miércoles, 9 de enero de 2013

Libros de texto por puro placer granadahoy.com

por Agustín Velazco



Últimamente tengo un enganche con un tipo de libro que tendemos a odiar: los libros de texto o manuales. Sí, estoy seguro que casi todos quisimos quemar un libro de texto en algún momento de nuestra vida. Me refiero a ese libro que nos trajo por la calle de la amargura, que subrayabas, resumías, esquematizabas, volvías a subrayar y nunca conseguía reducir sus contenidos a un tamaño manejable y recordable. En mi caso, ese libro nefasto es El Spiegel. Todos los estudiantes de Economía de la Universidad de Sevilla sentirán cómo se le eriza el vello corporal al pensar en él. Su sombre completo es El desarrollo del pensamiento económico (Ediciones Omega) de Henry W. Spiegel, y era (debe ser aún) el manual de referencia de la asignatura de Historia del Pensamiento Económico, una verdadera bête noire de 912 páginas que abarcaba de los arcaicos tiempos de la Biblia al pensamiento contemporáneo del siglo XX y que había que memorizar de pe a pa. Al final terminabas estudiando en base a estadísticas oficiosas que hacíamos en la sala de estudio analizando los epígrafes que más se repetían en convocatorias anteriores. Ni que decir tiene que indefectiblemente las decisiones del profesorado a la hora de poner el examen rompían todas esas estadísticas y suposiciones optando por los capítulos y epígrafes más inverosímiles (incluidos aquellos que había declarado explícitamente que no entraban en el examen final).
Pues después de tantos sinsabores con el tocho a cuestas he vuelto a él. Desde la lejanía respecto a la presión de aquellos exámenes he retomado su lectura por placer. Y, ¡sorpresa!, es un libro maravilloso, que no sólo analiza el pensamiento económico de cada periodo de la Historia, sino que salpica este recorrido de curiosos datos biográficos de los principales pensadores deAdam Smith al nunca bien ponderadoThorstein Veblen (un personaje apasionante este último que merece todo una biopic). Aún recuerdo de mi época de estudiante un dato que me ha tenido fascinado desde entonces: Francis Bacon murió por culpa de sus experimentos congelando pollos. No preguntéis… cosas de los empiristas.
Os propongo un experimento: rescatad aquel libro que tanto odiabais cuando estudiabais y tratad de encararlo desde una vertiente puramente lúdica. Por favor, contadme si el pobre libro se redime ante vuestros ojos o por el contrario os sigue pareciendo aborrecible.

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