Se juegan los jamones al dominó y el agua de la fuente de la iglesia sale "mojá"
-
ANDRÉS CÁRDENAS | PÓRTUGOS (GRANADA)
Vista parcial del municipio alpujarreño de Pórtugos. :: R. VÍLCHEZ |
Toco a una puerta de Pórtugos y el que me abre se llama Celedonio Carrasco. Celedonio posee unas facciones con las que un escritor puede ensayar metáforas. Tiene el rostro surcado por las acequias de la edad y lleva en él un mapa de los soles y los vientos de la Alpujarra. Le dicen el hombre de los mil oficios porque lo mismo te arregla un microondas que un paraguas o una radio del tiempo de la polca. Celedonio le arregló una vez el tocadiscos al "Cojo", que también le llamaban "el Electrodoméstico". "El Electrodoméstico" iba por las cortijadas con su tocadiscos de pilas y cobraba a los que bailaban en torno a él, a 125 pesetas la velada, que pagaban a escote los hombres, nunca las mujeres.
Con lo que iba Celedonio por los pueblos era con su máquina de echar cine de 16 milímetros. Incluso en los tiempos en los que no había carretera que uniera Pórtugos con Busquístar o Trevélez.
-Tenía una mula. En ella cargaba mi máquina, los altavoces y me iba a los pueblos. ¡Anda que no he echao yo cine ni ná por estos pueblos! -dice Celedonio, que tiene 88 años y su casa convertida en un museo dedicado a la nostalgia personal-.
-¿Y cómo echabas cine, Celedonio?
-Pues iba al pueblo, me dejaban un local o una pared, y allí proyectaba las películas.
-¿Qué películas proyectabas, Celedonio?
-Me acuerdo de una que siempre me hacía ganar dinero: "El pequeño ruiseñor". Las de Marisol también le gustaban mucho a la gente. Otras me daban lo comío por lo servío. Y con otras perdía dinero, según.
A Celedonio, que duerme en cama de plata, le cuento la anécdota del retratista de mi pueblo, que iba también por las aldeas echando cine. Una vez que estuvo en Zocueca, que era la aldea en la que paraban los hortelanos de San Vicente, proyectó una película en la que Sofía Loren hacía de campesina. En un momento de la cinta, la esplendorosa campesina fue a bañarse al río con su burro y comenzó a desnudarse. Los espectadores no podían ver nada porque el burro estaba delante y hacía de pudoroso biombo. Entonces todos los hortelanos que estaban viendo la escena comenzaron a tirar piedras a la burra para que se apartara.
-¡Fuera burraaaa! -gritaban cuando tiraban los guijarros-.
Los hortelanos rompieron la pantalla, que era de trapo, y se escoñó la película.
-¡Sois todos unos ignorantes! -gritaba indignado el retratista mientras recogía los trastos y juraba no volver jamás a aquella aldea-.
La anécdota le hace gracia a Celedonio y recuerda la chufla causaba en el respetable cuando en la pantalla el actor besaba (siempre que la censura lo permitía) a la bella protagonista.
-¡Anda, Manolo! ¡Aprende pa cuanto estés con la Faustina! -exclamaron una vez en Ferreirola en el momento en que Rodolfo Valentino besaba a su amante en la pantalla.
Celedonio también ha sido albañil, sombrillero, barbero, injertador, inventor de juguetes, constructor de tumbas y balates, artesano del mimbre y fabricante de ratoneras, entre otras muchas cosas.
-¿Por qué tantos oficios, Celedonio?
-Es que no podía estarme quieto. Aprendía una cosa y ya quería saber otra.
He llegado a mediodía a Pórtugos, donde hay "mercaíllo" de escasa presencia y donde vende "malacatones" de Guadix Agustín Cortés. Agustín tiene a la mujer vendiendo en Busquístar y a sus hijos y hermanos repartidos por todos los mercadillos de la Alpujarra. Es una familia ambulante.
-La vida está dura, ¿sabe usted?, pero estos melocotones están mu tiernos, mu durces. Si quiere le hago un peso con nectarinas, también mu ricas. Cinco euros por cinco kilos? ¿va?
-Va.
La fuente mojá
Empieza a caer el sol y los de mayor edad buscan la poderosa sombra que da la iglesia de la Encarnación, en cuya fachada hay una fuente a la que me acerco a beber agua con el vaso de plástico que saco de la barjuleta.
