lunes, 24 de febrero de 2014

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El catedrático de la UGR reflexiona sobre el mito de Al-Ándalus, un tenso debate historiográfico y periodístico entre los que idealizan todo lo andalusí y los que creen que fue una batalla.
ELIZABETH FERNÁNDEZ GRANADA 
El antropólogo reflexiona sobre las visiones de Al-Ándalus en su última obra.
El antropólogo y catedrático de la Universidad de Granada José Antonio González Alcantud acaba de publicar El mito de Al-Ándalus, una reflexión teórica y social sobre los orígenes y la actualidad de una idea cultural. 

-¿Qué significa ahora 'nacer en el Mediterráneo'? 
-Se puede ser de aquí o de allí, tanto da. En las ciudades de este mar tibio y calmo la autoctonía, el ser de un sitio concreto, con una fuerte identidad, nos da un plus. No obstante, éste no es un derecho exclusivista. Se puede llegar a ser mediterráneo simplemente por elección. Nacer en el Mediterráneo, siendo una circunstancia, nos dota de mucha personalidad, y nos hace ver la historia como un drama, mirando melancólicamente al mundo como un anhelo inacabado de pluralidad, de pluralidad cultural… 

-En un artículo suyo, 'En las ruinas de Detroit', comenta que las ciudades europeas continúan aferradas a un ideal ático. ¿No son, sin embargo, esos edificios faraónicos, construidos en España durante la burbuja inmobiliaria, los que empezaron a alejarnos de tal ideal? 
-No, al contrario. El Partenón de Atenas es un sueño también de megalomanía. Aquí, en Europa en todas las épocas, queremos edificar monumentos eternos, enormes y bellos. En la burbuja inmobiliaria ha continuado esa tendencia. Cuando veo el tremendo rascacielos que construye Sevilla ahora me pregunto su sentido. 

-¿Vivimos un momento histórico opuesto a la concepción mítica? 
-Los mitos siempre van a estar ahí. No existe la Humanidad sin la pulsión mítica. Cambiamos sin notarlo. El mito es un consuelo para nuestra contingencia, como dicen los filósofos. Es decir, nos libera de la muerte, simbólicamente, y nos da una explicación a nuestra pobre existencia. 

-¿La economía es la única que se ha encargado de unir los polos todavía opuestos de Occidente y Oriente? 
-La única. Donde hay interés no hay engaño, nos dice el economista Hirschman. Poniéndonos racionalmente de acuerdo en los negocios podemos llegar a desarrollar un estilo de vida comprensivo. Oriente y Occidente deben comenzar entendiéndose en los negocios, y en eso no hay obstáculos religiosos ni ideológicos. 

-Tratemos su nuevo libro. ¿Por qué resultó tan polémica su idea del mito bueno de Al- Ándalus? 
-Se ha hecho de Al-Ándalus un caballo de batalla historiográfico y periodístico. El campo se divide entre quienes idealizan todo lo realizado en el mundo andalusí, y aquellos otros que dicen que Al-Ándalus en todas sus épocas fue una batalla entre la mayoría musulmana y las minorías cristiana y hebrea. La diferencia es que mientras la primera es moralmente coherente con sus deseos de convivencia para la Humanidad, la segunda es deshonesta moralmente. La historia de Al-Ándalus es convulsa, como cualquier otra -¿dónde está esa Humanidad sin conflictos?-. La idea de Al-Ándalus encerró un propósito noble: el deseo de encontrar un referente histórico para construir una sociedad mejor. Ojo, Al-Ándalus tengamos presente era una "herejía", y aún lo sigue siendo, para los rigoristas islámicos. 

-¿Cuándo habla de la maurofilia racial de Blas Infante a qué está refiriéndose? 
-Infante está imbuido de las ideas que circulaban en su tiempo, una de ellas era la de "raza", pero se refería a una raza cultural. Blas Infante, en esa línea consideraba que "racialmente", o sea culturalmente, los andaluces nos identificábamos con los "moros", como antiguos hermanos nuestros. Esos 'moros', y otros ideólogos de la época, e incluso de después, del franquismo, identificados con la elite del Magreb, vendrían a ser los hermanos perdidos en las sucesivas diásporas a que dio lugar la España moderna. Infante llamó al reencuentro, a la fraternización con los hermanos del exilio. 

-En 'El mito de el Al-Ándalus', hace una reflexión histórica y puntual sobre el día de la Toma, ¿qué sentido tiene para Granada mantener hoy esta tradición? 
-Después de haber luchado con medios puramente intelectuales en los años noventa porque quienes ocupaban el poder político, y me parecía que compartíamos estilos de vivir y pensar, ingeniasen una solución -que para mí era en sustancia mantener la ceremonia ritual convirtiéndola en fiesta popular, más abierta a los deseos de pluralidad de las sociedades modernas, y haber fracasado, ahora sólo se me ocurre solicitar su fin tal como está establecida-. En algún lado hay que estar, y yo siempre he apostado por el de los vencidos. 

-¿No teme que Granada como ciudad haya quedado atrapada en un misterio de souvenir? 
-Sí. Somos ya una postal. No solamente para los turistas. Lo somos incluso para mis colegas antropólogos, que se suponen que son especialistas en las profundidades culturales. Seguimos ofreciendo ese horizonte como en los tiempos del pobre Chorrojumo, personaje que iba por los hoteles vendiendo su estrafalaria imagen de 'príncipe de los gitanos'. Desde luego, hay otra ciudad, vanguardista, ilustrada, racional, que siempre la hubo, y que lo pagó muy caro en la Guerra Civil, y quizás ahora otra vez. 

-Es antropólogo. ¿Cree que con la crisis hemos aprendido a relacionarnos de un modo diferente? 
-¡Qué otra cosa podíamos hacer! Estábamos embalados, a ver quién hacía y tenía más. Éramos "jóvenes" según muchos 'viejos' europeos. Ahora nos hemos dado cuenta de nuestras arrugas, y con ellas de los vicios compartidos, entre ellos las sempiternas vanidad y el gran pecado nacional de la envidia. Si la crisis ha servido para algo es para vernos tal como somos, y de paso a aprender a ver a nuestros semejantes. Por una vez no nos hemos tirado al cuello. Los movimientos sociales han sido correctos y el poder político debe oírlos, porque tienen muchas cosas que decirles, todas ellas positivas… Lo contrario es Ucrania, ¡fíjese! 

-¿Asistimos al retorno de una Europa más racista? 
-Yo tengo mis dudas. Pero es cierto que el monstruo no duerme. El racismo no se puede combatir con medidas pedagógicas, tiene que ser asumido por la mayoría como una imbecilidad histórica. La Humanidad tiene nostalgia de las viejas jerarquías. Ya no hay salida tras la barbarie Holocausto, cuya trascendencia hay que medir en su alcance intelectual: querer hacer una jerarquía a toda costa. No, no podemos, ni vamos a volver atrás. Sería una hecatombe inenarrable. 

-¿La repentina llegada de un 'Hércules' solucionaría, tal vez, la presente crisis cultural, política, social…? 
-¿Un "cirujano de hierro", como decía el decimonónico Joaquín Costa, enfrentado a la crisis de España? Si es por ese camino, pues no. Ahora, hace falta liberarnos de la mediocridad en todos los dominios. Hay que cooptar a líderes naturales y no tirar de intrigantes de salón. En los medios culturales e intelectuales ocurre igual. La generación 'mediática' de los ochenta y noventa, debe dar paso a la vida; ellos ya los han barrido la historia, y además, si lo pretenden algunos, no están capacitados para a darnos lecciones… ¡A buenas horas! Paso al aire fresco, sean cuales sean las consecuencias.

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