Frente a quienes se empeñan tan solo en globalizar los mercados, es urgente globalizar la sabiduría, universalizar la ternura, mundializar el humanismo
Generación del 27. Federico García Lorca, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre.
La jornada sobre el Futuro en Español, que acoge la Universidad de Granada y que se celebra en su Rectorado, nos invita a reflexionar sobre el hecho de que, por encima de banderas y naciones, casi cuatrocientos millones de seres humanos compartimos una patria común, el español, ese idioma cómplice que viene de antiguo pero, sobre todo, que nos abre las puertas de una globalización distinta. Frente a quienes se empeñan tan solo en globalizar los mercados, es urgente globalizar la sabiduría, universalizar la ternura, mundializar el humanismo.
Quienes 
practicamos, en distinta medida, la complicidad del español somos 
conscientes de que nuestras hablas y latitudes son diferentes, pero 
nuestra memoria colectiva se nutre de libros comunes, desde aquel 
invencible 'Don Quijote de la Mancha', de Miguel de Cervantes, a 'Cien 
años de soledad', de Gabriel García Márquez, cuya muerte se conmemora y 
cuya vida y obra se celebran con justicia en este encuentro granadino. 
Se ha hablado demasiado de las diferencias en torno al uso del español, 
pero no se habla suficiente de sus similitudes, de sus líneas 
tangenciales. Hay que sumar y no restar, más allá de la obcecación en 
debatir en torno a la estabilidad suprema del castellano o el barrunto 
de que el mejor español sea el de Andalucía, Canarias o América Latina 
en su conjunto, porque tiende a la síntesis. El escritor chileno, pero 
tan nuestro y tan europeo, Jorge Edwards, abrirá la jornada sobre Futuro
 en Español. Y quiero recordar que él se refirió en una ocasión a la 
necesidad de combatir los prejuicios entre esa lengua común pero 
mestiza, de ida y vuelta como sus cantes, a una y a otra orilla del 
Atlántico:
«Creo 
-respondió una vez a instancias de los periodistas- que con respecto al 
idioma tenemos que tener una inquietud intelectual para que nos 
divirtamos con un madrileñismo que no conocemos y que ellos se diviertan
 con los chilenismos, por ejemplo».
Andalucía,
 en ese contexto, se encuentra en una posición envidiable para hacer 
valer su condición de puente privilegiado para ese formidable mapa de 
palabras. Y no me refiero a las viejas crónicas de la 'Carrera de 
Indias', al magnífico castellano antiguo con que el jerezano Alvar Núñez
 Cabeza de Vaca nos narró sus naufragios frente a las costas de la 
Florida. Mucho más allá de la 'Carrera de Indias', Andalucía regaló a 
América personalidades como la del sabio Celestino Mutis, el tío 
ancestro del también malogrado y maravilloso Álvaro Mutis, con quienes 
Cádiz y Bogotá se hermanaron para siempre. A cambio, América trajo hasta
 Andalucía la figura cabal y pionera de la habanera Gertrudis Gómez de 
Avellaneda, cuyo bicentenario conmemoramos este año pues no en balde sus
 restos descansan en Sevilla.
Sin 
embargo, también este año le rendimos tributo a la memoria del exilio, 
aquella muchedumbre que tuvo que abandonar España por el simple hecho de
 defender la legitimidad democrática de la Segunda República y negarse a
 aceptar la mordaza de la dictadura franquista. Si el rastro fundamental
 de la poesía española lleva desde Fernando de Herrera y Luis de Góngora
 a nuestros días, otro tanto ocurre con buena parte de nuestros 
escritores del destierro, que fueron oriundos de Andalucía, aunque 
encontrasen sucesivo amparo en Tánger o en Orán y en Francia, donde 
muriese Antonio Machado; pero sobre todo en el México de Cárdenas, que 
acogiera a Emilio Prados, a Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, a Juan 
Rejano, a Adolfo Sánchez Vázquez, a Luis Cernuda o a María Zambrano, que
 también frecuentase Cuba y el Puerto Rico de Juan Ramón, antes de 
afincarse en la Italia que recibiría a Rafael Alberti y María Teresa de 
León tras su acogida en Argentina y Uruguay. En el Nueva York de hoy, el
 hijo de José Moreno Villa rememora a su padre no muy lejos de donde 
otros dos andaluces, Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo, conocen de 
cerca cómo crece el español en un país que hasta hace bien poco era 
mayoritariamente blanco, anglosajón y protestante.
Quiero 
decir con todo ello que la literatura es una de las principales señas de
 identidad de la Marca Andalucía y que Andalucía constituye una de las 
claves esenciales de la Marca España. Los cristianos sostienen, no sin 
razón, que en principio fue el verbo. Esperemos que esa palabra común 
nos sirva, a los andaluces, a los españoles y a todos los 
hispanohablantes, para construir un imaginario con eñe, que nos ayude a 
superar cualquier leyenda negra y a encontrar una plaza pública en donde
 Rubén Darío se siga cruzando con Salvador Rueda y Pablo Neruda y 
Octavio Paz saluden al pasar a Federico García Lorca o a Vicente 
Aleixandre. Ojalá todo ello nos sirva para afrontar un porvenir en el 
que podamos seducirnos mutuamente y en donde evitar que ningún imperio o
 cualquier trasnacional vuelvan a conquistarnos.


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