-¿Está fresca? -pregunto-.
-Está mojá -me dice uno de los abueletes, con esa carga de malafollá con la que da por sentado la ingenuidad de la pregunta-.
Pórtugos es un pueblo al que el de la rempuja panamá le tiene cierto cariño. Más de una vez ha estado en otros países y ha desplegado una pancarta en la que estaba grabado el nombre del pueblo. Es una tarea que tenía asignada mi amigo Antonio Torres, natural de allí, que cuando llegaba a un país extranjero se fotografiaba con la gran pancarta y el grupo de amigos que lo acompañábamos. De esa guisa nos hemos fotografiado en el lago de Constanza, en la Torre de Pisa y en la Muralla China, por poner algunos sitios. Luego Antonio pegaba la foto en un mural del bar El Mirador para que los vecinos supieran que Pórtugos era conocido en todo el mundo. ¡Pórtugos también existe!, era más o menos el mensaje.
En Pórtugos tengo varios amigos y por lo que he podido barruntar los portugueños son gentes de buena crianza, desprovistos de artes mestureras y de una honradez tal que en una disputa basta chocar la mano para saber que siempre estarán al lado de la verdad. El de la fotillo de arriba ha estado allí en alguna ocasión que otra en la Fiesta de la Parva, que se celebra el primer domingo de agosto en la era del barrio de Churriana. Ese día se hace puchero de parva y gazpacho. Todo gratis.
-Este año no te he visto por la fiesta -me cuenta Antonio-.
-No, tenía que ir Cádiar a entrevistar a Domingo el molinero.
-Pues tú te la has perdido. Hubo mucha alegría y jolgorio.
Antonio Torres, el médico, y el jamonero Diego Martín son forofos del dominó y pasan muchas tardes poniendo fichas e intentando ahorcar el seis doble al contrario.
-Pero aquí nos jugamos jamones, faltaría más. Cuando quieras echamos una partida -me vuelve a decir Antonio Torres, que también es pintor y ha pintado los santos que lucen en la iglesia-.
El hostal El Mirador es de los primeros que se hicieron en la comarca y lo puso en marcha Antonio Valdés. Ahora lo lleva otro Antonio Valdés, nieto del primitivo hostelero. Tres generaciones distintas y un solo local verdadero. Se llama El Mirador porque desde allí se ve una impresionante vista. Si la naturaleza es la música, el paisaje que se ve desde el establecimiento es un magnífico orfeón para interpretarla.
Como me atraen los personajes populares, me han dicho que en Pórtugos vive Antonio "el Rulos", que es curandero de animales y que se sabe todos los nombres de las acequias de la Alpujarra y que es al que llaman cuando hay un desconocimiento de lindes. No encuentro a Antonio "el Rulos" «porque estará por ahí, descansando en cualquier balate».
-¿Y tiene teléfono móvil? -pregunto a mi interlocutor, que me mira con ojos de espanto, como diciendo: este está chalao-.
Los barrios
Pórtugos tiene varios barrios en los que transpira la Alpujarra pura. En el de Churriana está la Casa de la Pólvora, en donde, según una leyenda, hace un siglo apareció una persona en forma de luz para rogarle a un familiar que cumpliese con unas mandas o promesas que él no había podido satisfacer al Cristo de la Expiración de Órgiva. También están el Zacatín y La Pocilla, que con sus empinadas calles, sus sinuosos adarves y sus característicos tinaos, hacen de Pórtugos un lugar único para fotografiar o pintar.
Precisamente en Pórtugos vivió el pintor Ortuño, concretamente en el hotel Nuevo Malagueño. Cuando se quedaba sin dinero pagaba la estancia con cuadros. Ortuño retrató a la Alpujarra. A sus lienzos llevó el alma del campesinado, los colores de la naturaleza, la brisa entre los árboles y la resignación de los mayores. Pintó las horas quietas de la siesta y unos paisajes de miradas extasiadas. Dicen que un día estaba Ortuño con los pinceles en plena tarea, pintando uno de los paisajes, se le acercó un pastor de Pórtugos y le dijo:
-Hay que ver, paso todos los días por aquí y hasta que no lo he visto pintado no me he dado cuenta de lo bonito que es esto.
A veces eso tiene la belleza cercana, que tiene que venir alguien de fuera para descubrírtela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario