La localidad de Soportújar programa desde hace varios años una fiesta dedicada a las brujas en las que todos los participantes se disfrazan para hacer aquelarres y beber queimada
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ANDRÉS CÁRDENAS | GRANADA
El bar Romero está decorado con brujas. David y dos parroquianos del local. :: R. VÍLCHEZ |
En el rostro del de la fotillo de arriba se dibujó una sonrisa cuando leyó el lema que venía en el azucarillo que le pusieron con el café: "Huid de los escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura". Eso lo escribió Antonio Machado y le hace pensar al viajero del sombrero panamá que sí, que llevaba mucha razón, que nunca hay que perder el contacto con el suelo.
El de la fotillo de arriba sabe de Soportújar que tiene los abetos más grandes de Europa y la calle más estrecha del mundo. Un hombre con barriga cervecera no puede atravesarla de canto. También lo que dijo de ella el etnólogo suizo Jean Chistian Sphani: «Cuando entramos en este pueblo, la duda ya no se permite: estamos en la Alpujarra». Y que por allí, por el mismo pueblo, pasan dos de las rutas más transitadas por los senderistas: la GR-7 y la Sulayr. Igualmente tiene conocimiento de que posee un cementerio cuyas vistas son de muerte. Desde allí se ve el Barranco del Tesoro en todo su esplendor, la boca del Mediterráneo y hasta el centro budista de Bubión. Y también sabe que los recalenosos (así se llaman a los vecinos) muchas veces se toman a chufla todo lo relacionado con la muerte. Por eso circulan chistes como el muerto ese que le dice a su vecino de tumba:
-Mañana creo que va a llover.
-¿Y eso?
-Es que me duelen los huesos.
Pescadero y panadero
El viajero con rempuja está tomando contacto con el suelo, además de café y media de tomate, en una de las mesas que a modo de terraza tiene el bar Romero, en la calle principal. Muy cerca está la plaza, a donde acuden las furgonetas del pescadero y el panadero. Las mujeres, que han oído las bocinas, salen de sus casas como llamadas por el reclamo de la urgencia. Llegan a juntarse hasta veinte un menos de un minuto y una a una se van dando la vez. Aquel rato sirve a las vecinas para saber una de otra y de contarse cosas:
-¿Está mejor tu marido?
-Sí, ya se ha ido a la huerta. En la casa no hace ná y por lo menos allí no estorba.
-¿Por qué les llaman a ustedes brujas? -pregunto al grupo de mujeres arremolinadas en torno a la furgoneta del panadero-.
-¡Puf! Eso viene de antiguo, desde Felipe II, creo -dice una-.
-¡Que va! Ese mote nos lo pusieron las de Cáñar porque les robábamos los novios. Decían que los hechizábamos -comenta otra provocando una carcajada generalizada-.
El pescadero se llama Cecilio Tello y trae el pescado de Motril. Todas las mañanas un buen número de pueblos de aquella parte de la comarca vendiendo su mercancía.
-¿Lo que más vendo? Boquerones. A la gente de aquí le encantan los boquerones -informa Cecilio-.
-Es que son muy buenos. Yo vivo en Barcelona y, la verdad, los de allí no saben igual que los de aquí -aclara Antonia Pérez, que ha ido a comprar un cuarto y mitad-.
-Pues allí son los mismos que los de aquí, por lo menos viven en el mismo mar -matiza Cecilio-.
-Pues eso digo yo -concluye Antonia-.
El panadero se llama Antonio Manzano y también viene a diario desde Órgiva.
-Si me va a poner usted en el periódico, prefiere que me ponga "el Melli". Así es como todos me conocen.
-Está bien, Melli? ¿Vende usted mucho pan?
-¡Puf!, claro. Por estos pueblos no hay panaderías.
-¿Y esos croassant gigantes?
-Aquí los llamamos "bichos". Algunos les dicen "cuernos", a lo mejor porque les recuerdan algo -afirma maliciosamente "el Melli"-.
-¿Y cómo se hacen? -pregunto por preguntar algo-.
-Pues con sabiduría, no te jode.
"El Melli", ya que sube a Soportújar, le lleva el IDEAL y el "Marca" a David Romero, el dueño del bar en que estoy tomando café. David tiene una camiseta con un lema ("atsiv ed otnup orto ognet oY") que hay que leer al revés para saber qué pone.
David me cuenta que estuvo cuatro años como concejal en el Ayuntamiento y que, al final, tuvo que dejarlo, en parte por desilusión y en parte porque pasaba malos ratos en el bar discutiendo con clientes a causa de la gestión municipal.
-Los negocios como este nunca se han llevado bien con la política. Tampoco el fútbol es bueno. Si yo fuera un acérrimo del Real Madrid? ¿tendría clientes del Barça? A ver?
Fiesta que va a más
Está claro que David tiene otro punto de vista. Siempre hay otro punto de vista. Desde el punto de vista de una lombriz, un plato de espaguetis es una orgía. Desde el punto de vista del búho y del trasnochador, el crepúsculo es la hora del desayuno. Y desde el punto de vista del nativo, el pintoresco en Soportújar sería yo, con mi libreta y mi rempuja de paja.
El bar está lleno de muñecos de brujas y son los clientes los que cuentan al forastero que desde hace cuatro años aproximadamente esta fiesta va a más y que todos los días ocho de agosto (o sea, mañana) cientos de personas de todo el pueblo y de los aledaños se disfrazan de brujas para hacer honor a las leyendas que se cuentan del pueblo. Resulta que los munícipes un día se reunieron y decidieron sacarle partido a la fama que tiene Soportújar de haber albergado a tanta bruja. Se dice que allí, en el Barranco de la Cueva, es donde vivían, hacían bebedizos y elaboraban porciones mágicas. Y que acudían a beber agua al manantial del Chorrillo para mantener sus prestigios y chismorrear maldades. De ahí que ahora los vecinos del pueblo quieran poner en valor aquello que tienen.
-Cada año la fiesta es más flipante -dice David-.
En una ocasión, el alcalde del pueblo, que se llama José Antonio Martín Núñez y que es licenciado en Matemáticas, en Económicas, en Administración y Dirección de Empresas y en Investigación y Técnicas de Mercado (todo esos son sus títulos), le contó al forastero de la rempuja que esta leyenda al parecer viene desde los tiempos de Felipe II en que aquellas tierras fueron colonizadas por personas de distintos puntos de España, entre ellas Galicia. Y como quiera que los gallegos son muy aficionados a estas prácticas, pues comenzaron a hacer aquelarres y cosas raras en las eras del pueblo.
-Esto, de alguna forma, es también nuestro patrimonio cultural y ha llegado el momento de difundirlo. Ya está bien de esconderlo -le dijo hace poco el alcalde al del sombrero panamá-.
Por lo pronto, sigue en pie un proyecto en el que incluye un "Museo del Embrujo", la rehabilitación de una era en la que hacer aquelarres con conjuros y bebedizos mágicos como los que se hacían en el siglo XVI, construir un puente encantado en el Barranco de la Cueva, acondicionar una fuente de las brujas que hay a la entrada del pueblo y diseñar el escudo del pueblo en el que la figura protagonista sea una bruja.
-Si aquí hay una leyenda? ¿por qué huir de ella?
La Cueva del Ojo.
Un vecino de barra le cuenta al de la fotillo de arriba que la Fiesta del Embrujo se ha convertido en una de las más famosas y populares celebraciones de toda la comarca y que ha desbancado, en cuanto a popularidad, a otras tradiciones de allí como la quema del Judas durante la Semana Santa o el paseo de la zorra que se celebra en San Roque.
-¡Dónde va a parar! -exclama-.
-Lo que pasa es que no estamos preparados para recibir a tanta gente en un solo día -apostilla David el tabernero-.
La Cueva del Ojo de la Bruja está a la entrada del pueblo. O a la salida, según el punto de vista del que llega o del que se va. Allí un cartel explica al viajero que la rehabilitación de aquel lugar tiene que ver con el Proyecto Embrujo que el pueblo tiene en marcha. Y que en otros tiempos era el lugar misterioso que utilizaban las mujeres para amedrantar a sus hijos y disuadirlos de que se alejaran del pueblo. Les metían el miedo en el cuerpo cuando les decían:
-No te acerques a la cueva, que allí hay brujas y tíos mantequeros que te sacan la sangre.
¡Dios mío! ¡Qué recuerdos para el viajero de la rempuja!
Pero es que más abajo hay un alcornoque pelado en forma de tótem en el que se puede leer: «A mi ojo te acercarás y embrujado te irás».
Pues embrujado me voy al caer la tarde, también por la amabilidad con la que me han tratado los vecinos de Soportújar.
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