, ya que se podían hacer bebidas embriagadoras de otras plantas. Aunque no se afirme explícitamente que éste era el fin, también el monarca cubaydí Mansur al-Hakim (996-1021), llevó a cabo una acción de choque: impidió vender dátiles, uvas y pasas, y procedió a la destrucción de muchos viñedos, pero se trata de una caso aislado. Nada se dice de cuál era el castigo de los bebedores y borrachos, algunos de los cuales fueron incluso llevados a juicio. 

Si dejamos de lado la cuestión de la pertenencia a la cultura mediterránea, vemos que el hecho fundamental es la debilidad inherente a la prohibición del vino. En efecto, ésta nació marcada por la imprecisión. En las primeras revelaciones al Profeta, el vino aparece como uno de los regalos de Dios a la humanidad (sura XVI, 69/67), y es, junto a la leche y la miel, uno de los placeres que se pueden hallar en el Paraíso (sura XLVII, 16/15). Sin embargo, las sucesivas revelaciones fueron cambiando: primero, junto a las virtudes, se destacan las desventajas que lo acompañan (sura II, 216/219), luego se recomienda que los borrachos no vayan a la mezquita a rezar (sura IV, 46/43); y ya en la sura V, 92/90 el vino, los ídolos, el juego y la adivinación son consideradas manifestaciones satánicas, por lo que son vedados. No menos turbulenta es la historia de las digresiones a las que dieron lugar los actos y dichos de Muhammad. Así, las escuelas jurídicas se afanaron primero en dilucidar cuál era el vino al que hacía referencia el Profeta y luego cuáles eran las bebidas lícitas e ilícitas; pero lo poco explícito e incluso contradictorio de algunos hadits no hacía fácil la tarea de distinguirlas, quizás porque una de los principales dificultades era conseguir evitar la fermentación de muchas de ellas. En cualquier caso, hubo escuelas que rechazaron totalmente todas las bebidas, otras que toleraron algunas, y otras, incluso, que abogaron por la aceptación del vino de uva. 

Los vinos de Jerez y los de Montilla ya eran famosos en el mundo conocido en la época romana. Pero en el siglo XIV, durante la etapa del Al-Andalus, la fama del vino de Málaga se hizo tan grande que rivalizaba en el mercado con los vinos griegos de la época, a la sazón los más prestigiados y codiciados.

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